David Tuesta
Perú21, 24 de julio del 2025
«En el fondo, Petroperú no está siendo rescatada: está siendo alentada a seguir en su espiral autodestructiva».
¡Qué genios! En un acto de virtuosismo financiero, el MEF, Minem y Petroperú han venido pregonando que la solución al desastre de la petrolera estatal es reestructurarle la deuda y otorgarle garantía soberana. Pero tranquilos, nos dicen con tono paternal: no es más plata. Solo se trata de reprogramar, reordenar, refinanciar, reperfilar. Claro, con la firma de usted, estimado lector, como aval.
Lo escandaloso es que esta garantía no solo cubriría los US$2,300 millones que Petroperú ya le debe al Estado (Tesoro y Banco de la Nación). No. También podría alcanzar a su deuda privada: bonos internacionales por US$3,000 millones, créditos sindicados en Europa por US$1,300 millones, y otras obligaciones que han brotado como hongos en esta empresa sin rumbo. Es decir, convertimos una deuda sin garantía en una deuda soberana.
En un país con déficits urgentes en salud, educación, seguridad, y con regiones sin ejecutar ni el 40% de su presupuesto, el Gobierno decide blindar —con garantía del Estado— a una empresa que no solo linda con la insolvencia sino con la ineficiencia y un gobierno corporativo politizado.
Recordemos que desde 2022, el Estado ha capitalizado más de US$1,600 millones en préstamos, avalado créditos externos por US$1,000 millones, entre otros. Todo esto sin exigirle con firmeza resultados. Sin exigirle siquiera cumplir el plan de optimización que la propia empresa se comprometió en 2024 a ejecutar. Petroperú se comprometió a reducir la ejecución de gastos en 10% para 2024 y 30% adicional para este 2025. Prometió la venta de activos a través de Proinversión. Y, entre otras cosas, se comprometió a la transformación integral de la empresa a través de un PMO. ¿Cuánto de eso se ha cumplido? Poco o nada. Nadie sabe. Nadie pregunta. Nadie exige.
¿Qué tenemos a cambio? Una empresa pública que sigue sin rumbo, con una refinería de Talara sobredimensionada, una planta cuya operatividad y mantenimiento ha sido cuestionada por la propia ExxonMobil, y una gestión sin incentivos de mercado claros. Pero no importa. Para nuestros genios de la reestructuración financiera de Petroperú, la solución es sencilla: más garantías, más plazos, más deuda. Porque, seamos claros, si uno garantiza toda la deuda de una empresa ineficiente y politizada, lo único que garantiza es el siguiente salvataje. Y el siguiente. Y el siguiente.
La verdad es que no estamos ante una solución financiera. Estamos ante un acto de negación institucional. Y lo más grave: hacerlo con frescura, como si fuera una decisión estratégica, cuando en realidad es una cachetada a la pobreza.
Porque, en el fondo, Petroperú no está siendo rescatada: está siendo alentada a seguir en su espiral autodestructiva. Es como un adicto que, en lugar de entrar en rehabilitación, recibe otra línea de crédito para prolongar la fiesta. Hay solo más deuda, más excusas y más promesas vacías. Y ahora, con la garantía del Estado, no solo le estamos financiando la juerga: también le estamos asegurando que, pase lo que pase, estaremos ahí para recoger los platos rotos.