Alejandro Deustua
Contexto.org
15 de setiembre de 2025
Para Lampadia
En medio de una creciente inestabilidad internacional la percepción de amenazas de seguridad en Occidente se traduce en incrementales despliegues de fuerza militar en viejos o ampliados escenarios.
El primero es el caso del despliegue naval norteamericano en el Caribe de gran potencia y con propósitos no claramente definidos.
El segundo se expresa en la ampliación de la fuerza defensiva de la OTAN en el Este europeo con objetivos preventivos de conflicto con Rusia.
Aunque la declaración de intenciones de la fuerza norteamericana en el Caribe se plantea como la superación de la interdicción tradicional del narcotráfico de origen venezolano, la ambigüedad de objetivos incluye, ostensiblemente, la presión militar sobre la dictadura de Maduro.
En efecto, el presidente Trump acaba de afirmar que no descarta algún tipo de intervención en Venezuela. Esa declaración de propósito eventual contrasta con la definición del Cartel de los Soles como organización terrorista extranjera sobre cuyo líder (Maduro) se ha ofrecido una recompensa de US$ 50 millones por “información que lleve a su arresto”. Si la flota norteamericana va a luchar contra el narcotráfico, parece claro que el cambio de régimen en Venezuela está en sus planes. Pero Trump no lo confirma.
Por lo demás, la magnitud del despliegue muestra otros propósitos. En otros tiempos el despliegue de ocho buques (dos de los cuales, por lo menos, portan misiles de alta precisión y potencia) acompañados de un submarino nuclear y de diez aviones F-35 del tipo que contribuyó al bombardeo en Irán (posicionados hoy en Puerto Rico) y el consecuente aumento de infantería entrenada en operaciones anfibias, indicaría que esa fuerza no se explica por la simple detención de un atunero o la destrucción de un par de lanchas rápidas (como acaba de ocurrir).
La magnitud de la flota en cuestión no corresponde tampoco a objetivos propios de la “diplomacia de las cañoneras” de principios del siglo XX dispuesta por Teodoro Roosevelt. Y, aunque un cambio de régimen esté en el horizonte estratégico tal como ocurrió en 1989 en Panamá con la deposición y captura del dictador Noriega, el poderío de la flota quizás incluya escenarios más ambiciosos.
En un marco racional, el Caribe estaría siendo reclamado nuevamente como una zona de influencia (espacio geopolítico criticado por Woodrow Wilson y hasta por el presidente Biden).
Ello implicaría el control externo del Canal de Panamá que Trump quiso recuperar, la alerta sobre Cuba que afronta una múltiple e interminable crisis, la prevención en Haití de mayor deterioro de ese estado fallido controlado por bandas y hasta la confrontación de las consecuencias de la reciente “descertificación” de Colombia (que, sin embargo, dicen, no bloqueará la cooperación norteamericana). Pero esas implicancias ni siquiera se discuten.
Y en un contexto de conflicto de proyección sistémica con Rusia y China, quizás el ya renombrado Departamento de Guerra norteamericano dese evitar un súbito despliegue, en Cuba o Venezuela, de capacidades estratégicas de aquellas potencias que ampliaría el escenario de guerra en Ucrania y el latente de Taiwán. La prevención del caso indicaría que un marco de crisis equivalente a la peor de la Guerra Fría (1962, Cuba) estaría de regreso.
Frente a estas complejidades Estados Unidos debe aclarar los propósitos del despliegue caribeño si no desea que éste sea percibido como sobredimensionado.
Especialmente si semejante ampliación de escenarios bélicos se vienen produciendo en Europa del Este donde, empleando drones, se vulneran fronteras de aliados de la OTAN como acaba de ocurrir en Polonia y en Rumanía. Alterando una conducta que minimizaba estas ocurrencias, hoy la OTAN ha denunciado públicamente esa intromisión como inaceptable y, luego de invocar el artículo 4 de su Carta, ha procedido a fortalecer un núcleo de defensa aliada multi-dominio e interoperable en Europa Oriental (denominado Vigía Oriental).
El incidente ha sido discutido en la ONU. Allí el representante ruso ha negado que la intrusión haya tenido origen en su país y ha responsabilizado más bien a Ucrania atribuyéndole el propósito de escalar el conflicto. Ello ocurre mientras fuerza rusas y bielorrusas desarrollan, con otros países y observadores (incluyendo norteamericanos), ejercicios militares ceca de Polonia (Zapad 2025).
Si bien estos ejercicios se registran periódicamente desde hace varios años (y hoy, con cierta apertura), la proclama de que no están dirigidas contra la OTAN despierta dudas en la Alianza Atlántica colocada ya directamente frente a Rusia complementariamente a la guerra en Ucrania.
Si es tanto extraordinario como real el hecho de que el empleo de un arma multiuso accesible a civiles y militares pueda escalar un conflicto mayor en Europa (como antes ocurrió con los “soldaditos verdes” que, sin identificación, contribuyeron a la invasión de Crimea en 2014) la necesidad de un cese al fuego en aquel conflicto se hace hoy más urgente.
Ésta debe, primero, desescalarse en intensidad y en espacios beligerantes.
Lampadia