Ian Bremmer
El Comercio, 11 de enero del 2025
“Las primeras señales tanto de Beijing como de Washington nos muestran que el conflicto es cada vez más difícil de evitar”.
Los presidentes Joe Biden y Xi Jinping lograron contener las tensiones entre Estados Unidos y China en el 2024, pero cuando Donald Trump regrese a la Casa Blanca a finales de este mes romperá esta frágil estabilidad, impulsando un desacoplamiento no gestionado de la relación geopolítica más importante del mundo, y aumentando el riesgo de perturbaciones y crisis económicas mundiales.
Trump comenzará su segundo mandato anunciando nuevos aranceles a los productos chinos con el fin de forzar un nuevo acuerdo económico con Beijing. Los líderes de China, por su parte, responderán con más fuerza y ofrecerán menos concesiones que durante el primer mandato de Trump, a pesar de la continua debilidad de la economía china. Temen que un enfoque conciliador avive la ya creciente ira pública en China al parecer que aceptan una humillación nacional.
El más delicado de todos los temas en las relaciones entre Estados Unidos y China es la política tecnológica. Beijing se opone a lo que cree que son intentos de Estados Unidos de congelar el desarrollo tecnológico de China para frenar el ascenso económico del país. El equipo de seguridad de Trump agregará más empresas chinas a la llamada “lista de entidades”, lo que dificultará la concesión de licencias para ellas, y ampliará los controles de exportación a más sectores económicos.
Aunque no corren el riesgo de una invasión china en el 2025, las disputas sobre Taiwán también harán que las relaciones entre Estados Unidos y China sean más tóxicas. Aunque el propio Trump no parece estar interesado en Taiwán, los miembros más agresivos de su nuevo equipo presionarán no solo para que Estados Unidos estreche los lazos con Taipéi, sino también para que Estados Unidos garantice más explícitamente la seguridad de Taiwán. Esa es una línea roja para Beijing.
Por ahora, los líderes de China creen que sus tácticas de presión han mantenido a raya al presidente nacionalista de Taiwán, William Lai, y probablemente tengan razón. La economía de Taiwán sigue siendo fuerte y no necesita provocar a China para reforzar su popularidad pública. Pero si Beijing percibe que Taipéi ha dado pasos sustanciales hacia una mayor independencia de facto o si Washington cruza alguna de las otras líneas rojas de China, la situación podría escalar militarmente a través de un bloqueo o la toma de una de las islas exteriores de Taiwán. Estos riesgos crecerán a medida que se acerquen las elecciones del 2028 en Taiwán y Beijing aumente la presión para evitar otra victoria de Lai.
Ni China ni Estados Unidos quieren una crisis. Sus líderes esperan priorizar la política interna. Xi enfrenta serios desafíos económicos, crecientes preocupaciones sobre la estabilidad social y un liderazgo militar en desorden. Trump quiere evitar cualquier problema que pueda hundir el mercado bursátil estadounidense y espera llegar a acuerdos que aumenten la confianza en su liderazgo. Con un gobierno unificado y un control consolidado de su partido, Trump está en una mejor posición que Biden para garantizar que Washington habla con una sola voz.
No hay base para un acuerdo que fortalezca las relaciones más amplias entre Estados Unidos y China. La determinación de Trump de aumentar la presión sobre China y su tambaleante economía empujará a los líderes chinos en la dirección opuesta.
Los efectos de la próxima ruptura de relaciones se sentirán en todo el mundo. La mayoría de los países no tienen interés en una nueva Guerra Fría, por lo que es poco probable que esta se produzca a corto plazo. Pero los aliados y socios comerciales de Estados Unidos pueden verse cada vez más obligados a elegir un bando.
Ni China ni Estados Unidos quieren una confrontación costosa en el 2025, pero las primeras señales tanto de Beijing como de Washington nos muestran que el conflicto es cada vez más difícil de evitar.
–Glosado, editado y traducido–