Felipe Ortiz de Zevallos
El Comercio, 7 de setiembre del 2025
“El acceso al gran mercado estadounidense se estaría volviendo un privilegio político condicionado, lo que podría generarle a EE.UU. algunos avances de corto plazo, pero debilitaría simultáneamente alianzas e instituciones”, opina Felipe Ortiz de Zevallos, fundador de Apoyo.
La guerra comercial que el gobierno del presidente Donald Trump ha iniciado, en el intento de enfrentar la creciente amenaza que China representa para la hegemonía norteamericana, ha generado algunos efectos traumáticos en el sistema del comercio internacional, uno cuyo diseño EE. UU. lideró a partir de la Segunda Guerra Mundial. Si los sucesivos ajustes arancelarios que la Casa Blanca viene aplicando tuvieran como principal fin reducir los desbalances comerciales de su economía, su manejo tendría que reflejar mejor esa lógica. En cambio, tales ajustes parecerían tener como principal objetivo el premiar el alineamiento geopolítico, castigando la independencia. El acceso al gran mercado estadounidense se estaría volviendo así un privilegio político condicionado, lo que podría generarle a EE. UU. algunos avances de corto plazo, pero debilitando simultáneamente las alianzas e instituciones que por décadas sustentaron su poder vital y económico. Para el Perú, el contar con un TLC operativo y un superávit comercial con EE. UU. constituyen ventajas comparativas, mientras duren.
La Organización Mundial del Comercio (OMC), a la cual China recién accede en 2001, ha dejado de funcionar, casi. Su función era negociar y monitorear los compromisos que asumían sus países miembros. Pero principios comerciales antes rectores -como el de la Nación Más Favorecida- que obligaba a los países a extender a los demás el otorgamiento de cualquier concesión comercial que no fuera consecuencia de un tratado de libre comercio, se han vuelto letra muerta desde el momento en que la Casa Blanca fija y ajusta arbitrariamente sus aranceles. Cabe señalar que China ya es el principal socio comercial de 60 países, el doble que EE. UU.
Pero, con lo importante que es, no resulta el comercio el único frente en esta pugna. En 2022, el exsecretario de Estado de EE. UU. Antony Blinken llegó a afirmar: “China es el único país que tiene, a la vez, la intención de reformular el orden internacional y el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para hacerlo”.
Hay quienes sostienen que China es un país de ingenieros que construyen en demasía, incluso lo innecesario; mientras que EE. UU. es un país de abogados que muchas veces complican y atrasan lo esencial.
La pugna en el ciberespacio es un ejemplo. Desde hace 3 años, un complejo ataque -bautizado como el Tifón Salino- ejecutado por piratas informáticos chinos afectó gravemente gran parte de la red de telecomunicaciones estadounidense. El gobierno chino niega cualquier responsabilidad en el mismo. Pero su gravedad podría explicar el alineamiento de casi todas las empresas tecnológicas norteamericanas líderes con el gobierno de Donald Trump.
China pretende dominar el espacio de la batalla digital, uno que podría darle acceso a cada red energética, sistema de transporte y de telecomunicaciones, planta de tratamiento de agua, y hospital de EE. UU. Buena parte de la infraestructura norteamericana, más antigua, se encuentra poco preparada para responder a esta amenaza. Así, en cualquier crisis futura, la información supuestamente captada por los piratas cibernéticos chinos permitiría acciones como demorar movilizaciones militares, impedir el funcionamiento de los sistemas de control aéreo, o causar bloqueos energéticos en cascada. No parecería haber simetría entre las maneras en que Beijing y Washington plantean la defensa cibernética de sus sistemas, incluyendo los recursos que dedican a tal propósito. El último número de Foreign Affairs incluye un artículo de la especialista Anne Neuberger titulado: China viene ganando la guerra cibernética.
También, durante la última década, se ha experimentado una muy significativa transformación en el mundo académico que ha renovado la jerarquía entre las instituciones de investigación científica. Según las últimas clasificaciones del Nature Index, uno que desde 2014 rastrea las afiliaciones de los artículos científicos de mayor calidad, 9 de las 10 principales instituciones de investigación del mundo serían ahora chinas, siendo la Universidad de Harvard -con la que el presidente Trump tiene un enfrentamiento y a la cual le viene recortando fondos- la única presencia occidental en el escalón superior.
Según Lee Jong-Wha, profesor de Economía de la Universidad de Corea, en las primeras clasificaciones del Nature Index Global, apenas se listaron 8 universidades chinas entre las Top 100. Actualmente, ya suman 42 las que alcanzan dicha categoría, contra 36 de EE. UU. y 4 de Gran Bretaña.
Por ejemplo, la Universidad de Ciencia y Tecnología de China (USTC) produce, cada año, más de 2.500 artículos de investigación de alto impacto en campos que van desde la computación cuántica hasta las energías renovables, superando a Harvard. Ya, en química, por ejemplo, las 10 principales instituciones del mundo serían todas chinas. Sólo en la investigación biomédica, EE. UU. mantiene un liderazgo comparable.
También cabe mencionar los cambios de tendencia en la inmigración. En EE. UU., la mitad de las ‘startups’ unicornios (que alcanzan US$1.000 millones en valor) tiene, al menos, un inmigrante fundador y una cuarta parte de ellos fueron iniciadas por individuos que arribaron a sus costas como estudiantes. A los símiles de éstos, recientemente, se les viene dificultando y hasta negando las visas. La capacidad de sus universidades para atraer el mejor talento mundial constituía una ventaja evidente para EE. UU., la que podría estar empezando a perder. Las universidades de Beijing y Tsinghua, por ejemplo, ya se encuentran entre las 20 mejores del mundo. Y la universidad de Zhejiang, que tuvo a la de Stanford como modelo, ha contribuido a transformar a la ciudad de Hangzhou en un Silicon Valley chino de donde emergió DeepSeek.
En China, cada año, se gradúan casi dos millones de ingenieros y científicos. En Inteligencia Artificial (IA), son más de 600 las universidades chinas que ofrecen diplomas. Y de los investigadores líderes en el tema, cerca de la mitad son chinos y un número creciente ya prefiere quedarse a trabajar en su país.
En los últimos 100 años, EE. UU. lideró el mundo por su indudable poderío militar, por la creciente capacidad de innovación y desarrollo de sus investigadores y empresarios, y por una visión social mayoritariamente optimista sobre el futuro, planteada en un contexto de mercados libres y un estado de derecho funcional. Obtuvo con ello, también, un importante poder blando en los mundos académico y cultural. Algunas de estas fortalezas se encuentran hoy en jaque.