Gabriel Daly
El Comercio, 29 de setiembre del 2025
“El emprendedor peruano no encaja como ‘soldado’ de la derecha ni como aliado natural del libre mercado”.
En una reunión sobre escenarios electorales y el comportamiento del voto en el Perú, alguien afirmó: “Hay que enfocarnos en los jóvenes, porque los mayores de 40 ya tienen el voto definido”. La frase me llamó la atención: los datos que había revisado señalaban otra cosa. En efecto, el matiz decisivo no era la edad, sino el nivel socioeconómico.
Este episodio recuerda la crítica de Herbert A. Simon, premio Nobel de Economía 1978, en su ensayo “The Proverbs of Administration” (1946). Allí advertía que la teoría clásica de la administración descansaba en principios tan generales como equívocos –“la administración debe ser jerárquica”, “debe existir unidad de mando”, “las decisiones deben ser centralizadas”–, máximas tan ambiguas como los proverbios populares: centralización y delegación pueden sonar convincentes ambas, pero valen para circunstancias opuestas. Por eso, Simon propuso que la administración se cultive como ciencia empírica: basada en evidencia y casos concretos, no en recetas mágicas.
En política electoral ocurre lo mismo. Abundan frases hechas que pretenden explicar el voto peruano. Una de las más repetidas es: “Los emprendedores votan por la centroderecha”. El problema es que esa afirmación simplifica en exceso. En el Perú, siete de cada diez trabajadores son informales y muchos sobreviven como microempresarios precarios. Su decisión de voto rara vez responde a ideología. Suele ser una apuesta pragmática por quien prometa aliviar trabas diarias.
Para entender este comportamiento, conviene partir de la desideologización del voto. Como apunta el consultor Rolando Arellano, el elector peruano decide con horizontes cortos, información limitada y prioriza la “chamba y el orden” sobre debates doctrinarios. El emprendedor puede pasar de respaldar a un candidato liberal a otro de izquierda si percibe que este último resolverá su problema inmediato: seguridad, licencias o crédito.
También opera la demanda de formalización. Hace décadas, con “El otro sendero” (1986), Hernando de Soto mostró que millones de peruanos se mueven en la extralegalidad, sin títulos ni financiamiento. Cuando una propuesta –incluso desde la izquierda– ofrece simplificación tributaria o programas de formalización, capta su interés: allí ven la posibilidad de convertir su “capital muerto” en productivo.
Asimismo, pesa la percepción de abuso en el mercado. Bodegueros, transportistas y artesanos sienten que compiten en desventaja frente a oligopolios e importadores. Por eso, calan los discursos que prometen compras públicas para la mype, defensa frente a prácticas abusivas y, en ciertos casos, regulación de precios.
Por último, cuenta –y mucho– la búsqueda de protección y orden. La inseguridad, las mafias de cobro de cupos y la corrupción municipal impactan de lleno en la caja diaria. De ahí que un candidato que ofrece “mano dura” contra el crimen pueda resultar más persuasivo que otro que invoca estabilidad macroeconómica.
Persiste, asimismo, el voto de protesta. Tras escándalos y crisis políticas, muchos pequeños empresarios castigan a las élites tradicionales optando por candidaturas antisistema, aun cuando su discurso sea estatista o intervencionista. En este contexto, el emprendedor peruano no encaja como “soldado” de la derecha ni como aliado natural del libre mercado: su voto responde más a urgencias cotidianas que a etiquetas ideológicas.
Conviene, además, recordar que los emprendedores son personas movidas por sueños. Muchos llegaron a la capital sin nada y hoy sus negocios crecen, aunque sienten que el sistema no los respalda. En ese clima, resulta tentador abrazar narrativas que prometen cambiar la Constitución y expulsar a las grandes inversiones con la ilusión de “abrir espacio” a los pequeños.
Las implicancias electorales son claras: si la derecha da por sentado el voto emprendedor y solo ofrece desregulación o estabilidad macroeconómica –sin traducir esos conceptos en beneficios concretos y verificables para la vida diaria–, terminará perdiendo contacto con este segmento.
En suma, la política busca atajos narrativos para explicar fenómenos complejos. Pero, como enseñó Simon, los proverbios brindan apenas una ilusión de certeza. Quien aspire a ganar el voto emprendedor debe abandonar fórmulas fáciles y tomarse en serio la evidencia. Porque, en el Perú, los eslóganes ideológicos suelen estrellarse con la realidad de la calle… y con el miedo del día siguiente.