Por Bruna Fonseca de Barros, Periodista y politóloga brasileña
El Comercio, 10 de abril de 2018
«Yo no pararé, porque no soy un ser humano, soy una idea, una idea mezclada con la idea de ustedes”, asevera con su voz ronca quien fue –y sigue siendo– el líder político más importante de Brasil, tanto para quienes lo odian como para quienes lo aman. Desde la sede del Sindicato de los Metalúrgicos, Lula habla para una masa militante, antes de ser arrestado. En el escenario hay partidarios, herederos políticos, miembros de la clase artística y de la Iglesia Católica. Podría ser la descripción de aquel 19 de abril de 1980, su primer encarcelamiento bajo dictadura, pero es 2018. Y mucho ha cambiado.
En los últimos días los brasileños hemos vivido con más intensidad dos narrativas que dividen al país. La primera, que hay un golpe institucional que sacó a Dilma Rousseff del poder y cuyo objetivo final se habría cumplido: que Lula no sea candidato a la presidencia. En la otra, se cree vehementemente que estamos viviendo nuestro mejor momento democrático, en el que las instituciones funcionan, se combate ‘el mecanismo’ de la corrupción y la ‘ley es para todos’.
Como se dice en Brasil, ni 8 ni 80. Lula, a diferencia de lo que vivió en los sombríos años dictatoriales, enfrentó un proceso criminal que respetó las normas institucionales y tuvo derecho a defensa. La discusión, por lo tanto, no es si existen pruebas para condenar al ex presidente, sino si estas son consistentes y suficientes. Un cuestionamiento común es sobre una posible arbitrariedad en las condenas fruto de operaciones anticorrupción de la Policía Federal. La clásica pregunta ¿por qué Aécio Neves (PSDB, ex candidato presidencial) sigue en libertad? tiene más relación con un desequilibrio generado por el fuero privilegiado que por una conspiración de los tres poderes con el afán de sacar al Partido de los Trabajadores del gobierno. Incluso, los tiempos de la Operación Lava Jato corren mucho más rápido en primera instancia (en la cual Lula fue enjuiciado) que en el Supremo Tribunal Federal (donde Aécio fue absuelto).
Asimismo, se puede observar un declive en el nivel de democracia en los últimos años. De acuerdo con V-Dem, un termómetro de la democracia, en una ponderación de 0-1, donde 1 ejemplifica un régimen democrático, Brasil cae a partir del 2015 de lo que venía siendo una constante de aproximadamente 0,94 a 0,88 en el 2016. Más que números, podemos listar una serie de eventos que comprometieron a la democracia brasileña en tiempos recientes, culminando trágicamente en el asesinato de la regidora y activista de DD.HH. Marielle Franco y las declaraciones del comandante del Ejército presionando al Supremo a negar el hábeas corpus preventivo a Lula. Como cantaba Cazuza, Brasil sigue siendo un “museo de grandes novedades”.
El discurso del líder petista marca el fin del “Lulinha, paz y amor”. Esto se estaría traduciendo en la vuelta a la radicalización, convocando a los manifestantes a tomar las calles, quemar neumáticos y hacer ocupaciones. Los otros puntos fundamentales giran alrededor de cuatro pilares. La premisa de que el ex presidente se entrega a la policía, pero que sus ideas quedan; de que su real crimen fue cuidar de los pobres; críticas a la Lava Jato y a los medios de comunicación ‘mainstream’ y, por fin, la presentación de sus herederos políticos, entre ellos Fernando Haddad, ex alcalde de São Paulo y posible opción de candidato presidencial por el PT.
Lula, más que nadie, tiene conciencia de su lugar político y del PT como única identidad partidaria fuerte hoy en el país. Las miles de referencias a los años de lucha prodemocrática y sindicalista, el estilo adoptado en el discurso, y hasta el cumpleaños de su esposa fallecida fueron utilizados de manera que una secuencia de derrotas judiciales se transformó en un comicio histórico. Lula es un maestro de los símbolos.
Brasil hoy está huérfano. En un país populista, con alta desafección política y polarización, no tener al único líder político que materializa los odios y amores es algo significativo. ¿Qué será del PT sin Lula? ¿Y del antipetismo sin Lula? ¿Es el fin oficial de la “nueva izquierda” latinoamericana? Hoy, de manera histórica y lamentable, al ritmo de una de las canciones de resistencia más icónicas, “A pesar de usted”, Luiz Inácio Lula da Silva deja el Sindicato de los Metalúrgicos en los brazos del pueblo para ir directo a prisión.