Pablo Bustamante Pardo
Director de Lampadia
Como dice Richard Webb en su artículo: La hora de los pueblos, “se necesita un nuevo selfi, una autoimagen nacional más actualizada. La versión que se sigue repitiendo para explicar cualquier aspecto político, económico o social del Perú enfatiza el dualismo, la división del país entre una Lima moderna y prepotente, y un campesinado serrano atrasado y abusado”.
Efectivamente, la mayoría de los analistas, incluyendo a los más renombrados, siguen hablando del dualismo para interpretar nuestra realidad.
Por ejemplo, el afamado politólogo y socio del grupo de análisis político 50+1, Carlos Meléndez, comienza su entrevista de hoy en Perú21 afirmando: “En el Perú existen dos coaliciones. Una coalición del establishment donde están las bancadas parlamentarias de la derecha y de la centro derecha, las fuerzas del orden, algunos empresarios formales; Lima y las clases medias. Y una coalición del anti-establishment, donde están desde grupos radicales, como mineros ilegales, contrabandistas, etc., pero también el mundo campesino expresado en las movilizaciones”.
Richard Webb muestra un Perú compuesto de tres grandes bloques:
Lima con 30% de la población
Las ciudades intermedias, desde las capitales de departamento hasta los pueblos más pequeños, con 50% de la población
El sector rural con solo 20% de la población, que en el siglo XX era el 80%. Como Webb indicó en escritos anteriores, hay que considerar que, además, la población rural, en un buen porcentaje, comparte su vida entre lo rural y lo citadino.
Webb dice que: “el cambio ha sido gigante”. Y muestra que entre 2004 y 2021:
el ingreso promedio de la población activa rural aumento 2.5% al año
en los pueblos 1.0% al año
en Lima el aumento fue cero
No sigamos pues enfocados en el idílico dualismo que solo divide falsamente a los peruanos entre poderosos y abusados. Líneas abajo compartimos el esclarecedor artículo de Webb:
La hora de los pueblos
Richard Webb
El Comercio
15 de enero, 2023
En 1973 viajé a Huancavelica para conocer la mina Julcani. Saliendo de Pisco, durante un día entero seguimos un camino de tierra hacia el pueblo de Lircay, una capital de provincia cercana a la mina. Llegando a la entrada del pueblo cuando se ponía el sol, el chofer tocó bocina para despertar a los perros que aprovechaban el calor de la tierra y la total ausencia de tráfico para hacer siesta en medio de la pista. Cuarenta años después regrese a Lircay por la misma ruta, pero la segunda llegada no pudo ser más diferente a la primera: la entrada al pueblo ahora estaba pavimentada, atorada de tráfico, y sin perros a la vista. Además, la esquina lucía semáforo para manejar un tráfico de todo tipo, desde bicis y mototaxis hasta buses y camiones de ocho y más llantas.
Otro “antes y después” ha sido el pueblo selvático de San Lorenzo, que conocí en 1982 cuando visitaba aldeas rusticas en las orillas del rio Marañón, en la selva norte. Nunca volví al pueblo, pero si pude seguir su transformación en las décadas siguientes – hasta con fotos y videos – gracias a un amigo antropólogo que reside allí y me conversa por Facebook. San Lorenzo fue designado capital de la provincia de Datem, y hoy cuenta con 20,000 mil habitantes, aeropuerto, edificios de varios pisos, y presencia universitaria. Cuando pensamos en la selva seguimos imaginando una vida esquivando lianas en la espesura selvática, pero hoy su población – y sus medios de vida – son más urbanos que rurales.
Son reflexiones que sugieren la necesidad de un nuevo selfi, una autoimagen nacional más actualizada.
La versión que se sigue repitiendo para explicar cualquier aspecto político, económico o social del Perú enfatiza el dualismo, la división del país entre una Lima moderna y prepotente, y un campesinado serrano atrasado y abusado. Para Basadre el “dualismo de la economía” era “innegable,” el historiador Peter Klaren abre su historia del Perú repitiendo esa imagen, y Rosemary Thorp y Geoffrey Bertram cierran su obra afirmando que, “la estructura dual de la economía se fortaleció.”
El problema de ese selfi es que los miembros de la familia peruana ya no son dos sino tres. Además del campesino y del limeño, ahora contamos con una enorme población que vive en pueblos y ciudades pequeñas, y que hoy constituye exactamente la mitad de la población nacional.
Hoy, el poblador arquetipo de la peruanidad no es un limeño prepotente ni un campesino aplastado sino un trabajador o pequeño empresario de pueblo. El cambio ha sido gigante.
La población rural era la vasta mayoría – más del 80% durante el siglo XIX – pero hoy su participación es apenas 20%. Y si bien Lima es gigante y alberga a uno de cada tres peruanos, su volumen demográfico es sobrepasado por la población de los pueblos y otras ciudades. Hablamos repetidamente de la enorme migración del campo a Lima, pero la migración más grande ha sido del campo a uno de los miles de pueblos del país. Mas que campesino o limeño, el poblador más típico de la peruanidad actual es el pueblerino – personaje que no figura en la foto.
Esta nueva demografía tiene mucho de bueno.
Cada pueblo es un gran mercado local, produciendo los bienes y servicios legales, educativos, médicos, de entretenimiento y de transporte que requiere una agricultura moderna y una población diseminada.
A la vez, el pueblo crea un mercado cercano para la agricultura local.
Por eso el boom de los pueblos ayuda a explicar el fuerte aumento en los ingresos laborales rurales desde el inicio del milenio.
Según el INEI, entre 2004 y 2021:
el ingreso promedio de la población activa rural aumento 2.5% al año y
en pueblos 1.0% al año
en Lima (en el mismo periodo) el aumento fue cero
¿Quién está aplastando a quien ahora?