“¡Sonamos muchachos! ¡Resulta que si uno no se apura a cambiar el mundo, después es el mundo el que lo cambia a uno!” Esta frase parece resumir bien el pensamiento de uno de los personajes más entrañables: Mafalda. Sí, la niñita de cuatro años que un 29 de setiembre de 1964 apareciera por primera vez en la revista de historietas Primera Plana de Buenos Aires. Su padre o creador Joaquín Salvador Lavado, el famoso Quino, llevaba una década haciendo humor gráfico cuando dio a conocer esta tira que ganaría millones de adeptos en el mundo. 50 años después, Mafalda no ha envejecido. Todo lo contrario, mantiene esa frescura esa inocencia que deslumbra y hace reflexionar a la vez.
Hace tan solo unos días Quino fue homenajeado con la Legión de Honor de Francia. Un grado honorífico concedido por méritos extraordinarios. Sin duda, Quino se lo merece y no solo por alumbrar a Mafalda.
Esta niña nació en una típica familia de clase media bonaerense. Su padre (cuyo nombre y apellido nunca se menciona) es un corredor de seguros preocupado por los gastos y por el bienestar familiar. Siempre queda descolocado por las ocurrencias de su hija. La madre, Raquel, es una típica ama de casa a la que Mafalda adora a pesar de que la obliga a tomar sopa y que quisiera que tuviera más estudios y cultura.
Mafalda, complementada por sus amigos, con sus reflexiones, dichos, lecturas, gustos y pensamientos resume una extraña mezcla de la inocencia y profundidad de una época maravillosa: los 60. Su ingenio y sagacidad es capaz de resumir las preocupaciones de su tiempo en una frase. “¿No será acaso que ésta vida moderna está teniendo más de moderna que de vida?”
El pensamiento de Mafalda, pareciera inspirado por el espíritu libertario del hipismo británico, mayo del 68, de la generación del Rock y de los pacifistas que se oponían a la guerra de Vietnam y protestaban en las calles por la igualdad y por los derechos civiles. Le sobre-preocupaba el destino de la humanidad, se atemorizaba por la guerra nuclear, desconfiaba del comunismo y criticaba a las dictaduras, la censura y la opresión. El inconformismo es su sello. “Dicen que el hombre es un animal de costumbres, más bien de costumbre el hombre es un animal”, señala Mafalda, cansada de tanta guerra y matanzas sin sentido.
Nunca se cansó de preguntarle a su globo terráqueo si ya las cosas habían mejorado, pero siempre se iba cabizbaja.
Era fan de los Beatles, la lectura, el ajedrez, el Pájaro Loco y de jugar en el parque. Amaba los panqueques, pero detestaba la sopa. Una feminista, convencida de que la mujer debía progresar y tener un papel más activo en la vida social y política. Soñaba con trabajar por la paz mundial y se veía asimisma como funcionario de la ONU, de la que dicho sea de paso era sumamente crítica.
De una u otra manera, Mafalda nos representa a todos en nuestra maravillosa y efímera juventud y, a pesar de tener 50 años, su ingenio sigue causándonos las mismas sensaciones, se mantiene tan vivaz, aguda y vigente como en los años en que la tira se imprimía en el desaparecido diario porteño El Mundo. ¡Larga vida, Mafalda! Honor a Quino. Lampadia