El mundo ha evolucionado de manera drástica en las últimas décadas. Los cambios económicos y sociales impulsados por las nuevas tecnologías, el comercio, la demografía o la migración influyen en los resultados de las políticas públicas, incluidas las que afectan a la relación de los estados con sus poblaciones y los servicios públicos, que deben adaptarse a esas evoluciones ajustando sus políticas e innovando nuevas formas de lograr los objetivos.
La economía de bienestar es conocida como un enfoque de izquierda, pero, en realidad, nació gracias al liberalismo clásico en el Reino Unido. El objetivo era brindar seguridad a las personas para que puedan seguir la vida que eligieron. Como afirma The Economist, “Los reformadores liberales creían que, al asegurar a las personas contra algunos riesgos de ‘destrucción creativa’ o externalidades, los estados de bienestar reforzarían el apoyo democrático al libre mercado”.
Hoy hay muchas variedades de estados de bienestar. Líneas abajo presentamos el artículo líder de The Economist al respecto, y en el siguiente enlace, el análisis en profundidad de la revista: “El ‘estado de bienestar’ necesita una actualización”. Ambos nos explican las connotaciones actuales en las sociedades modernas. Un tema clave es la relación o balance entre el gasto en bienestar y con la reducción de la pobreza y los incentivos para el trabajo, ‘el trilema’. A medida que los países se vuelven más ricos, el gasto público aumenta como porcentaje del PBI, pero no necesariamente la perc epción de sus beneficios, como se puede ver líneas abajo:
La verdad es que el gasto en «protección social» (pensiones, prestaciones y similares) en el club de países de la OCDE ha aumentado del 5% en la década de 1960 al 15% en 1980 al 21% en 2016.
En definitiva, en relación al Estado del Bienestar se necesita una modernización y adaptación de las ideas socialdemócratas, que vaya más allá del mantenimiento del nivel de gasto público, y se enfoque mucho más en la calidad, progresividad e impacto del mismo. En este sentido, las reformas adoptadas por los países escandinavos pueden servir de guía para marcar el camino.
Para entender más el tema, compartimos líneas abajo otro artículo de The Economist:
Regresando a lo básico
El capitalismo necesita un ‘estado de bienestar’ para sobrevivir
Pero el ‘bienestar’ debe reformarse para enfrentar el envejecimiento y la inmigración
The Economist
12 de julio, 2018
Traducido y glosado por Lampadia
En las mitologías de izquierda y derecha, el ‘estado de bienestar’ es creado por el socialismo. Sin embargo, la tradición intelectual que más lo ha alimentado es el liberalismo. El arquitecto de su versión británica, William Beveridge, no quería usar el poder del estado por sí mismo. El objetivo era brindar seguridad a las personas para que puedan seguir la vida que eligieron.
Los reformadores liberales creían que, al asegurar a las personas contra algunos riesgos de ‘destrucción creativa’, los estados de bienestar reforzarían el apoyo democrático al libre mercado.
Desde que Beveridge publicó su informe seminal en 1942, los ‘estados de bienestar’ se han extendido, se han hecho más grandes, más complejos y, a menudo, menos populares. Este cambio tiene muchas causas. Pero una es que muchas veces se han alejado de los principios liberales que los sostenían. Son estos principios los que deben reafirmarse.
A medida que los países se vuelven más ricos, tienden a gastar una mayor proporción del ingreso nacional en servicios públicos y beneficios. El gasto en «protección social», como las pensiones, el seguro de desempleo y la asistencia para los desempleados ha aumentado de un promedio de alrededor del 5% del PBI en los países ricos en 1960 al 20% en la actualidad. Si se incluye el gasto en salud y educación, la cifra casi se duplica. Para algunos, el nivel tan alto de estos estados de bienestar es razón suficiente para una reforma.
Pero lo que hace el ‘estado de bienestar’ es quizás más importante que su tamaño. Debe permitir que las personas tomen sus propias decisiones, ya sea mediante el apoyo a los padres de familia para reinsertarse al trabajo como en Escandinavia, ayudas presupuestales para personas con discapacidades como en Inglaterra, o ‘cuentas de aprendizaje’ al estilo de Singapur para que los desempleados puedan adquirir nuevas habilidades.
Todos necesitan lo suficiente para continuar sus vidas. Muchos de los que abandonan el mercado de trabajo o que trabajan en la ‘economía gig’ (en trabajos temporales de corto plazo) luchan por salir adelante. Y muy a menudo, la ayuda para los pobres se presenta de manera cruel, ineficiente, paternalista o compleja. En algunos países ricos, los desempleados enfrentan tasas impositivas marginales superiores al 80% cuando comienzan un trabajo, debido a la pérdida de beneficios.
Cualquier reforma del ‘bienestar’ implica la búsqueda de balances entre el costo del plan y sus efectos sobre la pobreza y los incentivos para trabajar. Ningún esquema es perfecto. Pero una buena base es el impuesto negativo sobre la renta, que subsidia a los trabajadores por debajo de un cierto umbral de ingresos, mientras grava a los que ganan por encima. El impuesto a la renta negativo se puede combinar con un ingreso mínimo para todos. Es una forma relativamente simple y eficiente de enfocarse en la pobreza mientras se mantienen los incentivos para trabajar, siempre y cuando la tasa de impuestos no sea demasiado alta.
La reforma, sin embargo, también requiere asumir dos desafíos que no le causaron mucha preocupación a Beveridge:
- El primero es el envejecimiento.
Se prevé que, en los países ricos, la proporción de personas en edad laboral, en relación a los jubilados, disminuya de cuatro a uno en 2015, a dos a uno en 2050. Y a medida que los países se vuelven más longevos, el gasto social se concentrará hacia los ancianos. Para mitigar la creciente desigualdad intergeneracional, tendría sentido recortar los beneficios más cómodos para los ancianos y elevar constantemente las edades de jubilación.
- El segundo desafío es la inmigración.
En toda Europa, el «chauvinismo del bienestar» está en aumento. Se respalda un estado de bienestar generoso para las personas más pobres, pero no para los inmigrantes. Los populistas argumentan que, si los inmigrantes de países pobres inmigran libremente a los ricos, arruinarán el estado de bienestar. Otros argumentan que las políticas liberales de migración dependen de frenar el acceso a la misma: construir un muro alrededor del estado de bienestar, no el país. Las encuestas sugieren que pocos europeos nativos quieren privar a los recién llegados del acceso inmediato a la atención médica y las escuelas para sus hijos. Pero algunas restricciones en los beneficios monetarios, como las que ya existen en Estados Unidos y Dinamarca, pueden ser necesarias.
Los liberales como Beveridge se dieron cuenta, de que la mejor manera de asegurar el apoyo al libre mercado, es incorporar más personas en el. El ‘estado de bienestar’ debe verse como algo más que proporcionar zapatos y sopa para los pobres y seguridad en la vejez. En una sociedad democrática, también es crucial para soporte del capitalismo. Lampadia