El catedrático del MIT repasa la lucha milenaria de la humanidad para controlar la tecnología en ‘Poder y progreso’ (Deusto). «La industria de Silicon Valley quiere que nos sintamos impotentes ante la inteligencia artificial para evitar que la regulemos»
El Mundo – España
GONZALO SUÁREZ
Redactor jefe
Glosado por Lampadia
En febrero de 1936, el escritor F. Scott Fitzgerald acuñó una de las definiciones de la inteligencia más famosas de la historia. «La prueba de un intelecto de primer nivel es su capacidad de manejar dos ideas contrapuestas al mismo tiempo y aun así mantener la capacidad de funcionar», escribió en un artículo en la revista Esquire.
«¡Oh, me encanta esa cita!», gesticula Daron Acemoglu, uno de los pensadores más influyentes del planeta, desde el salón de su casa en Newton (Massachusetts). «Ahora que la mencionas, refleja a la perfección la falsa dicotomía en la que está atrapado el debate sobre la tecnología. Unos sostienen que toda innovación es inherentemente buena porque ha sido la clave de la prosperidad del ser humano. Otros denuncian que toda innovación es inherentemente mala porque destruye empleos, invade nuestra privacidad… ¡y puede exterminar a nuestra especie de la faz de la Tierra!».
¿Entonces?
Como decía Scott Fitzgerald, debemos ser capaces de manejar simultáneamente en nuestro cerebro dos ideas aparentemente contradictorias. Una, que tenemos mucha suerte de vivir en el siglo XXI, con todos sus avances en medicina, computación, biotecnología, inteligencia artificial… Y, a la vez, que toda transición tecnológica tiene el potencial de dañar económicamente a millones de personas si no somos muy cuidadosos.
¿A qué nos lleva eso?
Una vez que eres capaz de manejar estas dos ideas a la vez, empiezas a hacerte las preguntas adecuadas. El verdadero debate no es si la tecnología es maligna o bondadosa, sino cómo conseguir que los avances beneficien a la mayoría de la sociedad, en vez de a una élite de ultramillonarios, y qué normas, instituciones y reformas sociales necesitamos para alcanzar este objetivo.
¿Por qué?
Me limitaré, por ejemplo, al ámbito educativo. Los profesores, los colegios y, por supuesto, los alumnos no están preparados para la revolución que supone lanzar una herramienta de IA generativa tan poderosa. Y menos sin un debate previo.
¿A qué debate se refiere?
Tenemos que cambiar el marco actual en el que unos sostienen que la IA es el mayor avance desde que se inventó la rueda y otros replican que los robots asesinos nos van a esclavizar a todos. Así no hay quien se aclare. Debemos adoptar un enfoque ‘pro-humano’ de la inteligencia artificial: que la tecnología trabaje para nosotros, en vez de trabajar nosotros para ella.
Para Acemoglu, este enfoque pro-humano tiene dos patas.
La primera, que la IA no sólo sirva para automatizar y destruir empleos, sino para ayudar a los trabajadores actuales a ser más productivos, aumentar el número de tareas que pueden ejecutar y, por tanto, estimular el crecimiento económico.
Y, la segunda, que la IA no dispare todavía más el control de la información que hoy poseen los gigantes tecnológicos, sino que estimule la participación de los ciudadanos y repare la erosión democrática que ya han sufrido docenas de estados liberales.
Suena bien, claro, pero la IA es una tecnología tan disruptiva que ni los legisladores más avispados entienden muy bien cómo funciona. ¿Qué le hace pensar que pueden regularla de forma eficaz?
Esa sensación de impotencia forma parte de la estrategia de la industria tecnológica. Quieren que creamos dos cosas. Primero, que todo avance tecnológico va a ser bueno para nosotros. Y, segundo, que nos guste o no se trata de algo inevitable, como un fenómeno meteorológico, así que debemos adaptarnos a ella sin condiciones, en vez de regularla. Y quienes no piensen así, afirman, son unos reaccionarios que pretenden frenar el desarrollo económico.
Usted cree en el libre mercado. ¿No opina que la regulación frena el progreso?
No necesariamente. En los últimos años, Google, Amazon, Apple y Microsoft se han dedicado a comprar cualquier ‘start-up’ que amenace su posición de privilegio porque así se lo permite la escuálida regulación antimonopolio de EEUU. Si realmente eres un tecnófilo que cree en el libre mercado, tienes que estar muy preocupado por esta concentración de poder que sofoca la competencia y la capacidad de innovar.
Para Acemoglu, nunca en la historia se había producido una acumulación de poder tan monstruosa. Ni siquiera en la Gilded Age, cuando mastodontes como Standard Oil o Carnegie Steel dominaban sus sectores, absorbían a sus competidores y acallaban a sus críticos con un fajo de dólares. «Estas empresas eran muy potentes, pero sólo dominaban un recurso físico», afirma Acemoglu. «Ahora, las tecnológicas controlan toda la información, qué se sabe y qué se oculta, nuestros datos y nuestros movimientos… Es lo más antihumano que se me ocurre».
Este tipo de afirmaciones han provocado que Acemoglu, un orgulloso centrista, haya sido tachado de «neoludita» por economistas como Tim Harford, en referencia a los obreros que destruían telares durante la Revolución Industrial por miedo a quedarse en paro. Sorprende que el catedrático del MIT no se muestre del todo incómodo con una etiqueta tan radical: «Algunas de las ideas de los luditas eran válidas, como su preocupación por la concentración de la riqueza en muy pocas manos. Pero, desde luego, que nadie piense que voy a animar a la gente a quemar servidores de datos».
¿Entonces?
Parar la tecnología es imposible. Es como tratar de frenar el curso de un río: aunque construyas una presa gigantesca, la acaba desbordando. Pero sí puedes administrar el flujo del agua para que beneficie a la sociedad en su conjunto.
Si cree que parar la tecnología es imposible, me extraña que usted fue uno de los principales firmantes de la célebre carta que pedía una moratoria de seis meses en todo avance en IA por sus «consecuencias potencialmente desastrosas»…
Voy a confesarte algo: firmé esa carta, aunque no estaba de acuerdo con gran parte de su contenido. No creo que la IA ponga en riesgo el futuro de la humanidad, ni que seis meses sea un plazo suficiente, ni siquiera que sea factible conseguir una moratoria temporal…
¿Por qué la firmó entonces?
Porque era una forma de que la sociedad en su conjunto empezara a reflexionar sobre los desafíos de la IA es una tecnología muy poderosa, que junta elementos disruptivos parecidos a la invención de la imprenta, la máquina de vapor y hasta la bomba atómica.
Explíqueme eso.
Se parece a la máquina de vapor porque tiene el potencial de destruir mucho empleo y, en aquel caso, tardamos más de 100 años en recuperar los trabajos que destruyó.
También tiene similitudes con la imprenta porque está en juego quién controla la información, que es la herramienta más poderosa para moldear las narrativas y controlar el pensamiento de la población.
Y, finalmente, me recuerda a la bomba atómica porque, aunque la energía nuclear sea un avance maravilloso, resulta tremendamente peligrosa si cae en las manos equivocadas.
De cero a diez, ¿cómo valora la gestión que estamos haciendo de una tecnología así de poderosa?
Está siendo horrible. Como mucho nos daría un dos sobre diez.
Vaya.
Hace sólo un año, antes de la famosa carta, nos habría dado un uno sobre diez. Algo hemos mejorado.
Dígame, entonces, cómo podemos llegar al aprobado.
Ahora que todos somos conscientes de las oportunidades y las amenazas de la IA, necesitamos alcanzar un acuerdo entre las grandes tecnológicas y la sociedad en una dirección más humana…
El discurso de Acemoglu empieza a resbalar por una pendiente igual de abstracta que los discursos de los políticos que tanto critica. Así que le pedimos que aterrice su discurso: si pudiera introducir tres cambios en la legislación mundial, ¿cuáles serían?
«Primero, eliminaría las distorsiones de la legislación fiscal que empujan a las empresas a automatizar demasiados empleos: subiría moderadamente los impuestos al capital y bajaría drásticamente los impuestos al trabajo, hasta eliminarlos si hace falta», afirma.
«Después, crearía un mercado de datos en el que cada ciudadano tenga acceso a la información que cada empresa dispone sobre él y reciba una parte de los ingresos que generan. Y, finalmente, fragmentaría las grandes empresas tecnológicas, que asfixian la innovación y distorsionan la dirección del I+D+i».
¿Y la renta básica universal?
Es curioso: es una idea que cuenta con apoyos desde la extrema izquierda, como Yanis Varoufakis, hasta la derecha libertaria, como Sam Altman, creador de Open AI. Pero a mí me parece horrible por tres motivos.
Primero, porque es derrotista: asume que el 80 o el 90% de la gente va a ser incapaz de ganarse la vida en un mundo postindustrial.
Segundo, porque es naif: nadie puede creer seriamente que las élites vayan a pagar suficientes impuestos para sufragar una renta universal.
Y, finalmente, porque no quiero vivir en un mundo en el que el 10% de la población diseña, mantiene y controla un montón de máquinas, mientras el resto sobrevive de las migajas que reciben. Ese mundo de clases ociosas, lejos de ser la utopía que algunos imaginan, sería la mayor distopía social jamás imaginada.
Lampadia
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Esta es la tesis central de Poder y progreso: Nuestra lucha milenaria por la tecnología y la prosperidad (Editorial Deusto), el esperadísimo nuevo libro de Daron Acemoglu, coescrito junto a Simon Johnson. Se trata de un minucioso análisis del impacto de la tecnología en la sociedad desde el Neolítico hasta nuestros días. A lo largo de 548 páginas repletas de datos -sólo la bibliografía supera el centenar-, los autores apuntalan su idea-fuerza: que el progreso no es el resultado automático de la innovación, como sostiene el discurso tecnoutópico de Silicon Valley, sino que requiere que la sociedad se organice para que sus beneficios se filtren a la mayoría de la población.
Nacido en Estambul en 1967, el catedrático del MIT se ha convertido en una de las voces más influyentes del debate público desde el éxito global de Por qué fracasan los países (Deusto, 2011). El ganador del Fronteras del Conocimiento de la FBBVA de 2017 y eterno favorito al Premio Nobel también forma parte del tridente de economistas más citados del mundo junto a Paul Krugman y Greg Mankiw. Hace tiempo, sin embargo, que su trabajo desborda ampliamente los corsés de la macroeconomía y se expande a la política, la historia y, ahora, la tecnología.
El libro no podría llegar en un momento más oportuno. Acemoglu entregó su manuscrito a la editorial hace un año, semanas antes de que el lanzamiento de Chat GPT desatara la obsesión por la inteligencia artificial (IA) de políticos, periodistas e intelectuales. «Lanzar un programa así de potente sin previo aviso ha sido uno de los actos más irresponsables del primer cuarto del siglo XXI», augura Acemoglu.