Por: Alfredo Bullard
Perú21, 10 de enero de 2021
Lo mencioné por primera vez hace casi ocho años (“Juanito el Borracho”, El Comercio, 2/6/12). Y ha sido un personaje recurrente en mis columnas.
Juanito es alcohólico. Bebe y bebe sin parar. El dinero no le alcanza para comprar trago. Pero tiene una facultad extraordinaria: fija su propio sueldo. Cuando despilfarra el dinero en trago, se sube su sueldo y nos obliga a todos a pagárselo.
Una espiral diabólica. Despilfarro, subida de sueldo y más despilfarro. En lugar de ir a Alcohólicos Anónimos, Juanito es un barril sin fondo que se chupa nuestro dinero.
Juanito es el Estado y su cara es la de la Sunat. Su sueldo es nuestros impuestos. Un Estado que gasta mal en lo que no necesitamos con la excusa de usar nuestro dinero en lo que sí necesitamos (seguridad, justicia, salud, educación). El discurso de Juanito suena bien, pero es malvado. Muestra publicidades en televisión de hermosas y modernas carreteras, eficientes e iluminados hospitales con doctores en impecables batas blancas y colegios donde los niños van sonrientes a estudiar soñando en un futuro mejor.
Si se pudiera denunciar su publicidad en Indecopi, debería rectificarla e incluir imágenes de Vizcarra pidiendo que contraten a Richard Swing, una sesión de nuestro Congreso, colas interminables para cobrar pensiones de vergüenza, hospitales oscuros y saturados donde la gente muere antes de ser atendida y escuelas que se caen a pedazos. Juanito cobra con cara de sobrio, pero gasta como borracho.
Pero no se conforma solo con subirnos los impuestos. Da regulaciones que nos obligan a organizar nuestra vida para ser desfalcados. Nos obliga a organizar, a nuestro costo, nuestras operaciones, abrir cuentas bancarias que no necesitamos, hacer la fiscalización que ellos no hacen y, además, multarnos cuando no hacemos lo que quiere.
Y nos quita nuestros derechos actuando como ladrón a mano armada. Ya con el ITF habían vulnerado el secreto bancario. Pero Juanito no tiene escrúpulos. Todo vale para conseguir trago. Nuestros derechos constitucionales le importan un pepino. Y entonces ahora se apropia de la información bancaria que la Constitución dice que no se puede apropiar.
Es curioso recordar que los derechos constitucionales no aparecieron a partir de los derechos humanos, sino a partir de los derechos ciudadanos frente al apetito (o en el caso de Juanito, sed) de agarrarse nuestro dinero con impuestos. El Parlamento fue una sabia creación para quitarle a Juanito (en ese entonces el rey) la facultad de crear impuestos (principio tributario de legalidad). Pero a eso renunciamos hace tiempo delegándole al mismo Juanito la facultad de subirse el sueldo.
Y le correspondía al Parlamento ponerles límites a sus potestades, entre ellas las reservas de nuestra información privada y confidencial. Entre gallos y medianoche Juanito borró de un plumazo el secreto bancario. Ahora Juanito no solo se sube su sueldo. Puede abrir la puerta de nuestra casa, rebuscar los cajones y revisar nuestro cuarto para ver si encuentra allí más plata para trago. Poco le importa lo que le diga la ley. Él se cree la ley, y en los hechos actúa como si lo fuera. No solo se roba nuestro dinero. Ahora se roba nuestros derechos.
Y todo indica que Juanito seguirá siendo un personaje recurrente en nuestra historia y en estas columnas.