Por: Cesar Campos R.
Expreso, 06 de febrero del 2022
La ópera burlesca en la que Pedro Castillo ha convertido nuestra vida pública no tiene perdón. Carece de senderos para la enmienda frente a la abundancia de senderos “luminosos” que van consolidando su base sindical y social. El tema ya no es que haga transitar a diferentes ciudadanos y ciudadanas por las carteras ministeriales y los principales puestos estatales, al gusto de un centro penitenciario o un hospital psiquiátrico. Es algo más profundo y patético: la disolución de todos los ejes de la gobernabilidad y gobernanza como para siquiera decir que vivimos en una sociedad democrática y progresista.
Hoy está claro, clarísimo, que solo nos queda impulsar todos los resortes constitucionales para deshacernos de la banda que comanda Castillo Terrones. Quien se coloque al otro lado de esta línea, no es un creyente en las bondades de la administración del profesor: solo es un cómplice.
Como cómplices han sido algunos de los ministros salientes a los que políticos y prensa amiga pretenden colocar en los podios de la honorabilidad, el desprendimiento y la entrega hacia las mejores causas populares. Resulta despreciable el empeño de preservación a esta clase de personas cuyo oportunismo manifiesto se oculta en tardías reacciones de sorpresa o enfado ante las ya conocidas derrapadas morales del Presidente, junto a su entorno más cercano.
Empezando por la señora Mirtha Vásquez, capacitada en el centro de destrucción nacional más activo y aprovechado de los dólares de la cooperación externa: Grufides. Su ensañamiento contra la minería, lejos de apreciarse como un honesto reclamo de preservación del desarrollo sostenible con jalada de orejas a las industrias extractivas, tuvo todas las características de un francotirador que puso la mira inamovible en el núcleo de nuestra mejor fuente de empleo y recaudación fiscal.
Se vanagloria la señora Vásquez de haber propiciado “diálogo” en los conflictos sociales sin el costo de vidas humanas. Pero calla en todos los idiomas el precio que hemos pagado por la destrucción artera y delincuencial de la propiedad pública y privada, como fue el caso de las instalaciones de la empresa minera Apumayo en Ayacucho. Bajo el sombrero de “no criminalicemos la protesta”, los criminales actúan a su regalado gusto sabiéndose ajenos al imperio de la ley. Gracias Mirtha.
Y el otro es Pedro Francke, una especie de osito panda de la caviarada a quien se le quiere proteger como adalid del manejo responsable de la economía, pese a las disparatadas tesis colectivistas de las que hizo gala años de años. Cuando dejó la guitarra comunista para tocar el cajón de la realidad, lanzó la memorable frase del resentimiento con la que será recordado por el resto de su vida: el hígado hincado y el ojo picado ante los automóviles de alta gama.
Puedo seguir con otros y otras, pero la columna no da para más. Esta gente no merece ningún puente de plata tras su salida. Caminarán siempre por el puente de lodo que voluntariamente hallaron como realización perentoria de su trágica existencia.