Chile: No al caos
Carlos Peña
El Mercurio
22 de noviembre, 2021
Lo que pasó ayer muestra cuán excesivos fueron los diagnósticos de los dos últimos años. Resultó que no había ni vuelco a la izquierda, ni era la revolución la que golpeaba la puerta.
Desde octubre del año 2019 una tesis circuló en los medios, los matinales, en las aulas universitarias y la endosaron rectores, académicos, conductores televisivos: Chile había despertado. Herido por la desigualdad, había decidido diseñar de nuevo las instituciones y se había volcado a la izquierda. El desasosiego, casi siempre violento, era, se decía, la mejor muestra de lo que estaba ocurriendo. Una sociedad fracturada por el neoliberalismo requería, con urgencia, ser remendada de manera radical. La muestra flagrante de que esa era la sensibilidad predominante, se repitió una y mil veces, fue el triunfo del Apruebo en el plebiscito.
Y, sin embargo, el candidato de la derecha de más a la derecha se sitúa en el primer lugar de la primera vuelta y el candidato de la izquierda en segundo. Y quienes les siguen (Parisi, Sichel) o son derecha o no son de izquierda.
Cuando se atiende a la experiencia, ese resultado no es sorprendente.
- Después de Mayo del 68, cuando el capitalismo, según se decía entonces, llegó a temblar y los jóvenes invitaban a mirar la playa que estaba debajo de los adoquines, y las calles de París se llenaron de rayados, acabó ganando Pompidou, Primer Ministro de De Gaulle.
- Y en España luego del movimiento de los indignados, un movimiento también generacional, se hizo del poder Rajoy.
En ambos casos la protesta ocurrió luego de un crecimiento sorpresivo y de la masificación educativa.
Las analogías son obvias.
Desde luego, y aunque suele olvidarse, lo que ocurrió en Chile en octubre del año 2019 y cuya estela aún persiste, poseyó y posee un marcado tinte generacional. Ese aire generacional es el que inunda el discurso y los gestos del Frente Amplio; pero ningún proyecto político puede aspirar a ser mayoría solo enfatizando los signos externos, el discurso y la sensibilidad de una generación. El discurso generacional, por definición, es excluyente y salvo que exista una beatería juvenil los más viejos prefieren tomar distancia de él. La política se relaciona con la capacidad de obtener reconocimiento para la propia trayectoria vital y el discurso generacional ensalza algunas y niega otras. Ese es un factor que explicaría por qué Gabriel Boric obtuvo casi lo mismo que logró en las primarias.
Se suma a lo anterior la incapacidad del candidato de izquierda para explicitar un punto de vista claro acerca del lado más amargo de la política: la capacidad de imponer orden y usar la fuerza del Estado.
Esos dos factores —el acento generacional de su discurso y de sus símbolos y su incapacidad para explicitar una clara agenda de orden público— explican que Gabriel Boric estuviera por debajo de sus expectativas.
El caso de José Antonio Kast es el exacto revés del anterior. Su discurso apela a la nacionalidad y sus valores más tradicionales, no habla de territorios, ni de pueblos, sino de Chile a secas, es crítico de la inmigración y cuenta con una clara disposición a imponer el orden. Nada hay en él que recuerde los lugares comunes que se subrayaron una y otra vez a propósito de octubre. La votación de Kast muestra que existe una sensibilidad soterrada en la sociedad chilena que, exacerbada por la violencia y el desorden que sobrevino con octubre, es todavía muy amplia y la revolución no le hace ningún sentido. Y José Antonio Kast logró despertarla.
La segunda vuelta moderará los extremos, el candidato Gabriel Boric deberá elaborar una agenda de orden público, y dejar atrás el tono generacional, y José Antonio Kast deberá huir del conservadurismo excesivo —esa derecha cavernaria— que tampoco hace sentido a las mayorías.
Una conclusión puede obtenerse desde ya: la revolución que se habría iniciado en octubre ya no fue, se la puede llamar (copiando el libro que publicó Aron luego de Mayo del 68) una revolución inhallable. Lampadia