Iván Alonso
El Comercio. 19 de setiembre del 2025
“Las personas que morirán sin haber agotado sus saldos serán mayoritariamente las de menores ingresos. Para ellas, no es tan irracional retirar el 95,5%, en lugar de optar por una pensión vitalicia”.
Las protestas contra la nueva ley de pensiones parecen haber reabierto la discusión sobre el retiro del 95,5% de los fondos individuales al momento de la jubilación. Esta opción, introducida en el 2016, desaparece con la nueva ley para los afiliados que tengan hoy menos de 40 años. En cierta manera, el retiro del 95,5% desnaturaliza el sistema de pensiones, convirtiéndolo simplemente en un sistema de ahorro forzoso; pero, por otro lado, es una respuesta imperfecta a un problema real.
Para ofrecer una pensión vitalicia, hay que distribuir el saldo acumulado a lo largo de los meses o años de vida que le queden al jubilado. Como nadie sabe cuántos años vivirá cada uno, el cálculo se hace con la expectativa de vida a la edad de jubilación, que es de aproximadamente 22 años. Algunos vivirán menos; otros vivirán más. Como los saldos de los primeros no se habrán agotado al momento de morir, se puede usar el remanente para seguir pagando las pensiones de los segundos después de que sus propios saldos se agoten.
Abramos aquí un paréntesis. La expectativa de vida es un promedio de los años de vida que les quedan al conjunto de jubilados. El promedio se calcula considerando qué porcentaje de las personas que llegaron a los 65 años no vivió hasta los 66; qué porcentaje de las que llegaron a los 66 no vivió hasta los 67; etcétera, etcétera; y finalmente qué porcentaje de las que llegaron a los 109 no vivió hasta los 110. Eso no significa que las AFP calculen las pensiones como si cada jubilado fuera a vivir hasta los 110 años. Decir una cosa semejante es tergiversar el funcionamiento del sistema.
Volviendo a nuestro problema, las pensiones vitalicias se calculan con la expectativa de vida del conjunto de jubilados, pero dentro de ese conjunto puede haber algunos con ciertas características que tienden a hacerlos más o menos longevos. Concretamente, las personas de mayores ingresos tienden a vivir más que las de menores ingresos. En otras palabras, las personas que morirán sin haber agotado sus saldos serán mayoritariamente las de menores ingresos. Para ellas, no es tan irracional retirar el 95,5%, en lugar de optar por una pensión vitalicia.
Es una respuesta imperfecta porque, aunque esas personas intuyan que serán menos longevas, siguen sin saber cómo distribuir su 95,5% para que no se agote antes de tiempo. Una mejor solución sería separar a los jubilados, siguiendo algún criterio objetivo, en grupos con expectativas de vida distintas y calcular sus pensiones vitalicias con fórmulas también distintas. ¿Será eso posible? No lo sabemos.