Continua la hemorragia fiscal en Petroperú, sin solución estructural
Jaime de Althaus
Para Lampadia
Por amor a la patria la presidente forzó la renuncia del directorio de Petroperú y luego publicó un Decreto de Urgencia que sigue dándole vida artificial a esa empresa con una inyección de 2,180 millones de dólares de todos los peruanos entre líneas de crédito y capitalizaciones (ver siguiente cuadro), sin que haya directorio ni se haya contratado aun a un PMO que aseguren un manejo serio de ese dinero, ni menos se piense en un ingreso de capital privado que recupere la empresa para que no siga siendo un barril sin fondo pagado por todos nosotros.
No es solo dinero de los contribuyentes que se debería usar en seguridad, justicia, salud o educación. Es agravar el deterioro de la solidez fiscal del Perú, nuestra principal fortaleza macroeconómica, camino hacia la pérdida del grado de inversión. Muy grave. ¿Por amor a la patria?
El amor a la patria de la presidente es sencillamente amor a la hemorragia fiscal. Recordemos nuevamente su célebre frase: “El directorio de Petroperú ha renunciado, correcto, tendremos que poner funcionarios que amen la patria…”.
El mensaje implícito era que los renunciantes no amaban a la patria. ¿Quiénes son entonces los que sí la aman? Muy claro: son los que tomaron las decisiones que llevaron a la empresa donde está,
los que contratan o compran con sobreprecio obras o servicios (a veces innecesarios) o insumos como crudo y combustibles (es decir, los que roban),
los que favorecen a sus parientes y amigos en la contratación de personal, sin meritocracia alguna,
los que otorgan y se otorgan beneficios laborales y bonos sin relación con la productividad de la empresa,
los que abandonaron el mantenimientos del oleoducto, ahora inservible,
los que deciden la ejecución de proyectos sin un análisis de costo beneficio, cargándole la cuenta a los peruanos,
los que decidieron la construcción de una refinería que ahora debemos pagar todos nosotros.
En el libro de Carlos Paredes “La tragedia de las empresas sin dueño” hay una buena descripción de esos que aman a la patria.
Esos mismos son los sindicalistas que salieron a festejar la renuncia del directorio como un triunfo de su lucha heroica por defender sus privilegios y sinecuras a costa de nuestro bolsillo. Petroperú, como bien dijo Antony Laub, es un botín, y los ladrones festejan.
Lo increíble es que se usa el nombre de la patria para proteger y transfigurar esos intereses predatorios. Algunos quizá se la creen, y alucinan la grandeza de Petroperú como símbolo de la fortaleza del Perú. Así, Petroperú es poco menos que una empresa sagrada, un templo productivo que encarna la idea de una nacionalidad fuerte. Por eso, amar a Petroperú es amar a la patria.
Es una idea que viene del velasquismo, para el que el Estado lo era todo. El tamaño y poder del Estado expresaban el poder del país. En realidad, era un poder falaz e ilusorio construido a costa del poder de los ciudadanos, de la sociedad. Por eso, al depredar su base de sustento, se hundió en la hiperinflación. Lo único cierto de esa ideología emocional es que el peso de ese Estado hundió al país.
Porque lo que interesa no es la fortaleza (falaz) de una empresa estatal o del Estado, sino de los ciudadanos. El Estado existe para ellos, no a costa de ellos o contra ellos.
En el tema del petróleo interesa que produzcamos petróleo y que las empresas que lo hagan paguen impuestos que solventen la seguridad, la justicia, la salud y la educación que requieren los ciudadanos para vivir en paz y bienestar.
Con Petroperú ocurre lo contrario: somos los ciudadanos lo que tenemos que solventar los privilegios, corruptelas y desvaríos de los políticos y los funcionarios. De la casta, como diría Milei. Trabajamos para ellos. Eso es opresión en cualquier parte del mundo y tenemos que liberarnos de ella.
Lampadia