Maite Vizcarra
El Comercio, 16 de octubre del 2025
“En la era de los presidentes fugaces y los tuits perennes, Jerí podría demostrar que gobernar también es narrar bien la propia historia”.
En un país donde la política parece escrita al filo del azar, José Jerí ha llegado al poder casi por accidente. Su desafío no será solo gobernar con lo que tiene, sino construir, en tiempo récord, una autoridad; faena en la cual su conducta digital podría ayudarlo más allá de convertirse en un buen meme.
El Perú ha perfeccionado el arte de producir presidentes imprevistos. Lo que en otros lugares sería una rareza, aquí se ha vuelto una costumbre institucional. Jerí, convertido en presidente por una sucesión constitucional vertiginosa, encarna ese extraño destino: llegar al poder con un tiempo de gobierno tan corto que cualquier otro lo consideraría un mero trámite. Pero en el Perú, incluso un interregno express puede dejar huella si entiende bien el signo de los tiempos.
Y el signo de este tiempo no está en los discursos ni en los decretos, sino en la huella digital. Jerí parece intuirlo. Su primera semana en el poder ha sido, más que una toma de mando, una puesta en escena digital. Publica videos espontáneos, responde con tono llano, comparte imágenes sin el filtro de la solemnidad. A falta de un programa político estructurado, construye –intuitivamente o por consejo– una narrativa de cercanía. No busca parecer poderoso, sino accesible. Y aunque sus primeros pasos en redes han tropezado con sus propias sombras pasadas, podría convertir ese mismo error en su mayor acierto: asumir que el poder hoy también se ejerce desde la transparencia.
Porque si algo distingue al presente político es la fusión entre reputación y conexión. En los brevísimos gobiernos peruanos, en los que los días pesan como años, la autoridad se lee en las acciones efectivas y en la capacidad de comunicar propósito. Y en ese terreno, Jerí tiene una oportunidad inesperada: hacer de su comportamiento digital un modelo de convivencia pública. No la del político que opina de todo, sino la del ciudadano que entiende que cada palabra en línea configura una forma de autoridad.
La ‘netiqueta’ –término que une network y etiqueta– es, en esencia, el conjunto de reglas no escritas que orientan cómo comportarse con respeto, claridad y empatía en el espacio digital. No es una formalidad, sino una forma de autocontrol y responsabilidad cívica. Si Jerí lograra instalar la idea de una ‘netiqueta’ presidencial, algo así como un protocolo de interacción digital basado en respeto, coherencia y mesura, podría inaugurar un nuevo tipo de autoridad moral: la del gobernante que enseña con el ejemplo en un país donde todos hablan y pocos escuchan. Y de paso, ponderar en su balance digital mejores contenidos que nos ayuden a olvidar sus pasadas mañas y tono destemplado.
Por supuesto, todo está por verse. Tal vez su estilo espontáneo se imponga sobre el cálculo y termine consolidando una conexión genuina con la ciudadanía. O quizá la avalancha de crisis que suele devorar a los gobiernos breves lo arrastre antes de tiempo. Pero si logra mantener coherencia entre su presencia digital y conducta pública, podría dejar algo más duradero que un mandato transitorio: un ejemplo de cómo la ‘netiqueta’ puede ser una forma de pedagogía política.
En la era de los presidentes fugaces y los tuits perennes, Jerí podría demostrar que gobernar también es narrar bien la propia historia. Que un gobierno se mide por sus decisiones contundentes ante el principal mal que nos aqueja como es la inseguridad, y también por la huella digital que deja en la memoria colectiva. Y que, incluso en el caos peruano, hay espacio para un gesto civilizatorio: enseñar que el poder no se grita, se comunica enmendando el craso error.