Ian Vásquez
El Comercio, 30 de setiembre del 2025
“Si la política hacia la región parece confusa, inconsistente o contradictoria, es porque lo es”.
Bombardeos en el Caribe, deportaciones a El Salvador, aranceles para todos, un rescate financiero para la Argentina de Milei, amenazas de retomar el canal de Panamá, aranceles especialmente altos para el Brasil de Lula…
La política de Washington hacia la región ha cambiado notablemente bajo el presidente Donald Trump. No obstante, ¿se puede hablar de una nueva doctrina Trump para América Latina? Sin duda, la política de Trump ha sido más activa y agresiva que la de Biden.
Respecto al comercio, el presidente anterior no cambió mucho; ni promovió el libre comercio ni revirtió medidas proteccionistas que impuso Trump durante su primer mandato. Respecto a la inmigración, Biden desistió de reformar la restrictiva y defectuosa política, pero sí creó mecanismos para dejar entrar a mayores cantidades de cubanos, venezolanos, nicaragüenses y haitianos de manera ordenada y legal. Respecto a la política antinarcótica, mantuvo el statu quo. Respecto a las dictaduras cubana y venezolana, fue más permisivo y llegó a negociar con el régimen chavista como si los bolivarianos lo hicieran de buena fe.
Trump llegó al poder por segunda vez prometiendo el proteccionismo y el fin de las guerras y el aventurismo militar de Estados Unidos. Ha cumplido lo primero, pero ha puesto en duda su compromiso con lo segundo. Al declarar que ciertos cárteles de droga son grupos terroristas, Trump ha empezado acciones bélicas contra ellos –a diferencia de procedimientos policiales en los que se aplica la ley contra los supuestos criminales– y esto incluye posiblemente al régimen de Nicolás Maduro, a quien Trump identificó como líder del Cártel de los Soles.
Atacar al régimen de Maduro y reemplazarlo, sin embargo, representaría un acto de guerra para lograr un cambio de régimen. Tal movida exigiría la autorización del Congreso, algo que Trump no tiene y probablemente le sería difícil obtener. Pero no parece importarle ese requisito constitucional, pues en el caso de los supuestos narcotraficantes que sigue bombardeando, Trump lo ignora completamente.
Trump redujo la ayuda externa, pero ha prometido un rescate financiero de la economía argentina. Esto ha molestado a su base política que no entiende cómo se justifica tal decisión de un gobierno nacionalista cuyo lema es “Estados Unidos primero”.
Si la política hacia la región parece confusa, inconsistente o contradictoria con los objetivos previamente anunciados, es porque lo es. La política hacia Venezuela, por ejemplo, refleja disputas en el interior del gobierno de Trump. Un día se imponen sanciones al régimen y días después se relajan. El secretario de Estado, Marco Rubio, aboga por un cambio de régimen en el país, mientras que otros, como el vicepresidente JD Vance, buscan evitar una guerra.
Por otro lado, Trump justifica el proteccionismo como una medida para revertir los déficits comerciales con los países que supuestamente incurren en el comercio desleal y dañan la economía estadounidense. Los aranceles altos contra Brasil, un país con el que Estados Unidos mantiene un superávit comercial, los justificó Trump para apoyar a su aliado ideológico, Jair Bolsonaro.
Es muy temprano para saber si está tomando forma una doctrina de Trump hacia la región y quizá nunca suceda. La política de Trump no es la del buen vecino de Franklin Roosevelt, según la cual se respetaba la soberanía de los países latinoamericanos y se buscaba una mayor integración económica. Tampoco es la doctrina Monroe, que se oponía al colonialismo europeo en la región, que fue bien vista en su momento, y que luego se usó para justificar todo tipo de intervenciones.
Por ahora no hay una doctrina Trump. Lo suyo es algo más idiosincrático e impredecible. Lo único seguro es que Trump ve pocos límites al uso de la fuerza en la región.