Gonzalo Llosa
El Comercio, 3 de noviembre del 2024
Combinadas, ambas políticas constituyen un viento a favor para el ciclo económico global. Si se implementan correctamente y sin eventos disruptivos adicionales.
Se dice que las malas noticias viajan rápido, mientras que las buenas lo hacen lentamente. Tal vez por eso algunas novedades positivas recientes no han sido destacadas más allá de los medios especializados.
Me refiero a los impulsos de política económica provenientes de las dos economías más grandes del mundo: Estados Unidos y China. En el contexto actual, ambos eventos aumentan la probabilidad de un crecimiento global más estable, prolongado y equilibrado.
En el primer caso, tras el retorno de la inflación a niveles normales, a mediados de setiembre, el Comité de Política Monetaria de la Reserva Federal de Estados Unidos (FED) decidió reducir su tasa de interés de los fondos federales en medio punto porcentual, bajándola del rango de 5,25%-5,50% al rango de 4,75%-5,0%.
Esta decisión marca el inicio de un esperado proceso de reducción de tasas, posicionando a la economía estadounidense hacia un ciclo expansivo más duradero.
En cuanto a China, en las últimas semanas se han implementado medidas audaces para abordar una situación completamente diferente. Las autoridades han reducido las tasas de interés controladas por el Estado e inyectado liquidez al sistema financiero y a los gobiernos locales.
En gran parte, estas medidas están enfocadas en rescatar al sector inmobiliario de la precaria situación que atraviesa y, de este modo, revitalizar la demanda interna en un contexto de baja inflación. Esta situación ha empeorado desde que China abandonó las estrictas restricciones de su política de COVID-19 cero.
Combinadas, ambas políticas constituyen un viento a favor para el ciclo económico global. Si se implementan correctamente y sin eventos disruptivos adicionales, podrían equilibrar el crecimiento de la demanda interna con el de la oferta a largo plazo, lo que sería el mejor de los escenarios.
Sin embargo, existe el riesgo de que estos impulsos no logren estabilizar completamente a estas economías, lo que, en el mejor de los casos, llevaría a una recalibración de las políticas económicas.
Si las medidas adoptadas son efectivas, estaríamos entrando en una fase que no hemos vivido desde la pandemia: un período caracterizado por un crecimiento y una inflación relativamente estables y normales. Estas buenas noticias merecen ser difundidas más rápidamente.