Por: Eduardo Posada Carbó
El Tiempo, 17 de octubre de 2019
¿Estamos siendo testigos del fin de la democracia? ¿Cómo se estarían manifestando las señales del cadáver en ciernes? ¿Cuáles son las amenazas que estarían provocando su muerte? Estos son algunos de los interrogantes que motivan el ejercicio de David Runciman, profesor de Cambridge, en su libro How Democracy Ends (Profile Books, 2018).
El libro abre con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y cierra con un relato ficticio de la inauguración del futuro presidente de Estados Unidos en 2053. Por supuesto que la democracia no ha llegado a su fin con Trump, advierte Runciman: es, sin embargo, “un buen momento para comenzar a pensar lo que el fin de la democracia pueda significar”.
Los síntomas están por doquier; en algunos casos, más explícitos que en otros. Pero, según Runciman, la muerte de la democracia no está ocurriendo como en el pasado. En el pasado ocurría con “golpes de Estado”, coups de corte clásico, tan familiares en la región, algunas veces tras eventos trágicos, como los de Chile en 1973.
Coups como los de antaño son hoy una rareza. El ‘autogolpe’ de Fujimori, o lo sucedido en Venezuela, es más típico de lo que parece extenderse en muchas partes del mundo: el abandono de los pilares que definieron la democracia moderna, liberal y representativa.
Runciman no tiene en mente tales experiencias (aunque se refiere marginalmente al caso venezolano). Su foco está en las que él denomina “democracias maduras”, ubicadas exclusivamente en Estados Unidos y Europa. Más relevante para él es Grecia, lugar de un coup clásico en 1967. La crisis griega de la última década le sirve para ilustrar el problema: en apariencia, la democracia allí sobrevivió a la crisis, pero en el fondo sería una democracia engañosa.
Las preocupaciones sobre la suerte de la democracia adquieren tonos de urgencia ante la inminencia de catástrofes. ¿Sirve la democracia ante “riesgos existenciales” como los que estaríamos viviendo tras los cambios climáticos? Runciman se hace preguntas similares ante las amenazas de una guerra nuclear. Alertas sobre catástrofes motivan la movilización ciudadana, vital para la democracia. Pero es importante conservar la calma y las perspectivas.
Desde que la democracia moderna tomó auge, los marcos de referencia han cambiado. Las más interesantes reflexiones del libro de Runciman son las que dedica a la revolución de la era digital y a los desarrollos de la inteligencia artificial: ¿cuál será su impacto en la vida de las democracias?
En sus años mozos, internet fue visto como una ruta liberadora, la conquista democrática final. El resultado decepciona: unas pocas corporaciones acumulan información que les permite un extraordinario grado de manipulación de las vidas de billones de personas. Facebook, según Runciman, es hoy el nuevo leviatán: Zuckerberg representa una mayor amenaza para la democracia norteamericana que Trump.
¿Hay mejores opciones que la democracia para resolver los problemas del siglo XXI? Runciman explora algunas de las alternativas en oferta: “el autoritarismo pragmático, la epistocracia [el gobierno de los que conocen] y la tecnología liberadora”. Acude a Churchill para defender la democracia como el menos malo de los sistemas que conocemos.
Runciman no ofrece soluciones, sino algunas “lecciones” para el siglo XXI con el fin de apreciar dónde estamos hoy. “Las democracias occidentales están cuesta abajo” es una de ellas. Es iluso intentar recuperar su “juventud perdida”, otra. La muerte de la democracia imaginada por Runciman es la del lento final de la demencia senil. En vez de pensar en su epitafio, hay que redoblar esfuerzos para reimaginarla.