Ian Vásquez
El Comercio, 10 de junio del 2025
“La nueva prohibición también revierte la noble tradición estadounidense de dar refugio a los inmigrantes que huyen de todo tipo de tiranías”.
“Otros países pueden intentar competir con nosotros, pero en un área vital, como faro de libertad y oportunidad que atrae a los pueblos del mundo, ningún país del mundo se nos acerca. Creo que esta es una de las fuentes más importantes de la grandeza de Estados Unidos”.
Esas palabras de Ronald Reagan describen lo que por buena parte de su historia los estadounidenses han mantenido como ideal respecto a la inmigración. Con la entrada en vigor esta semana de la prohibición de ingreso a Estados Unidos de los ciudadanos de una veintena de países, el presidente Donald Trump da un paso más para que su país se distinga de la manera opuesta.
El decreto de Trump restringe totalmente la visita de ciudadanos de 12 países –entre ellos Haití, Afganistán y Sudan– y prohíbe casi totalmente la entrada de los oriundos de nueve países adicionales, entre ellos Cuba y Venezuela. Las excepciones a las restricciones son mínimas.
La política es cruel y extrema. Prohíbe, por ejemplo, la entrada de decenas de miles de parientes de ciudadanos estadounidenses y residentes legales, inclusive esposos y niños menores de edad. Durante los próximos cuatro años, la medida prohibirá la entrada de más de 100.000 inmigrantes y más de 500.000 visitantes que antes hubieran ingresado a Estados Unidos legalmente.
Dice Trump que sus restricciones son necesarias para proteger Estados Unidos de la amenaza de terrorismo proveniente de los países en cuestión y para resguardar la seguridad pública, pero la evidencia no respalda su aseveración. Dice además que las políticas migratorias que está reemplazando son deficientes, pero no presenta evidencia para respaldar su afirmación.
Según los expertos Alex Nowrasteh y David Bier, las nacionalidades prohibidas de entrar a Estados Unidos “representan sólo el 0,2% de todas las muertes de terroristas nacidos en el extranjero en los últimos 50 años. Solo se ha producido un atentado mortal desde 1981. En otras palabras, esta prohibición está notablemente desenfocada de las nacionalidades con antecedentes de atentados terroristas en Estados Unidos.
Además, los inmigrantes de estos países tienen un 70% menos de probabilidades que los estadounidenses nacidos en Estados Unidos (de 18 a 54 años) de haber cometido delitos lo suficientemente graves como para ser encarcelados en Estados Unidos”.
Además, Trump asevera que muchos de los visitantes de los países en su lista se quedan más tiempo de lo que permite sus visas, pero Nowrasteh y Bier documentan que, en los últimos 50 años, ningún ciudadano de esos países que se sobreextendió en su visa ni causó alguna muerte por algún ataque terrorista. Felizmente, la nueva política exime a quienes ya tienen visas, pero ese mismo hecho debilita el argumento de que el otorgamiento de tales visas representa una amenaza.
La nueva prohibición también revierte la noble tradición estadounidense de dar refugio a los inmigrantes que huyen de todo tipo de tiranías, como las socialistas de Cuba y Venezuela. De hecho, son precisamente los cubanos y los venezolanos quienes serían los más afectados en términos absolutos. Tomando en cuenta todos los países en la lista prohibida, el 25% de las aplicaciones para la visa migratoria en los próximos cuatro años corresponde a los cubanos mientras que el 44% de los visitantes prohibidos corresponde a los venezolanos.
La evidencia le da razón a Reagan: la inmigración siempre ha beneficiado a Estados Unidos, económicamente, culturalmente y hasta en términos de seguridad pública. El cerrar las puertas a nacionalidades enteras es solo el más reciente, aunque significativo, paso de Trump hacia apagar el faro de libertad que Estados Unidos ha simbolizado para el mundo en los mejores momentos de su historia.