Iván Alonso
El Comercio, 28 de noviembre del 2025
“A veces, pero no siempre, la economía encuentra nuevos usos para la capacidad instalada ociosa”.
El furor desatado por la inteligencia artificial (IA) amenaza con un desastre. No pasa una semana sin un anuncio de alguna inversión “multibillonaria” (en la escala angloparlante). Mayormente son inversiones en nuevas fuentes de generación de la gran cantidad de energía que se necesita para arrancarle una respuesta a un “large language model”. Se estima que esas inversiones explican la mitad del crecimiento económico registrado por la economía estadounidense en el primer semestre del año. Pero ¿qué pasará si la euforia –por no decir la burbuja– de la IA se desinfla?
Hay muchas expectativas sobre lo que se puede lograr con la IA. No hay líder empresarial que no diga hoy en día que va a incorporarla en sus procesos y, quién sabe, suprimir tantos puestos de trabajo en consecuencia. Pero, más allá de los costos y beneficios, la realidad podría terminar por no satisfacer todas las expectativas. Habrá cosas para las que se pueda utilizar la IA y otras para las que no. Igual como pasó con las computadoras personales.
Una brecha importante entre las expectativas y la realidad dejaría parte de esa infraestructura subutilizada. No sería la primera vez que eso suceda. La crisis de las “dotcom” en el año 2000 dejó miles de kilómetros de fibra óptica sin tráfico. La “railway mania” de mediados del siglo XIX en el Reino Unido también dejó miles de kilómetros de vías férreas a medio construir cuando se hizo evidente que la demanda no las justificaba.
A veces, pero no siempre, la economía encuentra nuevos usos para la capacidad instalada ociosa. Fueron los usuarios de celulares los que se beneficiaron, de carambola, con toda esa fibra óptica cuando las compañías de telecomunicaciones comenzaron a ofrecer planes tarifarios con miles de minutos de llamadas por unos cuantos dólares. Muchos de los ferrocarriles abandonados se terminaron de construir para la Segunda Revolución Industrial que comenzó alrededor de 1870.
En el camino, sin embargo, quedan empresas con una carga de deuda que no pueden soportar. Las que hoy parecen invencibles de pronto desaparecen, y arrastran en su caída a bancos e inversionistas. En unos años más podríamos estar hablando de la “crisis de la IA” y la recesión que la siguió. Tampoco será el fin del mundo, si es que llega a suceder. Que nadie pida un rescate. La destrucción creativa no solamente se alimenta de innovaciones exitosas, sino también de la respuesta del mercado a las innovaciones fallidas.






