Hugo Neira, Sociólogo
El Comercio, 13 de agosto de 2016
Hace un mes al clima político lo traté de calma chicha. Se ha transformado en luna de miel. Es natural. Los ciudadanos esperan los pasos venideros, propuestas del Ejecutivo, respuesta de la cámara legislativa. Entre tanto, el presente artículo prefiere abordar una temática igualmente decisiva. La escena política del mundo. Acabo de llegar de un viaje en cierto modo agotador. He estado no en uno sino en tres congresos internacionales de ciencias políticas. En Querétaro y Monterrey, en México. Y en Poznan, en Polonia. De mis ponencias no me ocupo sino de cómo los politicólogos, venidos de todos los puntos del horizonte, perciben el estado del planeta. Las ponencias fueron precisas, un país o una región del mundo, y un tema empírico ligado a una hipótesis teórica. Tomé notas y trabajé como un escolar en apuros. No me ocuparé de lo dicho en Querétaro y Monterrey, temas latinoamericanos en suelo mexicano, no esta vez.
Solo la cita de Poznan –que esperábamos fuera en Estambul– reunió miles de oyentes y ponencias escritas. Organizada por la IPSA (International Political Science Association), solo el catálogo de temáticas tiene el grosor de una guía de teléfono. Hubo unas 500 mesas de exposición y debate en el curso de cuatro días y está claro que resultaba imposible asistir a todas ellas. Sobre Poznan, citaré algunos temas abordados, muy diversos entre sí. Recuerdo la discusión sobre políticas comparativas por regiones, lo que podía abarcar desde Tijuana en México hasta Brasil, o la evolución en el Sahara africano. Y la desigualdad en China y África. En otras mesas se abordaba a las migraciones.
O la burocracia en Corea del Sur. O los modelos de federalismo. Y el tema de las desigualdades, en Egipto, una tarde entera, y en China. Unos días después, la regeneración de los partidos españoles. O la binacional percepción de la política de Obama. No dejaron de haber mesas sobre los gobiernos locales, el tema de género, el etnocidio y los votantes, los parlamentos elitarios, los populismos. Una mesa se ocupó del ISIS o Estado Islámico. Y un tema que nos toca, la judicialización de la política.
Pese a la vastedad de la información, intentaré hacer una síntesis. Tengo la sensación, que confirmaré leyendo por entero esa masa de ponencias en los meses venideros, de que predominaron tres tendencias. A saber, la preocupación por el Estado de derecho y en general por el Estado. La segunda, la calidad de la democracia unida al tema de los asedios que sufre. La tercera, las élites políticas y la emergencia de nuevas fuerzas ligadas a la globalización económica. No por separado, Estado, economía, sociedad. Se interactúan.
Por otra parte, no hay señales de un cambio radical de la economía hegemónica. Dicho de otra manera, la ciencia política no vislumbra una alternativa inmediata al capitalismo, salvo casos aislados. Pero no por ello hay que pensar que el congreso en Poznan se reunió para celebrar el neoliberalismo. Profesionalmente y en búsqueda de lo real se reunió para examinar “la política en un mundo de desigualdades” (Politics in a World of Inequality). Lo cual, para decirlo con todas sus letras, renuncia a dos posturas más bien ideológicas y poco realistas. Por un lado, las economías planificadas han fracasado en Rusia, Europa, Asia y América Latina. Por otro lado, tampoco se suman a los ultraliberales que piensan que todo se reduce a más mercado, más negocios, más inversiones.
La globalización del mundo no es discutible, pero tanto como crea riqueza crea nuevos problemas políticos y sociales. Entre ellos, la sucesión de crisis. En un estudio reciente, dice Niall Ferguson, de Harvard, que desde 1870 se ha identificado unas 148 crisis, y la economía, “sujeta a la fuerza motora del auge del dinero y del progreso humano”, es también “el reino de la incertidumbre”. (“The Ascent of Money: A Financial History of the World”, 2008).
Entonces el otro gran problema, que se vincula paradójicamente al auge económico, es el de desigualdad. En fin, escuchando las discusiones de Poznan, Querétaro y Monterrey, vi con más claridad algunos de nuestros grandes defectos, tan grandes que no tienen agenda. Se necesita del Estado. Y no cualquier tipo. Se necesita el Estado de derecho. Sabemos que hacia el 2030, cuando la humanidad llegue a los 9 mil millones de seres humanos, un 59% estará en las clases medias. Ahora bien, ¿eso garantiza gobernabilidades más estables? De ninguna manera. La lucha que se avecina no solo es por dinero sino por derechos. A ver si nos damos por enterados.
Aterricemos en Lima. De esas tres preocupaciones planetarias –la importancia del Estado de derecho, la calidad de la política y la democracia, las relaciones del poder y la economía– tengo la impresión de que solo nos importa actualmente la tercera. ¿Quién negará que es importante? Reducción del IGV, infraestructura, pero es muy difícil, casi imposible, cambiar el Poder Judicial con una ley, o la tramitología. Se necesita una reforma del Estado en sendos casos. Por ejemplo, establecer una carrera de servidor público por concurso, como ocurre en sociedades del más avanzado capitalismo. Y establecer reglas y normas estables. Hernando de Soto sostiene que el Estado actual produce 100 normas por día. O sea, al año, 30 mil normas. Se necesita, dice, un sistema estable que no acumule las trabas. El mal estado del Estado no ayuda a ningún gobierno.
Lampadia