Por Aníbal Quiroga, Profresor principal de la PUCP
Gestión, 9 de marzo de 2018
Los representantes del Estado siempre creen saber más que la mayoría de la población, a la cual dicen representar
Como en la novela de Orwell, el moderno Estado de derecho pretende manifestarse –muchas veces– como un “big brother” tratando de regular toda la vida de la sociedad, y de los ciudadanos, muchas veces sin sentido y otras tantas en claro perjuicio de sus destinatarios y, en la mayoría de los casos, buscando el interés particular de los agentes que representan efímeramente a ese “big brother”.
Es curioso, pero los representantes del Estado (sean ministros, congresistas o funcionarios públicos de toda laya, rango y denominación) siempre creen saber más que la mayoría de la población, a la cual dicen representar, pero a la que en el fondo denuestan y menosprecian. Dicen que el pueblo se equivoca, que el pueblo no sabe, que el pueblo puede ser llevado de las narices con una mera campaña mediática, que en verdad un “electarado” –parafraseando a Aldo Mariátegui–. Por lo tanto, como el pueblo es tan feble, son los administradores temporales de ese “gran hermano” los que deben guiarlo tuitivamente, los que le deben decir y dar a esa débil población lo que verdaderamente necesitan y lo que en verdad les conviene. Solo ellos lo saben, aun cuando sus propuestas sean desopilantes, carentes de sentido, un “copy paste” de propuestas extranjeras mal elaboradas al paso por un descuidado y poco preparado “asesor” o simplemente sacien sus apetitos personales o de grupos de interés.
Se olvidan esos representantes temporales del “gran hermano” que, según nuestra democracia representativa, ellos también han salido de ese pueblo al que desprecian. Y, por lo tanto, siendo parte de ese pueblo en la orfandad, ellos mismos también arrastran las mismas carencias, taras y limitaciones. Basta hacer un breve recuento entre algunos de los ministros, funcionarios nombrados a dedo y casi todos los congresistas que dicen representar a la minusválida población.
Por ejemplo, como el pueblo no sabe, una entidad reguladora ha dado la regla de la “canchita” generando una problemática en un rentable negocio (que aporta puestos de trabajo y paga sus impuestos) quebrando la razón de ser de un modelo económico de negocio. Y los administradores del “gran hermano” se regodean diciendo “en España también es así…”, creando más problemas que el que pretenden resolver y, sobre todo, encareciendo los servicios que ofrece el mercado libre.
En otro caso, ese mismo regulador ha puesto una astronómica multa a una empresa, generando empatía popular, sin decir que casi la mitad de esa multa son sus “ingresos propios” bajo el apotegma: más te multo, más gano yo; y sin decir a la comunidad que esa multa no la pagará la empresa multada, ni saldrá del bolsillo de los que creemos son sus afligidos dueños, sino del futuro consumidor a través del mecanismo llamado “dilución del precio”, en la medida en que contablemente la multa será considerada un mayor costo que deberá reflejarse en el precio final. La gente cree que el empresario paga la multa de su bolsillo, y que eso le duele, sin saber que es la gente la que pagará, poquito a poquito, suave y despacito, el monto de la sanción.
Otro tanto ocurre con la guerra de la leche y el interés tutelar de beneficiar a unos y perjudicar a otros quitándole a lo que les interesa la denominación “leche”, a fin de reconducir el consumo en el mercado. Ahora último, ínclitos representantes del “gran hermano” pretenden controlar las fusiones empresariales dizque para evitar monopolios inexistentes y evitar futuras posiciones de dominio potencialmente abusivas que, sin embargo, no sehan dado. Pretenden regular el futuro. Y, asimismo, han lanzado varios proyectos de regulación de los precios de los remedios, bajo la admonición de que pagamos los medicamentos más caros del hemisferio, con la finalidad de crear y recrear más entes reguladores de dichos precios y volver (por lo menos en el rubro de los medicamentos) a controles de mercado que han sido largamente superados, realmente fracasados en el pasado, que crean más burocracia innecesaria (verdaderos tentáculos del “gran hermano”) y que es evidente caldo de cultivo de la corrupción estatal, además de barrera burocrática, que al final terminan generando más escasez, mayor precio, menor calidad, menos consumo, menos puestos de trabajo, menos impuestos y un caos medicinal. Pero claro, los agentes incompetentes del “gran hermano” creen y aseguran que eso será en aras del bien común, sin recordar el pasado reciente de nuestra historia y sin ver lo que pasa en otras realidades.
Finalmente, los dignos representantes del “gran hermano” quieren regular la publicidad estatal en los medios privados de difusión, lo que además de ser francamente inconstitucional, permite ver el fustán que visten, ya que tal proyecto no es más que una forma estatal de amedrentamiento a la prensa libre por lo que informa diariamente, bajo la clarísima amenaza: más informas, menos publicidad te doy; de manera que por la vía de la extorsión económica se pretende indirectamente domesticar a una prensa normal y necesariamente indócil, chúcara y levantisca.
Y que no pretendan hacernos equivocar: no es que la prensa ponga la agenda política diaria entre nosotros; la prensa se limita a recoger la diaria agenda que los políticos –esos representantes del “gran hermano” que hacen de la política una fuente de vida y se pasan años de años representándolo– escriben a pulso y con gran entusiasmo todos los días, solo que ni cuenta se dan de ello al estar tan preocupados buscando el bien común para un pueblo que, como dice Serrat, no tienen el gusto de conocer.