David Tuesta
Gestión, 11 de setiembre del 2025
Lo que falta es retomar la visión de largo plazo con la voluntad de ejecutar reformas que incomodan a los intereses establecidos. Postergar las reformas pendientes solo hará que las salidas sean más duras y dolorosas.
La economía peruana transita, desde hace más de una década, por una senda de mediocridad creciente. Somos testigos del desinfle de nuestro crecimiento potencial, es decir, de la capacidad sostenible que tiene una economía de expandirse gracias al desempeño de sus factores de producción y de su productividad. Ese crecimiento potencial, que entre el 2002 y 2013 superaba el 5%, hoy se aproxima peligrosamente al 2%. Como bien señala el Consejo Privado de Competitividad (CPC), este deterioro está íntimamente ligado al retroceso de nuestra competitividad: de acuerdo con el ranking del IMD, Perú ha caído del puesto 43 al 63 en apenas una década. Un desplome que habla por sí mismo.
La pregunta es inevitable: ¿qué hubiese pasado si no hubiéramos abandonado la trayectoria vigorosa de los años dorados? De acuerdo con estimaciones de Ronin360, si el país hubiera mantenido ese dinamismo, hoy el PBI per cápita sería de 15 mil dólares, lo que nos colocaría ya en la categoría de economías de ingresos altos, según los estándares de la OCDE. El contraste es brutal: lo que pudo ser una historia de éxito comparable a la de Corea del Sur o Irlanda se convirtió en un ejemplo de oportunidad perdida. ¿Cómo dejamos que el futuro se nos escapara de las manos?
La teoría económica lo explica con claridad. El crecimiento sostenido depende de tres pilares: el trabajo, entendido no solo en cantidad sino en calidad; la acumulación de capital físico, desde infraestructura hasta tecnología; y, sobre todo, la productividad total de factores (PTF), que refleja la eficiencia con la que combinamos capital y trabajo. En el corto plazo, es posible empujar la economía contratando más trabajadores o construyendo más carreteras, pero en el largo plazo la productividad lo es casi todo, Esa es la diferencia entre países que convergen hacia el desarrollo y aquellos que se quedan atrapados en la mediocridad.
El Perú desperdició su momento. Durante la última década, la PTF ha tenido una contribución negativa. Crecimos añadiendo trabajadores y capital, pero sin mejorar la forma en que los usamos. Es el clásico síntoma de la «trampa del ingreso medio»: se agotan los motores fáciles -exportaciones de materias primas, urbanización, estabilidad macroeconómica- y no aparecen los nuevos motores basados en innovación, diversificación y competencia. Así, con una productividad estancada y un crecimiento potencial convergiendo hacia el 2%, nos enfrentamos a una proyección demoledora: necesitaríamos más de medio siglo para alcanzar el umbral de ingreso alto. Medio siglo. Una generación entera perdida, con el riesgo de que el descontento social se enquiste y la política se polarice aún más alrededor del populismo.
Pero la historia no tiene por qué repetirse. Con consensos político-sociales básicos, el Perú podría recuperar un sendero de crecimiento en el rango de 4,5% a 5,5% anual, lo que nos permitiría alcanzar el umbral de ingresos altos en menos de quince años. No es un objetivo quimérico, sino una ruta posible. si se ejecutan reformas de fuste. Se trata de una verdadera simplificación regulatoria que elimine trabas absurdas para la inversión y la actividad empresarial; una modernización del mercado laboral que fomente la formalidad y el empleo productivo; una reforma integral de los sistemas de salud y educación para potenciar el capital humano, con énfasis en la formación técnica y científica; un sistema tributario más predecible y con una administración capaz de ampliar la base sin recurrir a parches; y, sobre todo, la transformación del sistema judicial y la construcción de un servicio civil meritocrático que actúe como socio del sector privado para hacer posible la innovación y la industrialización con perspectiva global.
Hoy, lamentablemente, recogemos una herencia nefasta de la administración perulibrista, que celebra la mediocridad económica mientras desaprovecha la ola del «boom de materias primas». En lugar de avanzar en competitividad, nos deja una bomba fiscal que los próximos gobiernos tendrán que desactivar, en un contexto donde la confianza empresarial sigue siendo frágil y la política se encuentra fracturada. Postergar las reformas solo hará que las salidas sean más duras y dolorosas.
Pero, no tenemos por qué aceptar la condena de la mediocridad. El Perú cuenta con recursos naturales, jóvenes con talento, empresarios que arriesgan e innovan, y una ubicación geográfica privilegiada. Lo que falta es retomar la visión de largo plazo con la voluntad de ejecutar reformas que incomodan a los intereses establecidos. El costo de no hacerlo ya lo conocemos. Perdimos una década entera y con ella la posibilidad de haber alcanzado el desarrollo en esta generación. La ventana de oportunidad no está cerrada, pero se achica cada día que pasa. Si tenemos la lucidez y el coraje de retomar el camino de las reformias, en menos de tres gobiernos podríamos hablar de un Perú desarrollado. Si seguimos postergando decisiones, lo único que quedará será mirar con nostalgia la oportunidad que dejamos escapar.