Enrique Krauze
El Comercio, 16 de junio del 2025
“Estamos enterrando algo muy preciado: un margen de protección frente a las arbitrariedades del poder”.
Días antes de la aberrante “votación popular” celebrada en México el 1 de junio para elegir jueces, magistrados y ministros de la Suprema Corte de Justicia, escribí la red X: “No votarás la prostitución de la democracia. No votarás la corrupción del voto. No votarás el fin de la justicia. No votarás la muerte de la república”. Lo que ocurrió en la elección y lo que ha sucedido desde entonces confirman, con dolorosa precisión, los cuatro mandamientos que seguí para no acudir a votar ese día infausto.
1. Prostitución de la democracia: en los tiempos del PRI se escenificaban comicios cuyo propósito no era conocer la opinión de la ciudadanía, sino fingir que coincidía con la del poder. El candidato oficial a ocupar cualquier puesto, ungido desde arriba, ganaba siempre: el aparato del Estado, el partido, la maquinaria electoral lo respaldaban.
Hoy la democracia sufrió una vejación mayor. Apenas participó el 10% del padrón de votantes, pero fue suficiente para consumar la captura del Poder Judicial por el Poder Ejecutivo mediante una supuesta “voluntad popular”. Se impuso una minoría, sin tomar en cuenta a la verdadera mayoría, el 90% que se abstuvo.
Meses antes vimos cómo, sin rubor alguno, el gobierno seleccionó a los aspirantes a ocupar las plazas de ministros de la Suprema Corte. El proceso lo impuso la fuerza mayoritaria del partido en el Congreso y la presidencia. Así, la voluntad popular no fue consultada: fue utilizada. Lo que se presentó como una ampliación de la democracia fue, en realidad, su prostitución.
2. La corrupción del voto: el viejo sistema priista instituyó la corrupción del voto mediante prácticas electorales fraudulentas que parecían ya parte del folclor y recibían graciosos nombres populares. Lo que la Constitución consagra como voto “libre y secreto” se redujo a un voto dirigido, inducido, vigilado. Las redes difundieron videos que muestran cómo el sufragio, lejos de ser expresión individual, se convirtió en acto de servidumbre.
La cultura cívica retrocedió décadas. Muchos ciudadanos se abstuvieron. Y no por desinterés, sino porque intuyeron -correctamente- que el voto se estaba corrompiendo. Votar en esas condiciones no era ejercer un derecho, sino participar en un simulacro.
3. El fin de la justicia: en ningún país se elige a los jueces como se ha hecho en México. Desde tiempos bíblicos hasta las democracias modernas, el juez ha sido una figura distinta, separada del poder e incluso opuesta a él. Nunca subordinada. Ahora en México, el Poder Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial obedecen a Morena, el partido en el gobierno. Los tres poderes son ya uno y no tienen límites ni contrapesos.
Esta elección ha significado el fin de la carrera judicial y el despido de cientos de jueces, con el consiguiente despilfarro de capital humano y de experiencia. Obviamente, no todos los jueces removidos eran rectos, pero la depuración debió ser paulatina y racional: destruir no es reformar.
Los nuevos jueces, con plena certeza, no serán mejores que los viejos: varios juristas han señalado la escasa preparación jurídica entre muchos de quienes ganaron (incluso en los cargos más altos, los ministros de la Suprema Corte de Justicia), y el riesgo de que actúen al servicio de los intereses económicos y políticos (o delictivos) que financiaron sus campañas.
Estamos enterrando algo muy preciado: un margen de protección frente a las arbitrariedades del poder, una salvaguarda de las libertades y las garantías individuales.
4. Muerte de la república: con esta elección el régimen ha destruido una historia republicana de división de poderes que comenzó en el Congreso Constituyente de 1824. Fue un ideal de institucionalidad y libertad muchas veces adulterado, pero nunca traicionado.
¿Cuánto tiempo, esfuerzo y dolor llevará restaurar la república? El costo lo pagarán las generaciones futuras.