Ronin 360
Perú21, 24 de noviembre del 2025
Podría sumar un punto porcentual adicional de crecimiento económico durante las próximas décadas.
Hoy, el mundo se adentra en una nueva dinámica que redefine la demanda por minerales y abre un ciclo completamente distinto. En los últimos 25 años se han observado dos grandes ondas de precios: la primera, impulsada por el crecimiento chino entre 2000 y 2014, cuando su economía avanzaba a ritmos cercanos al 10% anual; y la segunda, la actual, detonada por el proceso global de transición energética y amplificada por el auge de la inteligencia artificial.
Ambos fenómenos requieren volúmenes inéditos de minerales, especialmente cobre, para la fabricación masiva de autos eléctricos, paneles fotovoltaicos, turbinas eólicas, líneas de transmisión, centros de datos y sistemas electrónicos cada vez más sofisticados.
Esta no es una especulación, sino una tendencia respaldada por evidencia. S&P Global estima que el consumo de cobre refinado podría duplicarse en los próximos diez años, manteniendo precios suficientemente altos como para sustentar un nuevo ciclo de inversiones. A la par, el FMI advierte que el consumo energético de los centros de datos ya es equivalente al de Francia o Alemania, y podría triplicarse de aquí al 2030, alcanzando el nivel de India, el tercer país más intensivo en demanda de energía.
De aprovechar este nuevo entorno, el Perú podría sumar aproximadamente un punto porcentual adicional de crecimiento económico durante las próximas décadas, como proyecta el Banco Mundial.
Ventaja peruana
La ventaja estratégica del país es significativa. El Perú cuenta con una cartera de 67 proyectos mineros, que suman casi US$65,000 millones en inversiones potenciales, de los cuales más de la mitad —36 proyectos— corresponden al cobre y concentran alrededor de US$45,000 millones, equivalentes al 71% del total.
En los próximos dos años podrían entrar en construcción diez proyectos, entre ellos Tía María, Zafranal y la Optimización de Cerro Verde. Sin embargo, buena parte de este portafolio continúa sin una fecha clara de inicio debido a exigencias regulatorias, sociales y logísticas que ralentizan su ejecución.
El potencial existe, y es excepcional, pero aún está atrapado en la incertidumbre que limita la capacidad del país para competir con jurisdicciones que ya han decidido capitalizar el nuevo ciclo, como Chile, Canadá, Australia, o incluso varias naciones africanas.
El impulso minero traería, además, un efecto directo sobre la demanda energética nacional. La minería es uno de los principales consumidores de electricidad del Perú y su consumo ha venido creciendo incluso por encima del ritmo de producción del propio sector. Hoy representa alrededor de un tercio de toda la electricidad consumida en el país y cerca del 20% de sus costos operativos.
Si la producción de cobre se expande para responder a la mayor demanda asociada a la transición energética global, la infraestructura eléctrica peruana deberá acompañar ese crecimiento. Esto implica aumentar la capacidad de generación —especialmente la proveniente de fuentes renovables no convencionales, como la solar y la eólica— y reforzar las redes de transmisión que permitan llevar la energía hacia los centros productivos.
La paradoja virtuosa es clara: el boom minero puede convertirse en el mayor impulsor de la transición energética peruana, siempre que el diseño regulatorio esté a la altura.
Esa regulación, no obstante, requiere mejoras inmediatas. Una matriz más intensiva en energías renovables no convencionales demanda sistemas capaces de gestionar la intermitencia de la generación solar y eólica; mecanismos más ágiles para abrir el mercado de servicios complementarios —incluido el almacenamiento mediante baterías—; metodologías de planeamiento de transmisión más coherentes con la velocidad de crecimiento de la demanda; y reglas más claras sobre integración vertical para atraer inversiones sin distorsiones. Son aspectos técnicos, pero en conjunto determinan la capacidad del país para sostener un ciclo de expansión minera y energética simultáneo.
Desafíos del sector
La transición energética global ha abierto para el Perú una oportunidad excepcional, posiblemente la más importante de las últimas décadas, sostuvo Isaac Foinquinos, economista jefe de Ronin.
Sin embargo, Foinquinos advirtió que no es una oportunidad automática. Señaló que el país tiene los recursos minerales, el know-how operativo y una base energética relativamente sólida para convertirse en un jugador central de la nueva economía descarbonizada. Aseguró que lo que hace falta es destrabar proyectos, reducir la incertidumbre y alinear las decisiones regulatorias y políticas con la magnitud de la ventana que se abre. “La transición energética necesita del cobre peruano, pero aún más el Perú necesita de la transición energética para recuperar una ruta de crecimiento sostenido que hoy parece diluirse”, precisó.
Agregó que, en el fondo, los avances macroeconómicos del Perú contemporáneo han estado respaldados por un sector minero que ha sabido atraer inversiones de clase mundial gracias a un entorno de precios favorables y a un marco regulatorio que, durante un largo periodo, transmitió estabilidad y confianza.
“La minería ha sido, durante los últimos 25 años, el motor más constante y decisivo de la economía peruana”, concluyó.






