Por: César Campos R.
Expreso, 4 de julio de 2021
Una llamada a esos viejos celulares de 1998, que no identificaba el número de origen, me sorprendió una tarde invernal. “Hombre, ¿eres César Campos? Te vi anoche declarando en el noticiero de Panamericana TV. Sabes que me encantas. Soy la Mona Jiménez y quiero invitarte a mis lentejas”.
Quedé impactado. Por supuesto que sabía quién era Mona Jiménez. En mis afanes primarios de periodista, había retenido en la memoria un reportaje que Francisco Diez Canseco le hizo en Madrid para su programa “60 Minutos” de América TV, iniciando los años 80. Era la colega peruana que, junto a otras personalidades del periodismo y la política españolas, inauguró en su pequeño apartamento de la calle doctor Fleming (“en La Castellana arriba”, solía decir) unos almuerzo-tertulias a base de platos de lentejas donde concurría lo más selecto del elenco público hispano (incluidos líderes sindicales obreros) en plena etapa de transición del franquismo hacia la democracia.
Por ello, la Mona tuvo una atención mediática impresionante en el país de los conquistadores. Juntar en su casa y hacer hablar, por ejemplo, al franquista Manuel Fraga con el secretario general de Partido Comunista Español, Santiago Carrillo, era impensable. Solo conocerse, tratarse y descubrir virtudes extra ideológicas entre ambos, allanó el largo camino de la reconciliación que tanto demandaba la madre patria. Y esa etapa inicial de la post dictadura fue hermosa, aleccionadora y llevó hasta los pactos de la Moncloa el efecto civilizador del diálogo, única herramienta que hace viable el sistema de libertades.
Después de 30 años de residencia hispana, Mona retornó al Perú a fin de hacer los mismo en la naciente etapa democrática que encarnaba la segunda administración de Fernando Belaunde. No fue igual. Descubrió la esencia pigmea, pleitista, ególatra, cortoplacista y sectaria de sus compatriotas. “En Madrid estaba acostumbrada a que la tertulia se prolongara en la puerta de la casa o en los cafés aledaños, donde gente de distintos partidos afinaban sus coincidencias. Aquí hay más desacuerdos que acuerdos; le buscan tres pies al gato a todo”, me confesó en una entrevista que le hice para el diario EXPRESO.
Aún con ese dique, persistió. Esa llamada en el invierno de 1998 me alertó que Mona Jiménez levantaba las antenas para estar atenta a todo y a todos. No siempre le respondieron igual que yo, quien se volvió asiduo y amigo de ella hasta el día de su última exhalación ocurrida el pasado martes 29 de junio. Se fue justo cuando su capacidad de convocatoria a tirios y troyanos se hacía más urgente en nuestro desfalleciente país. Cuando la guerra civil toca inexorablemente las puertas de la patria en su falso bicentenario republicano.
Se ha ido clamando unidad patriótica. Da pena decirlo: muchos estaremos más cerca de la Mona Jiménez en la eternidad que logrando ese extraordinario propósito. Gracias igual, linda mujer de mentón erguido y voz ronca. En algunos años, alguien hará realidad tu sueño.