Richard Webb
El Comercio, 18 de mayo del 2025
La revolución industrial ha sido una continua fuente de nuevos instrumentos productivos, pero también de nuevos mercados creados por el crecimiento económico que se ha producido en casi todo el mundo.
El historiador Timothy Anna explica nuestra guerra de independencia más como colapso económico de la colonia española que como victoria militar de la causa republicana, y su versión es respaldada por los cálculos recientes de Bruno Seminario de la Universidad del Pacifico, y de la Base Maddison, el proyecto más respetado de estadísticas nacionales de largo plazo. Según Anna, “La característica fundamental del régimen español en Perú … es la pobreza”. Su argumento se acerca a las ideas contemporáneas que fustigan al burocratismo, extrema regulación y prevalencia de monopolios como causas de los problemas económicos sufridos durante gran parte del siglo pasado, y que hoy reaparecen en el debate político. La opinión de Anna se respalda en parte en las observaciones de viajeros que vinieron al Perú durante los años finales de la colonia. Así, luego de su visita el comandante de un barco ruso escribió en su relato: “Pensaba yo hallar en Lima una ciudad hermosa pero grande fue mi desengaño al ver que no hay en todo el mundo una gran ciudad que tenga tan pobre apariencia”.
Las cifras de Seminario y de Maddison perfilan el resultado nítido de los últimos cuatro siglos del esfuerzo económico del Perú: dos siglos (XVII y XVIII) de cero crecimientos, seguidos de dos siglos (XIX y XX) de fuerte crecimiento. A pesar de las criticas incesantes durante los últimos dos siglos, la economía peruana se ha expandido a una tasa promedio de 2,9% al año, superando el promedio para ese período logrado por Gran Bretaña que fue de 1,8% al año, Francia (1,9%) y Alemania (2,2%). El atraso que sufrimos en el frente de la erradicación de la pobreza se debería no tanto a una falta de dinamismo productivo sino a una tasa de crecimiento demográfico particularmente alta.
Paradójicamente, la explicación del dinamismo productivo de la República peruana empieza en gran parte con la revolución industrial europea, cuyo despegue coincidió con nuestra independencia en las primeras décadas del siglo XIX, y que durante los siguientes dos siglos produciría una extraordinaria multiplicación de la producción económica, inversión y consumo en el mundo. La coincidencia con la revolución peruana no pudo ser mejor. Desde los inicios de ese siglo, el contexto tecnológico y de mercado mundial se volvió una ola económica gigantesca que fue llegando primero a los países de Europa, y gradualmente a todo el mundo.
Sin embargo, la revolución industrial ha sido una continua fuente de nuevos instrumentos productivos, pero también de nuevos mercados creados por el crecimiento económico que se ha producido en casi todo el mundo. Más aun, la ola de novedades económicas que han venido y siguen levantando la economía peruana –tanto nuestra capacidad de oferta como creando nuevos mercados – ha sido una historia continua que no da señas de acabarse. Así, por el lado de nuestra capacidad productiva, un paso gigante coincidió casi con la fecha de nuestra independencia cuando llegaron los primeros dos barcos a vapor que conectaron a nuestros valles costeños, permitiendo el desarrollo y la integración de cada valle, y eventualmente abriendo la posibilidad de las extraordinarias posibilidades productivas que han demostrado. Y meses después, empezaría el apoyo critico de los barcos a vapor para el guano. Hacia fines de siglo se pasó de los motores a vapor al uso de la electricidad y la explosión de nuevos conocimientos e instrumentos que han levantado la capacidad productiva.