Fundación para el Progreso – Chile
Axel Kaiser
Publicado en El Mercurio
27.09.2025
Glosado por Lampadia
Nunca deja de sorprender la ingenuidad de muchos de los que discuten con la izquierda. En general actúan como si del otro lado tuvieran personas equivocadas, pero con buenas intenciones y que cometen errores porque carecen del conocimiento para tomar las medidas correctas que permiten a la economía salir adelante. En parte, es cierto que la izquierda no sabe nada de economía, pero eso tiene una explicación muy sencilla y es que no le importa ni le interesa.
Desde Marx y Engels en adelante, que no dudaron en mentir para darle a su absurda teoría económica un aura de seriedad, todos los grupos que han seguido el socialismo han sido motivados por una cuestión muy diferente a la búsqueda de prosperidad para las masas, a saber, destruir el capitalismo.
Se trata de un mandato moral, es decir, ideológico y cualquier medio para ello, sea engañar con cifras, desprestigiar injustamente instituciones como las AFP, las ISAPRES o las empresas en general, son válidas para conseguir el objetivo.
“Nada hay de casual entonces en las mentiras del gobierno, en la reforma tributaria de Bachelet y en los ataques a los técnicos. La agenda es destruir para eliminar al sector privado gradualmente y hacer del Estado el señor único y absoluto de la vida de las personas. De eso se trataba la constitución rechazada hace algunos años y ese siempre será el proyecto de la izquierda”.
Para crear el mundo nuevo, libre de la explotación capitalista y egoísmo, decía Marx, debía destruirse totalmente el orden antiguo. Y dado que las «clases dominantes» jamás dejarían sus privilegios voluntariamente, entonces no quedaba más que aplicar la violencia revolucionaria para eliminarlas e instaurar la dictadura del proletariado. Esta última, de manera milagrosa conduciría a la sociedad comunista que sería fin de la historia, pues todos viviríamos en una utopía de igualdad, armonía social y riqueza. Para cualquiera que lea marxismo en serio resulta evidente que este, como el fascismo y el nazismo, no es más que una religión política, como argumentó el historiador italiano Emilio Gentile.
De hecho, las teorías de Marx, Engels y Lenin son tan disparatadas que es simplemente increíble que alguien pueda haberlas tomado alguna vez en serio en lo más mínimo. Pero así es la naturaleza humana, lo que desespera a ateos como Richard Dawkins que no pueden entender, por ejemplo, cómo es posible que gente inteligente crea que Mahoma subió al cielo montado sobre un caballo alado.
Lo que los opositores a la izquierda deben asumir es que esta es precisamente una secta religiosa y, por tanto, no tiene ninguna conexión con la realidad más que usar las alternativas que esta ofrece para destruirla.
Si aun adoran a Fidel Castro, Marx, Lenin – el fundador del totalitarismo moderno-, Chávez, Maduro y un largo etcétera es porque se encuentran fanáticamente convencidos del credo comunista, el que irónicamente se presentó como científico a pesar de negar toda la ciencia moderna, especialmente la económica, por considerarla «burguesa».
Así, ellos son portadores de una verdad revelada por el dios de la historia que los lleva a considerar que el mal consiste en la desigualdad creada por el capitalismo, al que Marx y Engels, los profetas de esta religión, llamaban «esclavitud moderna».
Así, cuando se sigue la religión marxista se cree estar del lado de la verdad absoluta y del bien absoluto, por lo que, de ser necesario exterminar a un grupo de la población para alcanzar el paraíso prometido, debe hacerse.
No existen los derechos humanos – salvo como instrumento a ser usados para avanzar la revolución- y es irrelevante la miseria y el hambre que generen en el camino. Como decía Lenin, responsable de la muerte de millones de personas por hambre y ejecuciones, moral es todo lo que sirve a la revolución.
Nada hay de casual entonces en las mentiras del gobierno, en la reforma tributaria de Bachelet y en los ataques a los técnicos. La agenda es destruir para eliminar al sector privado gradualmente y hacer del Estado el señor único y absoluto de la vida de las personas. De eso se trataba la constitución rechazada hace algunos años y ese siempre será el proyecto de la izquierda.
Mientras la centro derecha no entienda que está lidiando con fanáticos religiosos a los que no les importa el daño que hagan, seguirá cediendo terreno en su trabajo de destrucción hasta que no quede más que los escombros de lo que el país llegó a ser cuando primó la racionalidad. Lampadia