Urpi Torrado
El Comercio, 2 de octubre del 2025
“El reto es transformar esa necesidad de pertenencia en una fuerza capaz de reconstruir la confianza y proyectar el país hacia adelante”.
“Estoy enamorada de mi país”, canta Eva Ayllón en una de las canciones más reconocidas de su repertorio. La letra resume un sentimiento que todos quisiéramos compartir sin dudar. Sin embargo, cuando la realidad toca la puerta, la pregunta se vuelve inevitable: ¿cuántos peruanos pueden decir lo mismo hoy? El amor por la patria nace del orgullo, y la encuesta de setiembre de Datum-El Comercio revela que ese sentimiento ha cedido espacio a la vergüenza.
La mayoría de ciudadanos señala a la corrupción, al gobierno, al Congreso y a los políticos como las principales fuentes de vergüenza nacional. Es un reflejo de la desconfianza y del desgaste institucional que arrastra al país desde hace décadas. La política se percibe como un obstáculo en lugar de un camino hacia el progreso. En menor medida, pero no por ello irrelevante, aparecen otros motivos de vergüenza como el trato a la mujer y a los extranjeros, recordándonos que las actitudes sociales también pesan en la manera en que nos vemos como nación. Este contraste se hace más evidente en la canción compuesta por Fahed Mitre, cuando decía: “Su gente, los brazos abiertos, te hacen sentir a diario la dicha que uno tiene”. Han pasado más de tres décadas desde que se compuso, y hoy la percepción colectiva está lejos de ese espíritu optimista y acogedor. Entender qué se ha perdido en ese trayecto es clave para reconstruir un vínculo más fuerte entre los ciudadanos y el país.
La encuesta también muestra que la situación personal es motivo de orgullo para casi un tercio de peruanos. A pesar del desencanto con lo público, las personas aún rescatan logros propios o familiares como fuentes de satisfacción. Sin embargo, ese orgullo individual convive con una sensación de frustración. Muchos creen que sus metas podrían ser más alcanzables si el entorno político y social fuese más favorable. La política, en lugar de ser un motor, se percibe como un freno que resta oportunidades.
La respuesta a la pregunta de si los peruanos están enamorados de su país no es simple. No hay un sentimiento mayoritario y uniforme. Un tercio de los encuestados declara sentirse identificado con el Perú, y este porcentaje crece en Lima, donde el peso simbólico de la capital como centro de identidad nacional es más fuerte. Otro tercio dice identificarse principalmente con su comunidad, una respuesta que se concentra en el norte y en el oriente, donde los vínculos locales y la vida cotidiana tienen más relevancia que la idea abstracta de nación. Un grupo más reducido, concentrado en el sur, afirma que su identidad principal está ligada a su región. Solo el 16% de las personas declara no sentirse identificada ni con el país ni con su comunidad ni con su región. Esto refleja que, pese a todo, el deseo de pertenencia existe, aunque distribuido en distintos niveles de referencia. Como dice la canción: “Hay ganas de demostrar un gran cariño”, pero el reto está en canalizarlo hacia una identidad compartida.
El peligro de esta fragmentación es evidente en contextos electorales. Durante las campañas, los candidatos suelen apelar a estos sentimientos de pertenencia para movilizar apoyos. Si el orgullo está debilitado y la vergüenza domina, el discurso político puede exacerbar la división, acentuar la polarización y profundizar la brecha entre regiones y entre ciudadanos.
El desencanto político erosiona la identificación colectiva, pero aún hay señales de esperanza. Las personas siguen buscando motivos para sentirse orgullosas y la identidad, aunque dispersa, permanece. El reto es transformar esa necesidad de pertenencia en una fuerza capaz de reconstruir la confianza y proyectar al país hacia adelante. El desafío está en hacer que esa energía ciudadana sea lo suficientemente poderosa para que, como dice la canción, podamos decir sin dudar: “Estoy enamorada de mi país… Yo por aquí me voy a quedar”.