El Comercio, 22 de febrero de 2017
La crisis moral que actualmente atraviesa nuestro país nos refriega en la cara las taras que adolecemos. La mentira, la hipocresía, el engaño son algunas de ellas. El discurso político peruano está plagado de mentiras. Gran parte de los corruptos de hoy comenzaron mintiendo.
Fujimori no asistió a un debate electoral porque se había intoxicado comiendo bacalao. Toledo fue “secuestrado” cuando en realidad estaba con un trío de prostitutas en el Melody. Humala sostuvo públicamente, para complacer a Hugo Chávez en Caracas, que había nacido en Ayacucho.
Pero aun así los elegimos presidentes de la República.
Por qué los peruanos no sancionamos la mentira, por qué no la juzgamos con severidad. ¿Por qué nos dejamos engañar?
Durante la última campaña electoral, Verónika Mendoza, la candidata de la izquierda, mintió con total desfachatez. Dijo que jamás había escrito en una agenda que no fuera la suya, cuando no solo había escrito en una de las cuestionadas agendas de Nadine Heredia, sino que la anotación registraba el número de una cuenta bancaria.
Como siempre los platos rotos los pagó el mensajero; tal como lo hicieron los partidarios de Fujimori, de Toledo y de Humala en su momento, los partidarios de Mendoza se la agarraron con la prensa que evidenció su mentira.
El último domingo, Mario Vargas Llosa publicó un artículo agradeciendo a Odebrecht por revelar a buena parte de los corruptos que acechan América Latina, pero cuando se refirió al período en que Toledo gobernó, se le escapó una frase que grafica la extraña tolerancia que aún las élites del país tienen con la mentira: “En esos cinco años se respetaron las libertades públicas, empezando por la libertad para una prensa que se encarnizó con él” dice el premio Nobel.
¡Así no fue! La prensa no se encarnizó con Toledo, lo que ocurrió fue que Toledo se encarnizó con la verdad y negó reiteradamente ser el padre de su hija Zaraí, y mintió cada vez que se le planteaba el caso.
Pero en vez de repudiar esa vergonzosa y miserable mentira, los partidarios de Toledo acusaron a la prensa de boicotear la democracia.
En estos días Verónika Mendoza ha vuelto a mentir y paradójicamente lo ha hecho mientras convocaba una marcha para repudiar la corrupción. En una entrevista con RPP dijo sin que se le moviera un solo músculo de la cara: “Yo fui una simple militante del Partido Nacionalista, no tuve nunca absolutamente nada que ver y no hay nada que pruebe o indique lo contrario”. Y añadió: “Nunca tuve nada que ver con el financiamiento, con las cuentas, con las agendas del partido”.
Agradezco a Luis Enrique Raygada, ex integrante del comité de apoyo a esa organización en Venezuela, quien me facilitó el último fin de semana tres correos electrónicos inéditos en los que Verónika Mendoza evidencia su participación en la cúpula del humalismo.
En uno pide formalmente disculpas a nombre del “comandante” Ollanta Humala y hace votos para que no decaigan los ánimos y no se postergue la reorganización del partido en Venezuela.
En otro se explaya refiriendo su desesperación porque le queda poco tiempo para encontrar y alquilar un nuevo local para el partido; y un tercero dice que “ellos” no pueden hablar por teléfono porque “están muy probablemente interceptados”.
¿Para qué le interceptarían el teléfono a una simple militante? ¿Cómo es que una simple militante se encargaría de alquilar un nuevo local? Y desde cuándo una simple militante escribe a nombre del jefe y fundador del partido.
La mentira no solo esconde la verdad, también esconde la cobardía del que miente.
Para luchar contra la corrupción, hay que empezar por eliminar de la política la mentira y la cobardía. Empecemos por levantar la voz para decirlo.