Diego Macera
El Comercio, 29 de junio del 2025
“El rango de empleos posibles de desempeñarse de forma remota es gigantesco y creciendo más cada día con el avance de las herramientas digitales y la inteligencia artificial”.
El salario por hora promedio de un arquitecto en el Perú es cercano a US$6. En EE.UU. está casi en US$50 por hora. Aquí, un asistente administrativo podría esperar ganar unos US$4 por hora. En la primera potencia global el mismo cargo paga en el vecindario de US$20 por hora. Podemos repetir el ejercicio para contadores, analistas financieros, programadores, jefes de marketing o asistentes legales, y los resultados serán similares. La diferencia en salarios por hora es abismal. Por supuesto, estos son solo promedios, pero nos dan una idea de la enorme distancia entre remuneraciones.
¿Es realmente un arquitecto estadounidense ocho veces más productivo que uno peruano? ¿Cómo entender eso? La respuesta probablemente tenga que ver menos con las competencias profesionales de los arquitectos y más con el ecosistema en el que trabajan. De ahí que la migración haga sentido. El Banco Mundial, por ejemplo, encuentra que un mismo trabajador peruano, con las mismas competencias y motivaciones, ganará entre tres y cuatro veces más en EE.UU. que en el Perú. A este efecto se le llama prima de lugar.
Llegado apenas a este punto de la columna de opinión, cualquier comerciante debería haber olido ya un excelente negocio. Existe aquí una evidente oportunidad de arbitraje. Más allá de la migración directa, ¿no habrá otra manera de aprovechar esos diferenciales en un esquema ganar-ganar en el que a los trabajadores peruanos se les pague bastante más que lo que reciben de empresas nacionales, y, al mismo tiempo, las empresas estadounidenses bajen significativamente el costo de su planilla? Para ponerlo en términos del ejemplo anterior, si la empresa de diseño urbano norteamericana contrata al arquitecto peruano por US$25 por hora, las dos partes ganan bastante (una cuadriplica sus ingresos, y la otra baja su gasto a la mitad).
En principio esto ha sido verdad por décadas, pero es recién ahora que se puede hacer algo sistemático al respecto -que no sea migrar-. La pandemia hizo evidente que varios empleos podían ser hechos a distancia. Para empleos totalmente remotos, en la práctica no hay mayor diferencia entre hacerlos en la misma ciudad donde opera la empresa contratante, o al otro lado del mundo. En varias ocasiones, la ganancia principal de la empresa no es necesariamente la reducción en costos laborales, sino el acceso a talento global especializado que puede ser escaso en el país de origen. La OCDE sugiere que avances en realidad virtual e inteligencia artificial podrían incentivar aún más contrataciones remotas, e indica que existe un número creciente de empresas interesadas en contratar cada vez más trabajadores extranjeros virtualmente. Además, trabajadores ya entrenados en economía desarrolladas luego pueden ser especialmente útiles aplicando ese conocimiento en empresas locales, mejorando la competitividad nacional con las mejores prácticas internacionales.
El Perú debería estar mirando con más atención a esta enorme oportunidad de exportación de servicios. Mientras que las barreras al comercio de bienes crecen debido a la guerra comercial, a los aranceles y a los llamados a traer la producción más cerca de los mercados de destino, las barreras al intercambio profesional caen gracias a la tecnología. De hecho, el intercambio de bienes como porcentaje del PBI global llegó a su pico en el 2008; el de servicios desde entonces solo ha seguido creciendo. Aún si hubiese resistencia de parte de algunos en EE.UU. o Europa para limitar los trabajos remotos del extranjero, fiscalizar, controlar o poner restricciones a este tipo de empleos, por su propia naturaleza, es muchísimo más difícil que colocar aranceles. Requerimientos como colegiaturas profesionales locales u otros permisos de trabajo -generalmente promovidos por quienes no quieren competencia en su actividad- pueden frenar en algo el proceso, pero no detenerlo.
Tenemos también otras cosas a favor. Estar en el mismo huso horario que EEUU hace más fácil las interacciones en tiempo real, a diferencia, por ejemplo, de la India. Aunque sería deseable mucho mejor manejo del inglés (el Perú está rezagado en este aspecto con respecto de otros países de la región como Argentina, Costa Rica o Paraguay), las nuevas herramientas de traducción simultánea pueden cerrar algunas brechas. Google, por ejemplo, acaba de colocar el mes pasado esta opción para las videollamadas vía Google Meet.
Richard Baldwin, investigador del IMD Business School, en Suiza, ha analizado este tema por varios años, y concluye que una de las grandes ventajas de la telemigración, como él la llama, es que no se requieren de las multimillonarias inversiones en capital e infraestructura, con grandes economías de aglomeración, que la producción eficiente de bienes físicos sí demanda. Para ser competitivo en la provisión global de casi cualquier bien físico, probablemente haya que invertir antes en plantas, máquinas, energía, carreteras y puertos. Empezar eso de cero es muy difícil, como las fallidas políticas de industrialización por esta zona del mundo suele demostrar. No es el caso de los servicios, y el valor agregado puede ser aún mayor. Esto no significa -por si hiciera falta aclararlo- que el Perú deba dejar de lado aquellos sectores físicos en los que sí es competitivo, como la agroindustria y la minería, pero sí significa que debe ver más allá de lo que se puede tocar.
Nada de esto es fácil ni inmediato. Si el Perú quiere aprovechar esta oportunidad, los técnicos y profesionales peruanos deben estar preparados para competir a escala global. Ese es el principal reto: el desarrollo de competencias relevantes para empresas extranjeras. Pero esto no debería ser tampoco una barrera infranqueable. Argentina, por ejemplo, ha podido avanzar rápido aquí y posicionarse bien. Promover esfuerzos deliberados de política pública para educar, entrenar y certificar a jóvenes en trabajos digitales, en inglés, parece una solución relativamente rápida, y sumamente rentable, para enfrentar problemas de desempleo y subempleo juvenil. El rango de empleos posibles de desempeñarse de forma remota es gigantesco y creciendo más cada día con el avance de las herramientas digitales y la inteligencia artificial.
Existen por supuesto también otras barreras, como el aprendizaje cultural que se da mucho mejor en persona, el acceso fiable a Internet de alta velocidad, o la maraña tributaria y administrativa que pueden suponer estas transacciones internacionales. Sin embargo, con mejoras en capital humano y políticas explícitas de formación para esta modalidad de trabajo, lo demás cae por su propio peso. Actualmente, espacios como Upwork, Toptal y Remote OK ofrecen decenas de miles de oportunidades de trabajo virtual muy bien remunerado.
La gran promesa de la telemigración es cerrar más rápido algunas de las persistentes brechas en los ingresos de trabajadores de países ricos y pobres. No será la solución para todos los problemas del Perú, ni aplicable a todas las personas, pero para un buen grupo de la población -sobre todo jóvenes urbanos- puede ser absolutamente transformadora, y es hacia ahí a donde va el mundo. El Perú no debe volver a quedar rezagado de la siguiente revolución tecnológica y laboral.