Los seres humanos toman decisiones en los actos de su vida guiados por una conducta “racional”, especialmente en el plano económico. Acumulan información, evalúan la situación, establecen prioridades, seguridad, privilegian el mayor beneficio económico, sopesan las dificultades y costos, buscan maximizar sus beneficios. Considerando esto, en el mundo del crimen, la conducta “racional” de los individuos de cometer o no un delito sigue la misma lógica microeconómica.
El delincuente evalúa, sopesa la posibilidad de obtener una ganancia económica fácil mediante el crimen y, por cierto, burlar la justicia. Opta por el crimen, porque conoce lo laxas y frágiles que son las leyes. El criminal considera que la probabilidad de ser investigado, procesado o sentenciado es baja, por lo que burlar la ley es lo óptimo desde su perspectiva. Por tanto, delinque y continúa haciéndolo. El “negocio” le resulta suficientemente “rentable”.
Alimenta nuestro propósito lo señalado por Gary Becker, Premio Nobel de Economía 1992, quien publicó en 1974: “Crimen y Castigo: un enfoque económico”. En dicho estudio, analiza la decisión racional detrás de los delitos. Señala que el crimen se sustenta en el precio: cometer un delito es, casi siempre, barato. En la racionalidad de la delincuencia el fondo es maximizar su bienestar: toma decisiones de actuar en contra de la ley sopesando la posible pena y la posibilidad de burlarla. Si la probabilidad de ser procesado o sentenciado es baja, definitivamente la decisión es proclive al crimen. Becker incluso señalaba que “existe una cantidad óptima de crimen” en cada sociedad. Debemos agregar que no hay sociedad exenta del crimen.
Evidencia en el Perú
En el Perú hoy, en los últimos doce meses, casi un tercio de pobladores de 15 y más años de edad ha sido víctima de un delito, y solo un 14% denunció los hechos, muchos de ellos quedaron impunes, dando argumentos a la “industria” del crimen. Hay que persistir en una amplia campaña educativa en la cultura de la denuncia; es una forma de actuar colectivamente contra el crimen.
De otro lado, el 70% de la actividad delictiva son delitos patrimoniales: robo, hurto, principalmente, sin embargo solo el 35% de los internos de los penales lo están por este delito. ¿Qué pasó con el resto? Deben estar libres u ocultos en la maraña de la administración de justicia. La delincuencia observa que la mayoría de hechos quedan impunes, sin castigo de la sociedad. Esto lo sopesa el infractor, con el tiempo a su favor, incluyendo la laxa actitud contra la reincidencia, que son factores que facilitan el crimen, lo atizan. La tasa de homicidios en el país se calcula en cerca de siete muertes por cien mil habitantes. Si bien es baja a nivel de Latinoamérica, es impactante por la violencia de muerte que espanta a la sociedad. Además, las cárceles son escuelas del crimen; se han convertido en centros de planificación del delito. Allí se organiza, se ordena, se capta a los aptos, especialmente menores inimputables, porque son menos riesgosos y “costosos”. Así funciona la “industria” del crimen. Se suman a ello cientos de “burriers”, captados por el dinero fácil del crimen organizado. La conducta racional delictiva en su máxima expresión, como en una decisión empresarial.
La solución es elevar al máximo los costos del delito, subir el precio del crimen, de tal manera que la economía juegue su parte, y además hay que generar empleo, programas educativos, capacitación y formación laboral. Implica también leyes duras y perseguir la reincidencia agravada. Penales con políticas de control y readaptación laboral. Cultura de la denuncia. Previsión, prevención y combate al delito en todas las fuerzas de la sociedad. También, se requiere información de calidad, continua y oportuna para cada ámbito geográfico. Es tarea grande que el objetivo amerita, en lo cual estamos involucrados, aportando a una sociedad de mayor convivencia ciudadana y democracia.