En un país en que todavía hay mucho por hacer debemos renovar nuestro compromiso patriótico todos los días y no solo vestirnos de los colores patrios para el aniversario de la independencia. Independencia que debió ser el inicio de la formación de un país que tenía todo para ser rico y exitoso.
Lamentablemente, no fue así. A los cien años de la independencia, Nicolás de Piérola dijo: “Nuestros Padres nos hicieron Libres, nos toca a nosotros hacernos Grandes”. Solo faltan seis años para el bicentenario y todavía no somos Grandes. Como se dijo en CADE 2014 después de la presentación de la “Visión del Perú al Tercio de Siglo” (Lampadia), “el Perú es un País en Construcción”. Y si tu país está en construcción, uno no puede dejar pasar un solo día sin poner ladrillos para avanzar sin pausa hacia el desarrollo integral.
La causa principal de que no hayamos logrado desarrollar nuestro potencial, ha sido la falencia de nuestra clase dirigente, como lo denunciaron en su momento Víctor Andrés Belaunde y Jorge Basadre. Los caudillismos y las ambiciones personales plagaron buena parte de nuestra historia republicana. El populismo nos hizo presa de buenos años y la anomia, esa falta de compromiso de los peruanos con mayores capacidades para participar en la vida ciudadana, o por lo menos de apoyar a quienes tengan la vocación, cubrió el resto.
A todo esto se agrega el desquiciamiento de la economía y la sociedad que produjo la dictadura militar, la débil democracia de los ochenta con el terrorismo y la hiperinflación y la reconversión del país, que pasando por las manos de un advenedizo, tuvo que recurrir al quiebre democrático. Esto generó, en su momento de debilidad, un odio enfermizo que aún subsiste. Luego la democracia del nuevo milenio, que si bien dejó que el regreso de la inversión privada a todos los sectores de la economía, transformara el país de una nación sin esperanza, a un país brioso, con una nueva clase media pujante y un proceso de inclusión económico y social que nunca habíamos tenido; no entendió su mandato de crear un Estado efectivo, una institucionalidad moderna y un llamado a la convergencia de las gentes, para que asumamos juntos el reto del desarrollo.
Hoy, luego de un descentralización defectuosa, se han afirmado los caciquismos locales, se han debilitado los partidos nacionales, las mafias del narcotráfico, el terrorismo, la tala ilegal, la minería ilegal y el contrabando armado de Puno, han ido estableciendo una suerte de territorio liberado, donde no puede ir el Estado ni la inversión privada formal. Además pululan una serie de sectas ideologizadas cuyos voceros siembran resentimiento, violencia e ideas del oscurantismo, como el pos-extractivismo, que nos llevaría a la edad media.
El gobierno que inicia su ultimo año de administración, no entendió la gran transformación que ya habíamos iniciado, y en vez de sumar sus acciones de gobierno para fortalecer el proceso, hizo, casi sin que nos diéramos cuenta, poco a poco, una especie de borrón y cuenta nueva en el que los campeones del crecimiento, los ciudadanos y empresarios que habían multiplicado nuestra riqueza, pasaron a ser una suerte de fuerza de ocupación extranjera. Se denostó al empresario, la inversión privada y, se pretendió revalorar la hegemonía de un Estado obstruccionista que como sus antecesores solo produjo: estancamiento de la inversión, del crecimiento, de los avances sociales y la pérdida de confianza en el futuro.
¿Qué necesitamos ahora? Pues convocar a todos los peruanos a subir al mismo bote y remar en la misma dirección, hacia el desarrollo integral duradero y sostenible que lleve a nuestra gente al bienestar general.
Necesitamos entender que la historia es una suma de experiencias, que el futuro no puede basarse en el odio y la revancha. Tenemos que comprender que el tiempo apremia, no podemos perder el tren del desarrollo otra vez, pues este se presenta como la última oportunidad. Necesitamos un compromiso de largo plazo de todos los peruanos, por la tarea común de construir la prosperidad. Lampadia