Por: Hugo Neira, Sociólogo
El Comercio, 21 de noviembre de 2018
“En castellano se usa poco la palabra revuelta”. Esta frase inicia un célebre texto del mexicano Octavio Paz. “La revuelta es popular y expresiva”. La rebelión –añade– “es una sublevación solitaria o minoritaria”. Texto de 1978, y que me ha acompañado toda mi vida, una tríada que no ha perdido su vigencia. La otra idea es revolución. ¿Por qué Paz? Le dieron el Nobel de Literatura, no por escribir novelas, sino por poeta y ensayista. Paz, un gran pensador latinoamericano. “El laberinto de la soledad”, una pena que muchos peruanos no lo conozcan. Me armo de estos conceptos para abordar lo que nos está pasando. En particular, el tema del asilo.
Vamos al grano. El tema crucial es la corrupción. Qué duda cabe, desde los años 90, el país ha crecido económicamente y a la vez se ha corrompido. Odebrecht pudrió por decenios a políticos y de paso a funcionarios, estudios de abogados y la mar en coche. Hay una parte de la sociedad que está hambrienta de justicia, y otra que ha lucrado. Y es cierto que los presidentes en los últimos 18 años, o están pedidos o tienen procesos judiciales abiertos. ¿Pero dónde está el error? En la “detención preventiva”. Investigar, sí. Pero sin arrasar los derechos humanos y la libertad del ciudadano. Ya sé, hay esa ley, pero abre de par en par las puertas a un poder sin límites. La preventiva, mañana un opositor; pasado cualquier disidente. De la anticorrupción nos estamos deslizando al hábito de la persecución. De la sartén al fuego.
Privar de libertad es muy práctico. Se ponen esposas o grilletes a un personaje y su contorno comienza a cantar. El problema es que eso no es novedad. Lo preventivo se ha usado en el muy eficaz Estado totalitario de la Unión Soviética. Ni los comunistas que eran parte de las instituciones gubernamentales estaban a salvo de una acusación. El pragmatismo cínico escogía las víctimas entre sus propias filas. Eso se llama purga. Y con los nazis, ¿quién podía estar seguro con su mórbida revolución? Nosotros, a la peruana, “la fiscalía ha creado un clima de indefensión jurídica”, dice Alan García en su carta al presidente uruguayo. O sea, aun con ausencia de pruebas, cualquiera puede ser puesto en la “preventiva”. No es, pues, un asunto solo de ex presidentes sino de 32 millones de ciudadanos, hoy desprotegidos.
El asilo de Alan García es el mayor golpe dado al presente gobierno. Es la “rebelión”, a decir de Octavio Paz. Palacio ha actuado como si el Perú estuviera fuera del planeta. Olvidaron que el individuo y sus derechos no tienen fronteras, de ahí el exilio. Los apristas, en particular, saben cómo es eso. Estamos dentro de una realidad global. En el inmenso tráfico de la mundialización, no solo corren negocios sino noticias. No se priva de libertad así porque sí. Cierto, es difícil y a veces imposible desenredar la telaraña de las mafias, eso en todas partes. Pero la medicina que aquí se aplica es peor que la enfermedad.
En cuanto a la protesta, los pueblos no son infalibles. El lumpemproletariado llevó al poder a Hitler. Los españoles, dados los excesos de los republicanos, soportaron a Franco 40 años. En Chile, al general Pinochet lo apoyaron clases medias contrarias a Allende. Hay revoluciones reaccionarias. ¿Eso queremos? ¿Y qué pasa si Butters tiene razón y se avecina un flujo de ex alcaldesas y ex presidentes rumbo a las otras embajadas en Lima?
La rebelión es el arma pacífica ante las leyes despóticas. La Independencia fue una rebelión. Piérola, Castilla eran rebeldes. Solo se obedece lo justo.