Por: Andrés Balta
Perú21, 5 de agosto de 2021
En una discusión sobre si Sagasti se desempeñó bien o no, comentó una amiga: “Lo más básico y valioso que tiene el ser humano es su voz, el derecho a usarla y la libertad de expresarla, a través del voto. Eso me representa y es legítimo”. Apenada de que su persona y derechos fueron ignorados y pisoteados, preguntó: ¿Dónde estuvo el líder del Perú para dar tranquilidad?, ¿dónde, el dador de apoyo, aprecio y que escucha a más de medio Perú, y dónde, el defensor que impide el maltrato de los ciudadanos? Sus ausencias ocurrieron cuando ya pasábamos dolor y vulneración física, mental y emocional, con pérdidas de familiares, amigos, trabajos y miedos. Y, aun así, salimos con valentía a luchar por lo único que no se debe perder: la lucha por la patria y la dignidad de las personas.
Pero eso, que no se podía perder, él permitió que se perdiera. Nos dejó inseguros e indefensos. Nos vio sufrir y ahogarnos sin hacer nada. Debió descubrir el voto, dándonos transparencia, y recibimos divisiones de hogar, equipo y país. Era su obligación defendernos y nos vio hundirnos. Ella contó que su frustración, miedo y dolor de pecho, pidiendo algo justo, fueron tratados como nada, como si estuviéramos mendigando que se haga justicia y se descubra la verdad. “Eso no se me olvida”, acotó.
Le respondí que había sido certera y profunda, que se había puesto en la antípoda de la frivolidad y que había dado clases de liderazgo.
Sagasti hizo añicos el primer y más importante artículo de la Constitución: “La defensa de la persona humana y el respeto de su dignidad son el fin supremo de la sociedad y del Estado”.
Como ella nos sentimos más de medio país y, aun así, defendemos el voto y nuestra dignidad.