Fernando Barrios Ipenza
Perú21, 10 de noviembre del 2025
“El dilema peruano no es solo de dinero, sino de visión. De mitos que desterrar y acciones que concretar. Podemos seguir duplicando presupuestos mientras las brechas se triplican, o podemos atrevernos a cambiar el modelo».
Hago referencia a mi intervención en la CADE Ejecutivos 2025. En la última década, el Perú ha destinado recursos sin precedentes a los sectores de salud y educación. Los presupuestos se han duplicado, los salarios en ambos sectores han crecido y el gasto per cápita por estudiante o asegurado ha aumentado. Sin embargo, las brechas estructurales —en infraestructura, cobertura y calidad— no solo persisten, sino que se amplían. Invertimos y, sobre todo, gastamos más, pero obtenemos menos. Esa es la paradoja.
Educación: más dinero, menos impacto
En 2014, el entonces ministro de Educación Jaime Saavedra reveló una brecha en infraestructura educativa de S/77,000 millones. Una década después, esa cifra se ha duplicado y supera los S/158,000 millones. Mientras tanto, el presupuesto del sector pasó de S/18,400 millones en 2012 a casi S/49,000 millones en 2025. Sin embargo, los logros de aprendizaje apenas mejoran y la infraestructura continúa deteriorándose.
El gasto por alumno se duplicó, pero menos escuelas cuentan con servicios básicos completos. En 2012, el 39% tenía agua, luz y saneamiento; en 2023, solo el 29%. Además, menos de la mitad de los estudiantes de escuelas públicas tiene acceso a Internet, según Unicef. La brecha digital también es una brecha educativa.
En la educación superior ocurre algo similar. Las universidades públicas han incrementado sus presupuestos —PIM— de S/2,174 millones en 2012 a S/4,875 millones en 2024, el doble. Pero el número de estudiantes de pregrado que atienden se mantiene prácticamente igual: 330,000 en 2012 frente a 326,000 en 2024.
Gracias a la inversión privada en educación superior, se ha podido atender la demanda de profesionales del sector productivo en las últimas dos décadas, especialmente en provincias. En 2012 había 517,000 universitarios; hoy son 1.5 millones. Aun así, la cobertura del país sigue siendo mucho menor que la de Colombia o Chile.
Un dato poco visible pero alarmante: solo el 20% de los peruanos mayores de 25 años tiene educación superior completa. En Lima, el 26%; en regiones como Loreto, Puno, Huancavelica, Apurímac o Cajamarca, apenas el 10%. ¿A qué nivel de competitividad podemos aspirar con tanta asimetría e inequidad?
Dato relevante: las universidades privadas societarias aportaron más de S/1,500 millones en impuesto a la renta solo en 2024. El destino de ese dinero debería servir para potenciar el acceso y la equidad de más jóvenes a través de programas como Beca 18, cuyos beneficiarios mayoritariamente eligen estas instituciones.
Salud: más asegurados, menos atención
El sector salud repite el patrón. Los presupuestos crecieron, pero la atención empeoró drásticamente. En Essalud, el ingreso por asegurado se duplicó en diez años; su presupuesto actual supera los S/17,000 millones. Sin embargo, la inversión en infraestructura y equipamiento es mínima: menos del 3% de sus ingresos.
Entre 2006 y 2011, las consultas externas aumentaron 65% y las cirugías casi 40%. Se construyeron 18 hospitales y se equipó la institución con más de 30,000 equipos. En los siguientes diez años, entre fines de 2011 y 2024, las consultas solo crecieron 12% y las cirugías casi nada. Eso explica el colapso actual.
Se ha abandonado la inversión en hospitales, equipamiento e incentivos a la productividad, como los mecanismos de pago y la meritocracia. No se ha replicado —menos aún escalado— la valiosa experiencia de los hospitales bajo Asociación Público-Privada, tan bien valorados y que costó muchísimo esfuerzo llevar adelante. Se cerraron varias unidades de atención privada; Essalud tiene hoy menos centros asistenciales que hace 15 años. El dinero no sigue al paciente, sino a los intereses. Hoy, muchos peruanos terminan buscando atención en boticas y farmacias: el síntoma de un sistema colapsado.
La inestabilidad institucional agrava el problema. Desde 2021, Essalud ha cambiado de presidentes y equipos directivos, en promedio, cada 128 días; y el Minsa, de ministros cada 167 días. Un escándalo. Se hace imperativo separar la carrera profesional y técnica de la carrera política. Cada nueva gestión empieza de cero, cada vez con menor perfil profesional. Y cuando el liderazgo cambia constantemente, las políticas públicas se vuelven efímeras. Se ha impuesto el cuoteo político, la repartija institucional.
Un modelo agotado
Ya no se trata solo de gastar más o de gestionar mejor. El modelo de provisión pública está agotado. Ni siquiera bastan mejores ministros o directorios más competentes. La lógica burocrática —centrada en el control y no en los resultados—, la “decidofobia”, la mediocridad, la captura por intereses internos y externos, y el desinterés de los principales actores —los ciudadanos, contribuyentes y asegurados— han demostrado sus límites. Reformar el sistema no basta: hay que repensarlo.
Como señalaba Hannah Arendt, lo público no es lo estatal, sino aquello que nos pertenece a todos. Por eso, el desafío no recae solo en el Estado, sino también en la sociedad y en la empresa privada. La transformación requiere corresponsabilidad: colaboración real, innovación compartida y una nueva forma de gobernanza pública.
En Essalud está claro que, si no se separa el rol del financiador —el asegurador y garante— del prestador —los centros de salud—, no habrá cambio sostenible. Justamente, las APP que se concretaron tenían ese objetivo, y lo han demostrado.
Hacia un nuevo pacto social
El país necesita un pacto renovado entre Estado, empresa y ciudadanía. El Estado debe abrirse a alianzas que multipliquen capacidades y aceleren resultados. El sector privado puede aportar gestión, innovación y eficiencia. Y la sociedad civil debe asumir su rol de proponer, exigir y ejercer vigilancia activa.
El dilema peruano no es solo de dinero, sino de visión. De mitos que desterrar, intereses que superar y acciones que concretar. Podemos seguir duplicando presupuestos mientras las brechas se triplican, o podemos atrevernos a cambiar el modelo.
La consigna es clara:
“Si el Estado se estanca, la sociedad retrocede; si la sociedad se compromete, el Estado avanza”.






