No quiero hablar de resultados electorales porque hago mala sangre, así que pensé en comentar sobre algo muy personal: mis calzoncillos. Imagínese por un momento qué es lo que usted haría si la ropa interior fuese tan cara como lo sugiere el título de esta columna. Obviamente no tendríamos tantas prendas disponibles en el cajón. Así era la vida hace 250 años, cuando se necesitaban varios salarios mensuales de un obrero para comprarse un juego de ropa interior. ¿De ahí vendrá esa mala costumbre que tenían algunas abuelas de regalar ropa interior, como si fuese un obsequio que vamos a apreciar? Me imagino que esta generación de abuelas ya no lo hace. Hace más de un siglo que la ropa interior dejó de ser un producto de lujo y su uso se volvió absolutamente universal. El progreso tecnológico permitió reducir significativamente el costo de producción y eso llevó a su masificación. El impacto más importante estuvo ligado a la salud pública y al obvio bienestar individual.
Este proceso está empezando a pasar con cosas que antes no hubiésemos imaginado. ¿Se acuerdan del proyecto de una laptop para cada niño? El programa revolucionaba la educación porque conseguía entregar laptops de US$100 en momentos en que cada una costaba más de US$1.000. La primera de estas laptops apareció justo hace 10 años. Hoy por menos de la mitad de ese precio se puede conseguir una tableta llena de aplicaciones educativas. Lo mismo ha sucedido con los teléfonos inteligentes. Antes, tener un smartphone representaba no menos de US$500. Hoy tenemos smartphones a US$30. A los smartphones le va a pasar lo mismo que le pasó a los calzoncillos: se van a masificar muy pronto en países como el Perú.
¿Qué impacto puede tener esta revolución? Para empezar, imagínense el potencial que se abre teniendo a cada usuario de telefonía con un aparato que es capaz de localizarnos por GPS, que es capaz de tomar y enviar imágenes de forma instantánea, de enviar y recibir enormes cantidades de información de manera inmediata y barata. ¿Se imaginan las aplicaciones que se pueden crear alrededor de saber que todos tienen acceso a un aparato con esas capacidades? ¿O el valor extra de saber leer al hacerse indispensable en nuestras vidas ese aparato?
El avance tecnológico nos abre un mundo de posibilidades. Con precios cayendo tan rápido, el acceso a esos productos abre canales comerciales que antes no existían. Imaginen cuántos productos no podían ser vendidos porque el costo de cobrar era demasiado alto. El potencial está ahí, pero se necesita trabajar para que la difusión de esta tecnología sea correctamente apropiada por todos los peruanos.
Discutía estos días con Carolina Trivelli, gerenta del proyecto de dinero electrónico de Asbanc, el impulso que puede tener esta iniciativa siempre y cuando la tecnología sea acompañada por precios razonables por el uso de la red de comunicaciones. Hace falta, además, que la regulación se ajuste a estos nuevos canales de comercialización. Mientras mayor sea la flexibilidad, mayor será el impacto que se pueda lograr. Por lo pronto, los bancos deberían dejar sin efecto el cobro de comisiones por operaciones en cajeros corresponsales o las comisiones por sacar dinero en una localidad distinta a donde uno tiene su cuenta. Borran con una mano el esfuerzo hecho con la otra.