Carlos E. Gálvez Pinillos
Expresidente de la SNMPE
Para Lampadia
Tengo un primo con el que siempre hablamos de la “teoría del segundo puesto”. Para quienes no han observado, el que va en primer lugar siempre tiene que hacer esfuerzos superiores a los demás, tiene que abrir camino, debe exponerse al error, mientras que, el que ocupa el segundo lugar “le sigue las aguas”, aprovecha que el primero le despejó los obstáculos y padeció las consecuencias de sus metidas de pata, ojalá en el Perú aprendamos y apliquemos.
Claro está que, quien ocupando el primer lugar acierta en sus decisiones, tiene la oportunidad de destacar y sacar gran ventaja a los demás. Esto ocurre en la vida, en la ciencia, en los deportes y en la política. Dicho esto, el que está en segundo lugar y va imitando al primero, lo más probable es que se desgaste menos, aproveche las experiencias del primero para no repetir sus errores y aunque copie las cosas exitosas del primero, es poco probable que lo aventaje y luego se sostenga en el primer lugar.
Algo parecido nos pasa con Chile, un país que durante muchos años ha estado un paso delante nuestro, en lo educativo, en lo social, en lo político, lo económico y en las ideas, entre otras cosas. Hemos imitado muchas de las acciones, ideas y procesos que ellos se adelantaron a ejecutar. Así, por ejemplo, en lo político, nos acercamos al pensamiento de izquierda con el gobierno de Velasco, quien tomó de las corrientes establecidas en Chile durante la época de Eduardo Frei Montalvo, quien iniciara la reforma agraria, la “chilenización” del cobre y el fomento a las cooperativas, planes que después fueran acentuados por Salvador Allende desde 1970, pero que ya venía impulsando esas opciones siendo Senador.
Cuando Augusto Pinochet tomó el gobierno de Chile en 1973, lo hizo bajo la base de recuperar a Chile de la catástrofe política y económica a los que la condujo Allende, de eliminar el comunismo e imponer ideas liberales. En esas circunstancias, convocó a un equipo de economistas chilenos de la escuela de Chicago y formados por Milton Friedman, con lo cual, tuvo el acierto de rescatar a Chile del descalabro económico en que se encontraba. Al Perú, entre tanto, le tomó no sólo hasta la caída del muro de Berlín de 1989, pasando por el desastre de la terminación del régimen militar, el segundo gobierno de Belaúnde y concluir el primero de Alan García.
En 1991, cuando ya prácticamente no quedaba de la economía peruana más que escombros: un país con RIN negativas, sobre endeudado, recaudación fiscal de 4% del PBI y una inflación descontrolada de 7,000% en 1990, hubo que adoptar grandes remedios y la receta fue radical, pero funcionó. Se siguió los lineamientos que el equipo de “Chicago Boys”, que en su tiempo apoyó a Hernán Büchi, compartiera con Carlos Boloña para consolidar las decisiones adoptadas por Juan Carlos Hurtado Miller.
En esas circunstancias se diseñó la Constitución de 1993, una constitución pensada con criterios “post-caída del muro de Berlín”, la que dio autonomía al BCRP, reformó el sistema tributario creando la SUNAT como entidad autónoma -sólo así se pudo recuperar niveles aceptables de recaudación fiscal-, se creó el sistema privado de pensiones, con las AFPs y se abrió nuestra economía al mundo, suscribiendo Tratados de Libre Comercio (TLC) con 54 países de 4 continentes, entre otras reformas muy importantes que hoy nos permiten explicar todo el crecimiento económico que alcanzó el Perú desde ese entonces hasta la fecha, la importante reducción de la pobreza con mejora sustancial de los índices de desarrollo humano y reducción de las desigualdades económicas entre los ciudadanos. En suma, seguir los pasos de Chile nos resultó bien.
Ahora y desde el año 2019, se generó en Chile un movimiento reformista radical de la izquierda, promovido por jovencitos que quieren disfrutar de una “Economía de bienestar”, sin hacer el aporte de esfuerzo y sacrificio que las generaciones pasadas hicimos. Se les puso de moda pensar y pretender que el Estado tiene que resolverles todos los problemas y dificultades, sin pensar que “el Estado” somos todos los ciudadanos que trabajamos duro, creamos valor económico con nuestra producción, pagamos impuestos y que, recién a partir de ello, tenemos derecho a pedir que el Estado nos brinde servicios básicos de justicia, seguridad e infraestructura, así como salud y educación, obviamente aportando en la medida de nuestras posibilidades. No sólo eso, sino que exigen privilegios y trato diferenciados para los que se consideren población originaria.
Lo anterior ilusionó a muchos con una Convención Constituyente, la que se convocó con la aprobación del 78% de los votantes en el 2021. Ésta se instaló con muchos bríos y gran desenfado, asumiendo incluso un gran irrespeto por las minorías. Hoy y ya a tres meses de completar el proceso, las reacciones son muy distintas a las de hace un año. Muchos se sienten engañados, otros muchos muy estúpidos, pero mayoritariamente no representados por el planteamiento radical, plurinacional y refundacional de los que llegaron a esta asamblea. La tendencia de los que desaprueban es creciente y menos de un tercio de los ciudadanos chilenos aprueba la nueva propuesta. Total, el 4 de setiembre de este año se tendrá que votar si se aprueba o no el nuevo texto, caso contrario, continuaría vigente la actual constitución.
En el Perú, algunos lunáticos desubicados están tratando de convocar también su Asamblea Constituyente, a pesar que eso está en la última prioridad de la ciudadanía y con sólo un 8% de interesados, mientras tanto, no le están prestando atención a las demandas fundamentales de los ciudadanos, tales como: lucha contra la delincuencia ciudadana 53%, lucha contra la corrupción 52%, generación de empleo/reactivación económica 42%, reducción de la pobreza 31%, por mencionar sólo cuatro de 10 preocupaciones prioritarias de la ciudadanía.
Ya sabemos que, a esta gente del gobierno no le importa nada las preocupaciones y el bienestar ciudadanos, con tal de atornillarse en el gobierno y perpetuarse en él. Lo lamentable es que, no sólo en el gobierno, sino también en ciertos partidos, tenemos congresistas venales, comprados, deshonestos, a quienes no les importa el Perú y los peruanos, sino aferrarse a sus cinco minutos de fama y cámaras, las que jamás hubieran tenido si de sus capacidades, méritos y valores se tratara. Pero no, de eso no se trata para ellos la política, ni las condiciones para ser elegidos. Lamentablemente sólo se trata de populismo barato, ofertas incumplibles y miseria humana para conseguir los votos en base a mentiras, como aquellas a que nos tiene acostumbrados Castillo y su gavilla, digo gabinete y bancada.
Sólo espero que esta vez, en Chile gane la sensatez y que nos sirva de ejemplo en el Perú. Lampadia