David Tuesta
Perú21, 21 de agosto del 2025
Treinta años después de que Los Enanitos Verdes popularizaran la canción “Lamento Boliviano”, el país que inspiró ese título parece haber llegado a un punto de inflexión. Tras casi dos décadas de hegemonía socialista, Bolivia se encamina a una segunda vuelta electoral sin el MAS como protagonista y con dos candidatos de centro-derecha y derecha —Rodrigo Paz Pereira (PDC) y Jorge ‘Tuto’ Quiroga (Alianza Libre)— disputando el liderazgo político. La pregunta que se abre no es menor: ¿estamos frente al fin del lamento boliviano o apenas ante un interludio en medio de una partitura inconclusa?
El balance económico de estos años ofrece pocas dudas. Entre 2006 y 2014, Bolivia vio la ilusión fruto del populismo: el PBI creció en promedio 5% anual, con picos de 6.8% en 2013, muy por encima del promedio regional. Ese supuesto “milagro” fue posible gracias al superciclo de las materias primas y a una política de gasto público expansivo, estatizaciones y subsidios, más que a un proceso de modernización productiva o atracción de inversión privada. Cuando el ciclo favorable terminó, la fragilidad quedó expuesta. Desde 2015, el crecimiento promedio se empezó a reducir inexorablemente con proyecciones de apenas 1.1% e incluso 0 para 2025.
El deterioro fiscal y financiero es aún más elocuente. En la primera década del MAS, el déficit fiscal era moderado —entre 0.7 % y 3.2 % del PBI— gracias a la magia de las materias primas, aunque en 2018 llegó a 8.3%. Hoy, la situación es mucho más crítica: el déficit supera el 10% del PBI. A esto se suma un endeudamiento creciente: mientras en la primera fase del MAS la deuda pública bruta se mantenía entre 35% y 40% del PBI, hoy empieza a coquetear con el 100%.
¿Y cómo explicar que este deterioro haya tardado tanto en reflejarse en las urnas? En parte, porque el discurso redistributivo del MAS encontró eco en una ciudadanía que durante los años de bonanza sintió mejoras palpables en consumo y reducción de pobreza. Pero también porque la oposición, particularmente las fuerzas de derecha carecieron de un relato convincente que conectara con los sectores populares y que ofreciera una alternativa creíble.
El caso boliviano abre, por tanto, una reflexión inevitable para Perú. En vísperas de nuevas elecciones, ¿debemos esperar veinte años de estancamiento para reconocer que el viraje que dio el país desde el 2011 a un modelo cada vez más populista, estatista y burocratizado ha dado resultados? La experiencia vecina demuestra que la factura del populismo se paga tarde o temprano, pero casi siempre demasiado tarde para evitar el sufrimiento social.
Quizá por eso vale la pena preguntarse si lo ocurrido en Bolivia es realmente el fin del lamento boliviano o apenas un cambio de compás. La ciudadanía ha castigado al socialismo, pero el reto que viene será mayor: demostrar que los nuevos liderazgos de centro-derecha y derecha pueden ofrecer un horizonte de estabilidad, inversión y productividad. Si lo logran, la canción podría dejar de ser un lamento para transformarse, al fin, en un verdadero contento nacional.