Diego Sánchez de la Cruz, Analista económico
Libremercado.com, 19 de Agosto de 2016
En 1975, Chile era un país devastado por las políticas intervencionistas de Salvador Allende. A la ruina socioeconómica se le sumaba la falta de libertades políticas. Y es que, en 1973, el golpe de Estado de las Fuerzas Armadas puso punto y final a la era marxista, pero instauró un régimen militar que fue encabezado por Augusto Pinochet.
La recuperación plena de la democracia no llegaría hasta 1990. Dos años antes, Pinochet sometió su permanencia en el poder a la voluntad mayoritaria de los chilenos. El «no» logró el 56% de los votos, mientras que el «sí» consiguió un 44%. Desde entonces, Chile se ha convertido en una de las democracias más estables de América Latina.
Años antes, en la segunda mitad de los años 70, Chile empezó a abrir su economía de la mano de jóvenes liberales que estaban muy influenciados por los trabajos de Milton Friedman, que recibió el Premio Nobel de Economía en 1976. Las reformas introducidas en aquellos años no solamente no han sido retiradas con el paso del tiempo, sino que han sido profundizadas en muchos casos.
El sistema privado de pensiones, pilar de desarrollo
Quizá la más importante de estas reformas fue la del sistema de pensiones, encabezada por José Piñera. Con este cambio, Chile pasó del sistema de reparto a un modelo de capitalización en el que las cotizaciones sociales se depositan en fondos de ahorro que controlan los propios trabajadores, que tienen libertad para elegir si consignan sus aportaciones a inversiones más conservadoras o más arriesgadas.
Piñera fue entrevistado por el equipo de Libre Mercado en un programa especial de esRadio emitido en 2014. Según apuntó entonces, «las pensiones de los chilenos se iban antes al hoyo del sistema de reparto, pero ahora van a una cuenta que permite beneficiarse del milagro del interés compuesto. Cada trabajador se convierte así en un propietario, en un pequeño capitalista. Esto genera pensiones más altas, pero además se traduce en incentivos muy positivos, porque el trabajador está llamado a ahorrar más, trabajar más, aportar más… Se recupera el vínculo entre esfuerzo y recompensa. Después de tres décadas, la rentabilidad media es del 9% después de la inflación y el ahorro acumulado por los trabajadores chilenos ya equivale al 70% del PIB».
El que fuera ministro de Trabajo entre 1978 y 1980, tiene claro que la reforma de las pensiones confirma «el poder de las ideas» y destaca que «la pobreza ha caído del 50% al 7,8% mientras que el PIB per cápita ha subido de 5.000 a 23.000 dólares, gracias a las políticas liberales que se han aplicado en Chile».
La de las pensiones podría ser descrita como la madre de todas las reformas introducidas en Chile, pero también se introdujeron otras medidas orientadas a expandir la libertad económica: reducción generalizada de aranceles y trabas al comercio con el resto del mundo, reforma laboral orientada a reducir el peso de los sindicatos y flexibilizar el mercado de trabajo, privatización de empresas nacionalizadas/expropiadas por Salvador Allende, reducción del gasto público y de los impuestos, control de la inflación…
Con la llegada de la democracia, la mayoría de estas reformas han sido mantenidas e incluso profundizadas. La legitimación democrática de las políticas liberales ha arrojado excelentes resultados macroeconómicos. El gasto público sigue oscilando entre el 20% y el 25% del PIB, mientras que los ingresos fiscales también se mueven dentro de dicha horquilla. La deuda pública ha pasado del entorno del 45% del PIB a niveles cercanos al 20% del PIB.
El ‘nuevo Chile’
El nuevo Chile que nos encontramos décadas después, en 2016, ocupa el puesto número 7 en el Índice de Libertad Económica en el Mundo que elabora la Fundación Heritage y publica el think tank Civismo. En una escala de 0 a 100, Chile recibe 85 puntos en derechos de propiedad, 73 puntos en ausencia de corrupción, 83 puntos en control del gasto público, 75 puntos en sistema impositivo, 72 puntos en facilidad para hacer negocios, 64 puntos en flexibilidad laboral, 83 puntos en estabilidad monetaria, 86 puntos en apertura comercial, 85 puntos en facilidad para invertir y 70 puntos en la evaluación del sistema financiero.
Pero el progreso que garantiza el modelo liberal chileno está en peligro, principalmente por la radicalización de las fuerzas de centro-izquierda. Cierto es que la impopularidad de la antaño querida Michelle Bachelet invita a pensar que el giro izquierdista no ha gustado a la mayoría de los chilenos, pero los próximos años serán cruciales para frenar el deterioro de la libertad económica y volver a apostar por hacer de Chile un verdadero referente capitalista.
Lampadia