En su última edición, The Economist, recordaba que para “Roberto Goizueta, ex célebre Presidente Ejecutivo (CEO) de The Coca-Cola Company, el 15 de abril 1981 fue ‘uno de los días más importantes… en la historia del mundo’. Ese día, la primera planta embotelladora de Coca-Cola construida en China desde la revolución comunista, empezó a funcionar”.
Tal y como indica la prestigiosa revista, la referencia parece “exagerada, pero no absurda. Las desastrosas políticas de Mao Zedong [Tse Tung] habían dejado a [China] en ruinas. La máxima aspiración de los chinos en esa época eran ‘cuatro cosas que dan vueltas’: bicicletas, máquinas de coser, ventiladores y relojes. Cuando Deng Xiaoping [1978], entonces líder de China, abrió las puertas a las empresas extranjeras como parte de una serie de transformaciones [y reformas económicas] convirtieron a China en uno de los mercados más grandes y de mayor crecimiento en el mundo”.
Paradigmáticamente, el 26 de diciembre del mismo año en que se abrió la primera planta de Coca-Cola en China, aparecieron unos perros colgados de los postes de luz del centro de Lima. La macabra escena se componía de un críptico letrero en el que estaba escrito el nombre de “Teng Siaping” (Deng Xiaoping). De esta forma, los miembros de Sendero Luminoso, querían recordar el cumpleaños de Mao (fallecido cinco años antes) y mostrar su posición contraria a las reformas que Deng impulsaba en China, abandonando la ideología maoísta.
Está claro que a la luz de los resultados actuales, lo retrógrado, equivocado y contra-histórico, se hallaba en el mal llamado “pensamiento Gonzalo”. Amén de la barbarie genocida que desató con sus ideas sobre el país durante la década de los 80 y 90, todos sus postulados eran erróneos, equívocos y perversos. En cambio, Deng dio en el clavo. Hoy China es una superpotencia económica y su pueblo pasó del hambre a la prosperidad (600 millones).
Como señala el biógrafo de Deng Xiaoping, Ezra Voguel, “tal vez nadie en el siglo XX tuvo un mayor impacto a largo plazo en la historia mundial como Deng Xiaoping”. El peso económico, militar y político de la China actual así lo demuestra. El auge de la economía mundial, y en especial de los países emergentes de las últimas décadas, solo es explicable a partir del sólido despegue del gigante asiático.
Como reconoce The Economist, “en cierto modo, el mercado chino sigue siendo el más atractivo del mundo. A pesar de que sólo representa alrededor del 8% del consumo privado en el planeta, contribuyó más que cualquier otro país con el crecimiento del consumo entre el 2011 y el 2013. Empresas como GM y Apple han hecho grandes ganancias allí”.
Tras hacerse del poder luego de derrotar a la Banda de los Cuatro, que aspiraban a profundizar la Revolución Cultural China que había llevado al desastre el país, generando dantescas hambrunas con las que se llegaron a contabilizar más de 60 millones de muertes del comunismo chinos, Deng decidió poner en práctica el célebre dicho por el que se le recuerda: “no importa el color del gato, siempre que cace ratones”.
Esa frase resume perfectamente el pragmatismo de Deng. Un pragmatismo impensable en un hombre de una época, un país y un partido tan ideologizados como la China de entonces. Aún así, este líder renunció a los postulados que consideró errados para iniciar una de las más grandes, y exitosas transformaciones económicas, sociales y tecnológicas de la historia de la humanidad. El progreso de occidente, desde la revolución industrial, tomó 200 años. A la China, dos décadas.
Arropado bajo el nombre de “Socialismo con características chinas”, Deng inició el plan de reformas liberales más ambicioso de todos los tiempos en Diciembre de 1978.
Las reformas constaron de dos fases. “La primera, a finales de los 1970s y principios de los 1980s, se centró en la des-colectivización de la agricultura, la apertura del país a la inversión extranjera y el permiso a emprendedores de iniciar empresas. La segunda fase (década de los 80 y 90), consistió en la privatización de la mayor parte de la industria y el levantamiento del control de precios, las políticas proteccionistas y regulaciones. De 1978 a 2010, la economía creció a un ritmo impresionante de 9,5% anual promedio. Así la China, en 32 años pasó a ser la segunda economía del planeta.
Si bien, Deng Xiaoping, mantuvo la estructura política China y manejó sus designios con mano de hierro, (fue responsable de la matanza de Tiannamen, por ejemplo), su papel en el despegue económico mundial no puede soslayarse. El mundo sería otro, sin su providencial intervención.
Imaginémonos qué sería de la China y la humanidad, sin la gesta económica y social que lideró Deng, y qué sería de nuestro país, si no hubiésemos derrotado a Sendero y recuperado la senda del crecimiento. Lampadia