Por: Fernando Carvallo
La Conferencia Anual de Empresarios, CADE, se inauguró ayer en su tradicional sede de Paracas, cerca al lugar en el que desembarcó en 1820 el general San Martín para iniciar la gesta que culminó con la Independencia de nuestro país. Resulta estimulante ver cómo los empresarios analizan algunos de los principales problemas económicos y sociales de nuestro país, en búsqueda de aportar soluciones y adoptar compromisos. Este año CADE pone un énfasis especial en el tema de la la corrupción y la degradación de nuestros indicadores de competitividad. La presencia de especialistas de otros países permite un análisis sin complacencia de lo que mejora y de lo que empeora. Que los empresarios sean capaces de ese ejercicio crítico y autocrítico resulta alentador, porque ese no es el caso de otros sectores de nuestra sociedad: los partidos políticos son cada vez menos capaces de proponer ideas, las Universidades concentradas en sus problemas internos, los intelectuales con frecuencia desconectados de la evolución de nuestra sociedad, las ONGs focalizadas en sus temas específicos, los sindicatos incapaces de adaptarse a las nuevas condiciones de la economía y el empleo. Dada nuestra tendencia nacional al autodenigramiento, pocos reconocen el mérito que corresponde a los empresarios en la extraordinaria reducción de la pobreza que nuestro país ha vivido durante los últimos lustros y el esfuerzo de las empresas para adaptarse a las condiciones del comercio internacional dinamizado por los Tratados de Libre Comercio y la apertura de los mercados.
La mayoría de los gremios empresariales y cada vez más empresarios a título personal parecen haber sacado lecciones de las revelaciones sobre corrupción. De ahí la generalización de códigos de ética y protocolos de cumplimiento (compliance), pero también la creación del Consejo Nacional Anticorrupción y la iniciativa de Empresarios por la Integridad. Por su parte, la CONFIEP ha reiterado que todas las donaciones recibidas de empresas nacionales y extranjeras fueron bancarizadas y destinadas no a campañas electorales, sino a la promoción de los objetivos propios de la empresa privada.
La CADE ha tenido la buena idea de invitar a la sesión inaugural a un célere periodista del New York Times, tres veces ganador del Premio Pulitzer, el ensayista Thomas Friedman. Dando muestras de una rara capacidad de síntesis y de una pasión que no ha sido desmentida por su larga carrera en Washington y capitales del Medio Oriente, Friedman sostuvo que los dirigentes políticos de nuestra época no están a la altura de la aceleración que la tecnología causa en campos tan diversos como la política, la ética, la educación y el mundo laboral. Sostuvo que Hong Kong es el país que encara mejor los desafíos del futuro, gracias a su combinación de “espíritu emprendedor chino y voluntad británica de respeto al imperio de la ley”. Pesimista sobre su propio país, afirmó que el Congreso de Estados Unidos estaría dispuesto a “legalizar los sobornos a los partidos políticos” como consecuencia de los costos astronómicos de las campañas electorales. Friedman dijo discrepar sobre absolutamente todo con Donald Trump, excepto en un punto: el rechazo a la política comercial de China, basada en el robo de la propiedad intelectual. Se aventuró a anticipar que la cumbre del G20 en Buenos Aires significará solo una tregua entre Trump y su homólogo chino.
Así comienza CADE este año, con la voluntad de responder a un mundo que exige compromiso con valores como integridad, cuidado del medio ambiente, respeto a las comunidades, equidad de género. Y con la capacidad de escuchar a un intelectual ajeno a todo dogmatismo, que cree por igual en la fuerza productiva de la empresa privada y en la aspiración de los ciudadanos a que se garanticen prácticas justas, honestas y sostenibles.
Las cosas como son
