Por: Francisco Tudela
El Comercio, 12 de setiembre de 2021
La campaña electoral, que culminó en la cuestionada victoria de Perú Libre y la posterior conformación de su Gobierno, ha revelado al Perú la supervivencia, en ciertos ambientes magisteriales y universitarios, de la ideología del Partido Comunista del Perú – Sendero Luminoso (PCP-SL). Esto es, del marxismo-leninismo mariateguista. Mal que bien, el lema del PCP-SL era “Por el sendero luminoso de José Carlos Mariategui”. El actual partido de Gobierno se declaró partidario de esa ideología, que es el comunismo maoísta.
Algunos destacados ministros y congresistas de Perú Libre proceden de ambientes del entorno de Sendero Luminoso y han declarado abiertamente cosas como que Cuba no es una dictadura o que Edith Lagos y los senderistas “son peruanos que tomaron una vía equivocada”. Cuando son entrevistados por la prensa, se rehúsan a admitir que los miembros de Sendero Luminoso eran terroristas y callan sobre sus ataques feroces a nuestra sociedad, los cuales, desde 1980, costaron la vida a más de treinta mil peruanos, sin contar con el dolor infinito de los deudos y las inmensas pérdidas materiales que sufrió el Perú.
Esta actitud impenitente es una advertencia importante para los peruanos sobre los peligros del negacionismo comunista y su relación con el olvido histórico. La negación de hechos históricos comprobados –como cuando estas personas afirman que “la marina comenzó el terrorismo” o la tergiversación de la historia criminal de Sendero Luminoso, calificando sus actos de “era de la violencia” o “guerra interna” para omitir y escamotear el crimen del terrorismo y su agresión al Perú– son actos de negacionismo marxista-leninista. Con estos buscan disfrazar como acción política beligerante lo que, en la realidad de los hechos, jamás constituyó un conflicto armado interno, tal como lo define estrictamente el derecho humanitario.
Las guerrillas del 65, Sendero Luminoso y el MRTA jamás pasaron de ser organizaciones terroristas que violaban arteramente las leyes de la república y mataban cruelmente al prójimo. Jamás pretendieron, en su cruel accionar, aplicar ni invocar las leyes de la guerra ni la más elemental compasión humana. En la negada hipótesis de que hubiesen sido miembros de las fuerzas armadas de un Estado enemigo atacante, al ser capturados por nuestras fuerzas armadas, hubiesen tenido que ser sumariamente juzgados y condenados como criminales de guerra por su vil e infame conducta.
El negacionismo comunista no solo es un problema peruano, sino universal. Es similar al negacionismo y revisionismo nazi, que niega la existencia de la Shoah, el holocausto judío. Los comunistas del mundo entero esquivan o minimizan con distintos pretextos la infinidad de masacres y genocidios cometidos por ellos en la URSS, en Ucrania, en la China, en los países bálticos y Polonia, en Europa Central, en Camboya y Vietnam, en Etiopía, Angola, Mozambique y Zimbabue, así como en Cuba, Nicaragua y el Perú. Todo suma no menos de 100 millones de asesinatos, tal como lo señala Stephane Courtois en el “El libro negro del comunismo” (2000).
Durante todo el siglo XX, y a pesar de las evidencias en contrario, los comunistas gozaron de la impunidad otorgada por su negacionismo. Aleksandr Solzhenitsyn fue el primero en lograr romper la cortina de hierro del silencio negacionista con su “Archipiélago Gulag” (1974), del cual había sido prisionero durante años. Al caer el muro de Berlín en 1989 y la URSS en 1991, el combate contra el negacionismo se intensificó. Con la creación del Tribunal Penal Internacional en 1998, todos los tipos penales de estos crímenes contra la humanidad fueron juzgados imprescriptibles. En ese periodo, los archivos soviéticos se abrieron para la investigación, revelando el registro minucioso de todas las atrocidades. En el 2005, en el sexagésimo aniversario de la liberación de los campos de concentración nazis, el escritor Jorge Semprún, antiguo militante comunista y exprisionero de Buchenwald, expresó el deseo de que la historia horrenda de los campos de concentración comunistas encuentre un lugar destacado en la memoria colectiva de Europa.
Claro está, esto no ocurre así en América Latina, porque aquí las peores manifestaciones del terror comunista son vistas como lejanas, como cosas de otros continentes. Por su parte, los horrores cometidos por los Gobiernos marxistas-leninistas de nuestro continente, así como de los partidos comunistas terroristas de América Latina, son pasados por agua tibia, ayudados desde el magisterio y la academia por una omisión histórica, casi deliberada, que le permite a nuestros notorios “marxistas-leninistas mariateguistas” peruanos de hoy en día seguir actuando impunemente con bandera negacionista.