Alfonso F. Velásquez
Expreso, 3 de noviembre del 2025
«Y en este punto, el territorio es determinante. El Perú no es uno solo: es un mosaico diverso con oportunidades distintas en cada región. Hay zonas del norte, centro y sur del país que durante décadas han esperado oportunidades reales para convertir su riqueza natural y cultural en prosperidad.»
El Perú se acerca a un nuevo proceso electoral en medio de un escenario marcado por pobreza, inseguridad ciudadana, informalidad y una creciente sensación de estancamiento. Hoy, casi uno de cada tres peruanos sufre pobreza monetaria alrededor del 27.6% en 2024—, lo que equivale a cerca de diez millones de ciudadanos. A esta cifra se suma un grupo igualmente preocupante: millones de compatriotas que se encuentran en el umbral de la pobreza, apenas un golpe económico lejos de caer en ella. Este sector vulnerable, que vive al día, es quizás el más olvidado y el más expuesto a la informalidad y a la inseguridad.
Este retroceso social contrasta con una realidad productiva que demuestra que el Perú sí tiene riqueza. En 2024 nuestras exportaciones superaron los 74,600 millones de dólares, y solo las agroexportaciones crecieron más de 20%, alcanzando 12,700 millones. Somos un país con potencial extraordinario, pero aún sin la organización necesaria para que esa riqueza llegue a las familias.
Mi visión para el Perú parte de una premisa contundente: debemos alinear nuestras capacidades productivas a las necesidades reales del mercado. El agro, la pesca, la minería, la Amazonía y la agroforestación no pueden seguir siendo sectores fragmentados o reducidos a esfuerzos aislados. El mundo demanda alimentos, proteína, minerales estratégicos, productos sostenibles y biodiversidad. Todo aquello que el Perú tiene. Pero lo que falta es convertir esa riqueza en empleo, formalidad y bienestar.
Esto no se logrará con decretos ni con asistencialismo. Se necesita una gran propuesta productiva nacional, sostenida por leyes promotoras transparentes, estabilidad, seguridad jurídica y alianzas público-privadas que activen el potencial de cada territorio. Los países no progresan por deseos: progresan porque organizan su producción y conectan su oferta con la demanda global.
Y en este punto, el territorio es determinante. El Perú no es uno solo: es un mosaico diverso con oportunidades distintas en cada región. Hay zonas del norte, centro y sur del país que durante décadas han esperado oportunidades reales para convertir su riqueza natural y cultural en prosperidad. La costa, los Andes y la Amazonía poseen cadenas productivas listas para despegar si existe visión, articulación institucional y liderazgo regional comprometido.
El factor clave serán los jóvenes. Hoy, muchos migran porque no encuentran futuro en su propio territorio. Eso debe cambiar. Desde los últimos años de secundaria debemos formarlos para reconocer el valor económico de su región, comprender las tendencias del mercado, usar la tecnología y el Internet como herramientas de emprendimiento, y convertirse en protagonistas del desarrollo local. El joven que entiende la riqueza de su tierra no emigra: se queda a liderarla.
Propongo un Perú que se desarrolla desde su riqueza y no desde su carencia. Un país donde cada territorio tenga un rol productivo claro, donde la prosperidad se construya organizando, integrando y potenciando nuestras capacidades, y donde alineemos —por fin— nuestras enormes ventajas naturales a las necesidades del mundo.






