Miguel Palomino
La República, 18 de agosto del 2025
«A partir del 2015 se empezó a derrumbar el llamado modelo boliviano, aunque serían necesarios algunos años de no hacer nada por corregir los evidentes errores hasta que fuese un verdadero desastre»
Sin recetas mágicas ni atajos, pero con conocimiento, voluntad política y paciencia, podemos evitar repetir los errores de nuestros vecinos
Mientras escribo esta columna, en Bolivia están por elegir a un nuevo presidente. Cuando usted lea esto, ya se sabrá quienes serán los candidatos para la segunda vuelta. Pero de lo que sí estoy casi seguro (porque así lo indican todas las encuestas) es que ninguno será ni del partido de gobierno ni de un aliado. Así, con inflación alta y en aumento, con escasez de todo, con la pobreza en alza y con el país endeudado hasta la coronilla, termina, predeciblemente, un gobierno que muchos en el Perú increíblemente alababan como un ejemplo a seguir.
Se podría entender que alguien que tuviera a su disposición las cifras macroeconómicas de Bolivia hasta el 2014 quizás hubiera pensado que al vecino país no le iba nada mal, pero que alguien con una pizca de conocimiento económico lo siguiera creyendo en el 2020 (como el primer ministro de economía de Pedro Castillo, entre muchos) parece un chiste malo.
A partir del 2015 se empezó a derrumbar el llamado modelo boliviano, aunque serían necesarios algunos años de no hacer nada por corregir los evidentes errores hasta que fuese un verdadero desastre. Como siempre, el tiempo perdido se pagó con un mayor déficit fiscal que fue incrementando la deuda boliviana hasta alcanzar niveles estratosféricos. Hoy, la deuda pública por cada hogar boliviano es equivalente a cuatro veces y media su ingreso anual. Para que el lector pueda hacer una comparación equivalente, pese a que la deuda pública peruana ha aumentado mucho recientemente, cada hogar peruano tiene una deuda equivalente a poco más de un ingreso anual.
La historia boliviana es un remedo de la historia venezolana, pero esta vez con un final con aparente salida. En ambos casos entraron al poder democráticamente gobiernos dizque nacionalistas de izquierda. En ambos casos su principal producto de exportación (el petróleo era el 95% de las exportaciones de Venezuela y el gas era casi el 50% de las exportaciones bolivianas) fue nacionalizado y en ambos casos los regímenes aprovecharon un periodo de elevados precios del petróleo y delgas para financiar a un Estado gastador. El alto precio de sus materias primas que tuvieron la suerte de tener al inicio les permitió gastar a manos llenas en programas sociales que los volvieron muy populares.
Pero inevitablemente pasaron dos cosas: se acabaron los precios altos y la falta de conocimiento e inversiones disminuyeron significativamente la producción de petróleo y gas. Súbitamente, el presupuesto no alcanzaba para mantener el elevado gasto público y, como ambos gobiernos se negaron a reconocerlo, se generó un déficit fiscal que aumentó fuertemente el endeudamiento, incluso con el Banco Central. La emisión monetaria que esto ocasionó (la «maquinita») disparó la inflación y el tipo de cambio se mantuvo artificialmente bajo hasta que ya no había reservas y al final todo concluyó de dos distintas maneras. En Venezuela, el régimen se perpetuó estableciendo una dictadura que permanece en el poder mientras millones de sus ciudadanos huyeron del país que una vez fue el más rico de América Latina. En Bolivia, en cambio, tienen ahora una oportunidad de salir del pozo sin fin que sería la perdida de la democracia. Esperemos que lo logren, pero no va a ser fácil porque los costos sociales van a ser muy altos.
Lo que debe quedar claro es que esto era totalmente previsible. Repito para énfasis, totalmente previsible. Así por ejemplo el 11 de, noviembre del 2019, el Instituto Peruano de Economía publicó el artículo «¿Como le fue a la economía con Evo?», en el cual analiza el modelo boliviano explicando lo mismo que explico hoy día. No es que fuéramos clarividentes, las cifras económicas eran claras, o se cambiaba de rumbo drásticamente o pasaría lo que pasó. Eso fue también lo que expliqué, con más detalles que hoy, en esta misma columna el 20 de marzo del 2023 en «El ocaso boliviano». El final del experimento boliviano fue una crónica de una muerte largamente anunciada.
La lección que debemos sacar de esta experiencia, los peruanos, es que no debemos dejar que nadie nos haga creer el mismo tipo de cuento. ¡Los peruanos además vivimos el cuento directamente hace solo 35 años! No queremos que sea necesario otro shock, como el que fue indispensable en 1990, para salir de la locura sin fin de inflación, caída de la producción, deuda pública desmedida y pobreza creciente. ¡Nadie que lo haya vivido lo desea!
Con las elecciones ad-portas no volvamos a creer en pócimas mágicas y en sebo de culebra. Alguien dijo que al tomar decisiones electorales es muy común que nos portemos como niños; entendámoslo de una vez, no hay varitas mágicas que puedan hacer desaparecer a los problemas complejos del mundo real. Podemos razonablemente discrepar en muchas cosas, pero al evaluar promesas políticas, sobre todo las que sean aparentemente atractivas, siempre preguntémonos ¿cuánto van a costar hacerlo? y ¿de dónde va a salir la plata? Quien-quiera que no sepa, o no quiera, responder a estas preguntas es un irresponsable y no debe contar con nuestro voto, por bonito que hable y por bien que nos caiga. Estamos por elegir a un gobierno y a un Congreso que marcarán el destino del país, no se está escogiendo al señor o señora simpatía.
Ante la ausencia de varitas mágicas, debemos reconocer que resolver los problemas del mundo real requiere una combinación de factores que no es fácil lograr. En primer lugar, se requiere un profundo conocimiento del problema real, conocimiento que usualmente tienen quienes vienen batallando con el problema hace años. De ahí que ningún candidato podrá resolver ningún problema de no contar con buenos equipos de profesionales serios y experimentados.
En segundo lugar, se requiere de voluntad política, la cual solo la tendrán los políticos de verdad. Si un problema es grave pero persiste es porque existen diferentes intereses en conflicto (ninguno de ellos necesariamente malo) y será necesario alguien que esté dispuesto a cargar con los costos en el corto plazo para obtener los grandes beneficios de largo plazo. Sin mejores políticos no habrá mejores políticas.
Esto nos lleva al tercer requerimiento, debemos tener paciencia como electores para alcanzar verdaderos logros. Ello no quiere decir que seamos complacientes, sino que reconozcamos que muchos de los grandes problemas se resuelven solo con gradualidad. Se deben dar significativos avances en la lucha contra un gran problema, pero una administración generalmente no bastará para resolverlos.
Si contamos con el conocimiento, la voluntad política y la paciencia podremos enfrentar nuestros verdaderos problemas. No necesitaremos de varitas mágicas sino solo de nosotros, con una visión común en la que todos podamos estar de acuerdo basándonos en un ordenamiento democrático, un estado de derecho, libertad para alcanzar el progreso y una genuina preocupación por los menos afortunados.