Patricia Teullet
Perú21, 8 de setiembre del 2025
«De las elecciones pasadas, varias cosas hemos aprendido; una de ellas, a ver los resultados de las encuestas con poca fe y a saber que, con meses de adelanto y sin saberse siquiera quiénes serán los candidatos, su análisis es un ejercicio bastante improductivo, por no decir inútil, salvo que se trate de encontrar un tema banal de conversación», sostuvo Teullet.
De las elecciones pasadas, varias cosas hemos aprendido; una de ellas, a ver los resultados de las encuestas con poca fe y a saber que, con meses de adelanto y sin saberse siquiera quiénes serán los candidatos, su análisis es un ejercicio bastante improductivo, por no decir inútil, salvo que se trate de encontrar un tema banal de conversación. Podría argumentarse, sin embargo, que entre las otras preguntas las encuestas develan cuáles son los atributos deseados en un candidato o, más bien, cuáles son los temas que preocupan a la ciudadanía y que el votante quiere ver abordados por los candidatos.
En este punto, parece haber consenso respecto a que el tema de inseguridad es el que ocupa el primer lugar en el interés del pueblo, superando temas como el modelo económico o el cambio de Constitución. Ahora bien, ¿es suficiente o incluso creíble el discurso con el que alguien aborde un tema como para convencer al votante? Más aún, ¿puede confiarse en que quien ofrece las soluciones para el problema identificado realmente tenga la capacidad de afrontarlo y resolverlo? Podremos intuirlo a raíz de los planes propuestos, pero no tendremos la respuesta hasta que ya hayan sido elegidos los gobernantes e incluso hasta que estos hayan tomado medidas. La cuestión se complica porque esta vez no se trata solo de elegir a la plancha presidencial, sino a diputados y, especialmente, senadores en dos opciones.
A medida que avanza el tiempo, el tema comienza a complicarse: entra a jugar la capacidad de los candidatos para darse a conocer, divulgar sus propuestas y convencer a los votantes. El problema se convierte, entonces, en el “cómo” se puede escuchar, entender, asimilar y evaluar la cantidad de propuestas que vendrán de casi cuarenta opciones entre las cuales elegir. En todo esto se quiere asumir que la decisión de voto es precedida por alguna clase de análisis racional y no, como suele ser, “con el hígado”, lo cual se ve reforzado por las nuevas formas o formatos de comunicación como Facebook o TikTok, que no invitan demasiado a la reflexión. Súmese a eso el riesgo que significa la capacidad de generar noticias falsas casi imposibles de detectar.
Podemos seguir recordando las complejidades que, ahora incrementadas por la cantidad de candidatos, se presentan habitualmente en una elección, incluyendo el desinterés de un sector importante de la población. Pero nada permite anticipar el resultado que pueda darse con la cédula de votación, cuyo modelo y dimensiones ya se dieron a conocer.
Se sabe que muchos electores deciden su voto en los últimos días o incluso “en la cola” de la votación, con lo cual el riesgo de que se esté votando sin mayor reflexión ha sido y es alto. Ahora, votar de manera adecuada con esta cédula, cuyo modelo nos han presentado, exigirá casi la misma habilidad que para resolver un “geniograma gigante”.