El retroceso a la era irresponsable
Jaime de Althaus
Para Lampadia
Quienes salen de Lima hacia el sur están felices: ya no tienen que pagar nada en el peaje de Villa. Pasan no más.
Es que el populismo funciona en el corto plazo.
Produce siempre una satisfacción inmediata, pero a costa del futuro. Pan para hoy, hambre para mañana.
¿Quién va a mantener ahora las autopistas de Rutas de Lima, si esta concesionaria, ya sin ingresos, deja de hacerlo?
¿Con qué plata?
Me temo que pronto veremos todas esas vías deteriorarse sin remedio.
Y ya sabemos que reconstruir una carretera es 7 veces más caro que mantenerla bien.

Pero hay un daño más profundo: lo que la satisfacción de no tener que pagar el peaje produce es un retroceso en la conciencia cívica, en la conciencia fiscal: creer que las carreteras se mantienen solas, que no cuestan, que no somos responsables de su construcción y mantenimiento, que podemos hacer uso de un servicio sin pagarlo. La viveza, en suma.
A nadie le gusta pagar impuestos, menos aun cuando se usan mal y algunos se apropian de esos recursos para su propio beneficio.
Pero el peaje, que es un impuesto, da frutos inmediatos y visibles: permite recuperar la inversión realizada y darle mantenimiento a la carretera para que podamos seguir circulando sin peligro.
De todas maneras, a nadie le gusta pagar peaje.
Lograr esa aceptación fue un avance en el desarrollo nacional, Ahora regresamos a la era irresponsable.
Hay un tercer daño de largo alcance: ¿qué empresa o fondo de inversiones nacional o internacional va a invertir en una concesión (APP) vial si se sabe que cualquier juez puede anular un peaje y que un fondo globalmente importante y serio como Brookfield ha sido confiscado y expulsado?
Cualquier comité de riesgos inmediatamente bloquearía la decisión. Tampoco las AFP o las nuevas administradoras de fondos o las compañías de seguros invertirán en APP luego de los elevados montos que invirtieron comprando bonos de Rutas Lima, que ahora valdrán nada.
En otras palabras, el desarrollo vial peruano ha quedado seriamente comprometido después de esta feroz arremetida populista que ha arrastrado hasta a los jueces.
Dicho sea de paso, es inconcebible que un juez pueda atacar derechos de propiedad y contratos en lugar de defenderlos, y que no reciba una sanción ejemplar por eso, pues violenta su propia razón de ser.
Para no hablar de un cuarto daño: las millonarias reparaciones que probablemente los peruanos tengamos que pagar luego de los fallos de los tribunales internacionales.
Y repito lo que ya he dicho en anteriores artículos, no tengo absolutamente nada que ver con Brookfield ni menos con Odebrecht. No tengo ninguna relación de ningún tipo con esas empresas. Por lo tanto, no soy “vocero” ni “emisario” de ellas y mucho menos de la corrupción.
Soy vocero de un principio fundamental de cualquier país que quiera crecer a tasas altas para acabar con la pobreza y la miseria:
Respetar la propiedad, los contratos, porque sin eso no hay inversión y sin inversión no hay crecimiento, ni desarrollo, ni reducción de la pobreza.
Lampadia
 
			 
			 
					 
									





