La connotación simbólica que implica estar supuestamente a la cabeza de las naciones más desiguales del orbe tiene inevitables consecuencias en la noción de país y sociedad que se genera a partir de ella.
por Claudio Hohmann 14 abril, 2022
El Líbero – Chile
Claudio Hohmann
Ex ministro de Estado – Chile
14 de abril, 2022
Una reciente encuesta de Criteria preguntó a los encuestados: ¿cuál de las siguientes frases refleja mejor lo que tú crees? De las tres alternativas que se proponían, la que recibió el mayor porcentaje de respuestas –un 56%– fue la siguiente: “durante los últimos 30 años, la desigualdad social ha aumentado significativamente en Chile”. Si se suma a este resultado la alternativa que recibió un 30% de las respuestas, “la desigualdad se ha mantenido más o menos igual”, una mayoría abrumadora cercana al 90% opina que la desigualdad social en el país no ha mejorado en décadas y que incluso –más de la mitad lo piensa– ha empeorado.
¿Puede haber un resultado más desconcertante, pero sobre todo más desolador, que este? Aunque en Chile se redujo la pobreza a niveles nunca vistos y los chilenos gozan desde hace años de bienestar y oportunidades que no tuvieron las generaciones que los precedieron (y que tampoco se observan en otros países de la Región), una mayoría de nuestros compatriotas expresan un juicio lapidario respecto a una de las principales dimensiones de la vida en sociedad. Un resultado de estas características, ya sea que se trate de una realidad a firme o de una percepción aumentada de esa realidad, lo permea y condiciona todo –desde luego a la política– sin que sea posible eludirlo o aislarlo en ninguna discusión relevante respecto de la trayectoria del desarrollo futuro del país.
Para colmo, en la misma encuesta sólo una minoría, algo más de un tercio, estima que el crecimiento económico sostenido permite reducir la desigualdad, un resultado plenamente consistente con el anterior (los mejores años de crecimiento económico de la República –en los noventa– no habrían mejorado la desigualdad, sino que incluso la habrían empeorado, de acuerdo a la respuesta sobre el deterioro de la desigualdad).
¿Pero, efectivamente, ha empeorado la desigualdad en Chile? De acuerdo a un trabajo realizado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo en 2017, volcado en el documento “Desiguales: Orígenes, cambios y desafíos de la brecha social en Chile”, la desigualdad de ingreso en Chile medida en función del coeficiente Gini cayó entre el año 2000 y el 2015, y la magnitud de esa reducción no fue marginal. También disminuyó ostensiblemente la diferencia entre el primer quintil y el último. De hecho, la desigualdad reportada por el PNUD es la más baja que se haya medido en el país en su historia –un coeficiente Gini por debajo de 0,5–, y aunque sea todavía elevada en el concierto mundial, es significativamente más baja entre los jóvenes de la generación actual respecto de la que experimentaron sus progenitores.
¿Pero cómo es que habiéndose reducido la desigualdad de ingreso tantos piensan que la desigualdad social ha empeorado? La respuesta estaría en lo que Carlos Peña refiere como la “desigualdad percibida”, esto es, aquella que el sujeto no necesariamente experimenta del todo, sino que la que percibe influido por factores de orden simbólico, entre los que destaca, por ejemplo, el trato a las personas. Al respecto, este elocuente párrafo de “Desiguales” es esclarecedor: “La discusión sobre las desigualdades abarca temas económicos, sociales, políticos, culturales, territoriales, étnicos, raciales y de género, entre otros. Casi no tiene límites pre-definidos, por lo que su discusión es particularmente difícil”.
Lo cierto es que la connotación simbólica que implica estar supuestamente a la cabeza de las naciones más desiguales del orbe tiene inevitables consecuencias en la noción de país y sociedad que se genera a partir de ella. Quizá la más perniciosa es la idea ya asentada que el crecimiento económico no tendría un rol imprescindible en la reducción de la desigualdad. Si no lo tuvo en sus mejores momentos, ¿por qué lo tendría ahora?
William Thomas aseveró alguna vez –se conoce cómo el teorema de Thomas– que “si las personas entienden como real una determinada situación, esta será real en sus consecuencias”.
Y la consecuencia en este caso es una sola: más Estado, mucho más Estado, que sin los ingentes recursos que provee el crecimiento económico se asemejará más temprano que tarde a los estados crónicamente deficitarios que abundan en la Región. Justo lo contrario de lo ocurrido en los últimos 30 años, cuando aunque la desigualdad de ingresos cayó, la percepción generalizada es que la desigualdad social empeoró. ¡Menuda tarea la que enfrenta la política en Chile! Lampadia