Por: Alfredo Bullard
Perú21, 31 de enero de 2021
Hay defectos que, juntos, no se suman. Se multiplican. Una pareja terrible es la ineptitud y la arrogancia.
Los políticos no se conforman con ser ineptos. Desparraman sin empacho su ineptitud. Meten la pata y se pavonean de lo que han hecho. Pasean sin vergüenza (o como sinvergüenzas) su arrogante ineptitud.
Martín Vizcarra tiene el deshonroso mérito de colocar al Perú entre los países del mundo con mayor cantidad de contagios y muertes por coronavirus. Hablaba de curvas con “mesetas inclinadas”. “Consiguió” vacunas inexistentes que ya nos deberían estar poniendo y que descubrimos que nunca llegarán. Para explicar por qué no teníamos las vacunas que supuestamente ya teníamos dio explicaciones estilo Richard Swing (“nunca estuvo conmigo, pero estuvo por aquí cerca”). Cuando los peruanos se ahogaban literalmente en el virus, no recibió donaciones de oxígeno de empresas privadas. La estrategia de Vizcarra contra la pandemia se pareció a un cuchillo sin mango al que le falta la hoja.
Pero no le fue suficiente. Al desastre sanitario sumó un segundo “mérito”: llevarnos a liderar la lista de países con mayor caída del crecimiento económico en Latinoamérica.
Uno se imagina que alguien responsable de tremendo estropicio tomaría la vacancia de la presidencia como un alivio que lo libera de la pesada cruz que es incapaz de cargar.
Hace solo unos días Vizcarra salió en los medios. Dijo que la “segunda ola de contagios de coronavirus (…) se debió a que fue vacado como presidente de la República en noviembre…”. Así, “cuando tenía todo bajo control” gracias a su “estrategia responsable” contra la pandemia, 105 congresistas privaron al Perú de la oportunidad de que Vizcarra nos siguiera salvando del coronavirus.
De paso se ha atrevido a criticar la gestión del gobierno actual y dar consejos sobre lo que tiene que hacer. Hacerle caso es como pedirle consejo a Edward John Smith (el capitán del Titanic) sobre cómo evadir icebergs para prevenir un naufragio.
Lo cierto es que Vizcarra, con su discurso aparentemente crítico de la política tradicional, es el más tradicional de todos los políticos. Encarna lo que no nos gusta de ellos: personalista, ambicioso, manipulador, con doble discurso, mentiroso, y, por supuesto, inepto y arrogante.
Curiosamente el Congreso que lo vacó es consecuencia de su cierre del Parlamento sumado a su propuesta por una reforma política (un auténtico mamarracho populista) que él mismo impulsó y que nos condujo a una crisis política tan seria que nos puso al borde de no llegar al bicentenario.
Me temo, además, que el discurso de ineptitud arrogante no se agota con la pandemia y su manejo económico. Posiblemente Vizcarra siga levantando la bandera de la lucha contra la corrupción a pesar de su reticencia a dar explicaciones claras sobre sus propios actos.
Y no me refiero solo a su entripado con el señor Richard Swing. Hasta ahora no ha podido brindar una sola explicación sobre los casos de adjudicación de contratos a cambio de pagos ilegales a ICCGSA y Obrainsa cuando era presidente regional de Moquegua. Y es que si no aclara las cosas (si por casualidad son aclarables), engrosará la ya tradicional lista de expresidentes peruanos con procesos penales encima.